Monotonía

De vuelta a casa, cansado y sin un motivo para seguir. La monotonía se había apoderado de su interior, la depravación había hecho estragos con su espiritualidad, y lo que más le asqueaba era ser parte de una raza decadente como la humanidad. Despertar, desayunar, ir a la oficina, trabajar, comer, trabajar, regresar, cenar, mirar la pantalla execrable, dormir y repetir la enfermedad con la vacía esperanza de conocer a otro humano en iguales condiciones de tedio, con el cual procrear y hacer de su vida una miseria menos recalcitrante. ¿Realmente así sería si eso aconteciera? ¿No era una estupidez luchar, soñar y hallar en esto un falso sentido a la existencia de una criatura por naturaleza ignominiosa y fútil? Así parecía que tantos lo hacían, así es como en este cementerio de sueños las supuestas entidades humanas hallaban su camino.

Pero los días pasaban y él envejecía, hastiado de la rutina y elucubrando superfluamente en su mente, intentando hallar una escapatoria distinta al suicidio o la locura. Mujerzuelas, pornografía, drogas, alcohol, antros, televisión, celulares, viajes o cualquier otra cosa, ¿no era todo parte de bagatelas para continuar el perfecto moldeamiento de los humanos? Sus compañeros eran todos unos imbéciles, demasiado iguales al promedio, luchando por un aumento en el trabajo, un ascenso, un mejor puesto, o pensando en el aguinaldo para comprarse un automóvil o irse a la playa a pasear. Los viernes era una locura el ambiente, desde muy temprano se escuchaban alusiones a la fantástica fiesta que se habría de consumar en el bar, acompañada de borrachera, risas, diversión y depravación. ¿Para esto servía la existencia? ¿Era este el límite al que podía llegar tan repelente y absurda criatura como el humano?

Y, mientras sus compañeros de oficina, meros títeres sin cerebro ni voluntad derrochaban su quincena en aquellas salidas nocturnas donde decían explorar lo que era la vida, millones de seres sufrían, morían, eran esclavizados, violados, torturados y demás. Pero la hipocresía se extendía a todos los niveles, desde religión, política, economía, ciencia y cualquier otra manipulada mentira impuesta como verdad. Aquellos zascandiles que él observaba hundirse plácidamente en la mediocridad solo eran el resultado de un orden inculcado para evitar el auténtico despertar. Sin embargo, él mismo no era diferente; esa era la principal motivación para sentirse mal, que terminaba por ser lo que más despreciaba, por carecer de sentido como tantos zombis que por la calle transitaban con la mirada perdida en el celular o sosteniendo un cigarrillo. ¿Qué era él en aquella blasfemia? ¿Por qué debía permanecer entre aquellos humanos a los que tanto detestaba y de los que no se diferenciaba? Morir era más que necesario, suicidarse era lo único que restaba para escapar de la monótona realidad.

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Libro: Repugnancia Inmanente


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