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La Execrable Esencia Humana 37

Siempre me decían que había que vivir, pero nunca estaba claro el por qué ni el para qué. Paradójicamente, eso era lo que menos parecía importarles a aquellos absurdos seres que se solazaban con las más viles zarandajas de una realidad sumamente miserable y nauseabunda como esta donde el dinero, el poder y el sexo significaban todo.

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Sí, era una locura intentar cambiar el mundo, pues éste no quería ni necesitaba ser cambiado. Dejar que se pudriera en su infinita miseria era misericordioso y mejor aún era retirarse entre las sombras del suicidio más hermoso.

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La habilidad de hablar en la mayor parte de las personas era más bien un tormento; un verdadero pesar para los que debíamos soportar sus estúpidos discursos, sus ridículas creencias y sus vomitivas voces.

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El asco hacia la humanidad y todo lo que de ella se desprende es, inevitablemente, el destino de los espíritus más enigmáticos y reflexivos.

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Lo que verdaderamente me molestaba de morir era la fatídica idea de la reencarnación. Nada más triste y funesto podría concebir que el hecho de retornar a este patético mundo siendo como todos esos seres tan absurdos a quienes tanto desprecio y cuya simple existencia me provoca terribles náuseas e infinito malestar.

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La Execrable Esencia Humana


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