Estamos atrapados en esta prisión existencial, en esta deplorable burbuja de podredumbre humana de donde no nos es posible escapar salvo matándonos. Lo curioso es que la gran mayoría ni siquiera se percata de esto y hasta llega a experimentar una estúpida sensación de libertad que, desde luego, no podría ser otra cosa sino lo opuesto. Pues la libertad hoy en día es tan solo una abstracción, una mera quimera que sirve como la mejor medicina para un conjunto de adictos a la mentira y la hipocresía como nosotros.
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Ya no importaba lo que hiciera ni cuánto tratara de disolver aquello, ya que tan solo un pensamiento resonaba cada vez con más fuerza en mi mente: la idea del suicidio. Y cada vez era más fuerte esta sensación que, mezclada con la infinita melancolía de una vida sin sentido, me suplicaba por esfumarme de esta miserable realidad cuanto antes.
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¿Puede acaso existir algo mejor que la muerte, que abandonar esta mundo execrable ahíto de perversión, sinsentido y putrefacción imperecedera? Y ¡qué mejor si actuamos por cuenta propia! Es decir, si vamos a buscar la muerte en vez de esperar que ella venga a nosotros.
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El reloj del caos está a punto de llegar a la hora del fin y no puedo sino agradecer por tal situación, pues significará al fin la eterna desaparición de esta aciaga y ominosa raza regida por el sinsentido. Con ello, asimismo, habrá de culminar mi propia agonía; una de tal magnitud que no me es posible soportar ni un día más esta infernal y sacrílega existencia.
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El destino final de nuestra podrida y humana alma no podría ser otro sino el vacío; sí, el más endemoniado y cruento vacío, mismo de donde nunca debimos haber surgido para empezar.
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La única cosa que en verdad importa en la vida es solo una: nada. De la nada venimos y a ella retornaremos, ella es nuestro origen y nuestro fin, nuestra madre y nuestro asesino, nuestra condena y nuestro destino. Y, ciertamente, no hay algo que podamos hacer al respecto sino solo entregarnos a ella con solemnidad y alegría.
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Manifiesto Pesimista