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No hay novedades

No, no hay nada nuevo. No hay nada, en realidad. Nuevamente me asomo por la ventana y miro los mismos edificios, las mismas casas, las mismas personas que sonríen estúpidamente y cuya ignorancia y felicidad no puedo ya compartir. No hay nada dentro ni afuera, nada por lo que valga la pena respirar, nada por lo que quiera existir. Todo es absurdo, todo se está derritiendo en el fondo de una lúgubre pocilga, de un desperdicio infinitamente atroz. Y sé que mañana será igual, que tendré de nuevo el vómito existencial, que esta psicosis no menguará. Y el amanecer, ¡maldita sea! ¡Cómo detesto el amanecer! Un día más, un día menos. Otra vez despertar para odiarlo todo, para aborrecerme en esta prisión existencial. El trabajo, la familia, los amigos, la bebida, los cigarrillos, el absurdo… En fin, nada especial, nada diferente.

Anhelaría mezclar mi sangre con la de algún otro ser igualmente hambriento de amor, pero me es imposible. Ya ni siquiera puedo amar, ¿puede concebirse algo más trágico? No, no se puede. No puede existir nada más inútil que yo y mi disfunción mental. No existe nada por lo que valga la pena seguir en esta vida, pues no es sino la patética y triste historia de un perdedor. Lo más irónico de todo es contemplar la navaja y acariciar la pistola, oler el dulce aroma de la muerte que tanto añoro, que tanta falta me hace, que tanto se me escapa. Mi vida no podría ser más desabrida, más insulsa y obsoleta, pues no tengo nada de especial, nada por lo cual diría yo que podría sonreír. Conocidos pocos, verdaderos amigos menos. Y mi familia tampoco me entiende realmente, todo es jodidamente absurdo. Únicamente la esencia del encanto suicida es lo que me envuelve ahora y el deseo de no ser yo por más tiempo ya es imposible de refrenar.

Lo que más me asquea es siempre hacer lo mismo, esta enfermiza rutina que tantas náuseas me produce. Es que ¿acaso no existe algo más interesante en la vida? Prostitución, decadencia, pornografía, juego y demás cosas ya las había consumido y me tenían más que aburrido. ¿Qué hacer? ¿A dónde ir? ¿Con quién hablar? Todos estaban tan ciegos y yo era tan imbécil. Solamente un falso profeta condecorado con la amnistía de los viles pecadores, un ser que levitaba en las mentiras a las que se aferraba para evitar su propia insania. Mi mente parecía no corresponderme y mi cuerpo era más como una tumba que algo viviente. Yo mismo ya ni siquiera me sentía vivo, ni siquiera podía reconocerme como una entidad que existía. El hartazgo existencial siempre me invadía, siempre corrompía mi alma… En fin, todo lo que sé es que hoy tampoco hay nada nuevo, no hay ninguna novedad, tan solo me queda ya esperar mi absurda y más que necesaria muerte.

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Melancólica Agonía


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