Al despertar todo parece tan perfecto, tan demoniacamente perfecto, pero sé muy bien que no es así. La quietud reina ahora al compás de los primeros rayos de sol que atenúan un poco las tinieblas de mi desconsolada alma. Te miro dormir aún, con ese angelical rostro y esa sempiterna belleza que tanto me trastornan. Acaricio un poco tus hombros y me invade una extraña melancolía al pensar en la infernal dicotomía en la que nos suspendemos diariamente. Pero prefiero callar, prefiero no decirte nada otra vez… Sí, de nueva cuenta el cáliz fue derramado y la algarabía consumada en tus labios con los de otro ser que, desde luego, no era yo. Solo sombras ensangrentadas, fragmentos inconexos de lo que alguna vez fuimos. Me aferro tristemente a esas memorias fracturadas por el tiempo como un mendigo a unas migajas rancias de pan. Anhelos imposibles en la copa de los recuerdos carcomidos por el silencio y la impotencia de no saber ya quién soy ni quién he sido.
No sé, no creo que tenga ya ningún sentido hablar de esto; especialmente cuando sé que nada haré al respecto, pues así he decidido continuar amándote. Mis sospechas, según tú, son infundadas, absurdas, ridículas; mas yo sé que no es así. Sabes bien que me has mentido tantas veces que ya ni siquiera sé si alguna vez no lo hiciste. Tal vez la mentira es tu esencia parapetada tras esa inmarcesible y mística belleza que esconde tu peculiar rostro. Pero te permito que juegues conmigo, que destruyas cada una de mis esperanzas para luego volver a construirlas cuando, por las noches centelleantes, tu cuerpo centellea al ritmo del mío y pretendo que eres solo mía. Versos inconexos y palabras trágicas es lo que me queda en esta tarde lluviosa donde reflexiono todo esto en melancólica soledad. ¡Qué locura pensar que, entre más te alejas, más me engancho a ti! Debo estar muy loco o ser muy tonto para pensar que algún día me amarás como yo a ti.
A veces, siento como el fuego del infierno arde en mi interior y experimento obsesivos deseos de quitarte la vida. No sé cómo es que aún no lo he hecho, pero los deseos son muy fuertes. Unos celos enfermizos se apoderan de mi mente y te persigo a donde quiera que vayas. Necesito saber todo de ti en todo momento, aunque ni eso, supongo, es suficiente, pues siempre encuentras la manera de herir mi ego. Dudas no tengo ya, incluso me atormenta intentar si quiera comentártelo. Sé que, si esa conversación pasa, te irás de mi lado para siempre. ¡Soy un tonto, una escoria, un pobre diablo! No obstante, mi amor por ti no me permite vislumbrar otro escenario donde no estés a mi lado. ¡Te necesito más de lo que me necesito a mí, no te imaginas cuánto! Acaso tú te matarías si ellos te lo pidieran, en especial si él te lo pidiera… Pero yo me mataría aún si no me lo pidieras, pues prefería morir yo antes que ver morir nuestro trastornado y lóbrego desamor.
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Caótico Enloquecer