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Manifiesto Pesimista 57

¿Hasta cuándo arderá toda esta execrable patraña llamada humanidad? ¿Hasta cuándo continuará este ciclo absurdo de vida y muerte al que estamos sometidos en esta patética y anómala pseudorealidad? ¿Hasta cuándo cesará el ridículo y torpe andar de los máximos representantes de lo absurdo, de los monos parlantes cuya existencia ofende cualquier concepción de lo divino? Nos mentimos tanto que creo hemos olvidado que lo hacemos, al punto en el cual ya nada puede convencernos de estar tan alejados de la iluminación. Pertenecemos al abismo, a la trágica e incesante monotonía en la cual nos revolcamos con pleno deleite. Nuestra naturaleza nos condena y nuestra esencia nos delata: somos mártires de la irrelevancia extrema.

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Si hubiera una manera de escapar del mundo, de la realidad y de mí, la tomaría sin pensarlo. Pero no, pues la mayor condena es precisamente esa: ser prisionero de todo, especialmente de un cuerpo. La inmortalidad del alma ya ni siquiera la contemplo, ¿qué me puede a mí importar eso, al fin y al cabo? Sigo preso, atrapado en mis propias alucinaciones y, cuando ocasionalmente consigo escapar de ellas, siempre está ahí la pseudorealidad para torturarme nuevamente con su perfecto engranaje de miseria, depresión y angustia. Eso y no otra cosa es el mundo moderno, un conglomerado de tantas equivocaciones y argucias que no sé cómo puede continuar en pie algo así.

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La verdad es que no necesitamos casi ninguna de las cosas que consumimos y ambicionamos diariamente, lo hacemos tan solo porque eso nos hace sentir mínimamente vivos y un poco menos vacíos en nuestra infinita e imperante miseria. El mundo mismo es un continuo de engaños funestos y anomalías sin fin en el que nos hallamos enclaustrados de una manera repugnante y ridícula. Y la muerte nos espanta tanto que preferimos seguir el execrable flujo de nuestra torpe existencia antes que ir hacia ella y contarle lo mal que nos sentimos diariamente. Y cada vez es peor, cada vez las cosas se tornan más deprimentes y estúpidas; aunque, asimismo, cada vez nos acongoja más aceptar nuestra definitiva extinción.

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De hecho, las relaciones de amistad o de pareja terminan perjudicando nuestra relación con nosotros mismos más de lo que se cree. Así pues, no relacionarse con nadie resulta altamente indispensable en nuestra senda hacia la divina catarsis del suicidio sublime. ¡Cuán tontos somos todavía! ¡Con qué inaudita facilidad regalamos nuestro tiempo, energía y vida a personas que no deberíamos ni siquiera dirigirles la palabra! Quizá lo hacemos porque nos sentimos solos, porque todavía no nos amamos más de lo que nos odiamos. En aquel espejo violáceo es donde se desfragmentan las mil almas que conforman esta máscara humana y cuyos restos no quiero ya olfatear.

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Si no se ama, se sufre; pero, si se ama, se sufre aún más. Entonces preferible no amar y entablar con la soledad una tregua de beneficio mutuo. Preferible morir de soledad, tristeza y locura que de amor o de desamor… ¡La muerte más dolorosa es quizás aquella originada fuera de uno mismo, aquella que tiene su exégesis en otros labios! Aun así, yo por ti habría vivido y muerto no una vez, sino muchas… Yo por ti habría sufrido los peores tormentos, las más cruentas batallas y los más insoportables desvaríos. Ahora nada de eso queda, entre tú y yo lo único que impera es el vacío eterno de lo que ya jamás volverá a ser en ningún tiempo, realidad o universo. La esencia de la vida es el sufrimiento, pero incluso eso no nos detiene: existimos con la esperanza de ser amados, comprendimos y curados de nuestra agonía interna; aunque casi siempre las cosas terminen exactamente de la peor manera.

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Manifiesto Pesimista


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