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Maravilla mortífera

Me impresionará llegar ebrio como siempre y no encontrar tu boca fresca y voluptuosa corriendo a mi descomunal encuentro, o tu sonrisa perfecta delirando con los versos que para ti he colocado desde el comienzo. No me culpes por ser yo, por haber caído tan súbitamente en el pozo de la decepción y del desprendimiento; es solo que ya ningún deseo enciende este corazón donde ya no vibra más el cuerpo. Pienso que podría mantenerme así hasta el delito, hasta la consumación de la maravilla mortífera encomendada a enjugar mi supuesta alma y renovar mis exangües fuerzas. Pero ¿qué hay de ti, quimera multicolor de infinitas locuras enterradas? ¿Qué pasará con el demoniaco trato bajo el firmamento sombrío a la luz del tormento sempiterno? ¿Cómo será el sibilino éxtasis de la lujuria descarnada cuando el siguiente errabundo devore tus entrañas e invada tu putrefacto ser hasta conseguir sonidos parsimoniosos de satisfacción y placer, mismos que nunca hallaste en mis tristes aposentos?

Y ahora que estoy solo, en este lluvioso viernes de verano, drogado y con la navaja a mi lado, ¡cómo me dueles! ¡Cómo extraño esas caminatas que solíamos dar paseando a nuestros perritos y creyendo, tan ingenuamente, que nuestras almas estaban destinadas a fenecer juntas…! Pensaba ilusamente que te había olvidado, que había extirpado de mí cualquier rastro tuyo, pues durante un tiempo pude vivir sin ti. Mas ahora todo vuelve a caer, yo mismo soy una marioneta de un poder imposible de contrarrestar. Y necesito de tus besos, tus caricias y tus abrazos; esos que me hacían sentir tan lejos de esta realidad ominosa y ridícula. Me arrepiento tal vez, pues sé que nuestro amor se vio manchado por tragedias que escapan de nuestro entendimiento, aunque, después de todo, aún sigo pensando que no debimos separarnos tan fácilmente. Yo quería suicidarme, tal como ahora; y tú querías vivir, pero la melancolía se abalanzó sobre ti sin consideración alguna; te comió el alma.

¡Qué tristeza! Pero así es la existencia, tan solo un conjunto de inverosimilitudes absurdas y nefandas que nada tienen de agradable… A veces voy y me recuesto en tu tumba, corto un poco mis muñecas y derramo mi sangre, formo con ella tu nombre y luego lloro desconsoladamente. Te fuiste tan pronto, incluso antes de que pudiéramos intentar por vez primera nuestro idílico suicidio. Y ahora no sé qué sentido tiene esto, pues la muerte me sabrá a poco tras esta soledad infernal que agujera mi alma cada día más. Supongo que deberé ser valiente, hacerle el amor a tu recuerdo mientras pueda… Y luego, al fin, ahogarme en el arroyo donde escuché, por vez primera, esa peculiar voz que solo tú posees, misma que ahora susurra un lejano te extraño… Ya no debo hacerte caso, ya no sé si estoy enloqueciendo o si de verdad eres tú esa imagen en el sombrío espejo de mi compungido interior. Lo mejor será terminar cuanto antes, destruir esta alucinación que me tiene perplejo y olvidar que algún día nuestro amor se sintió tan real y dulce que casi creí en él como un completo pendejo.

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Repugnancia Inmanente


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