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La Execrable Esencia Humana 52

¿Por qué había de serme tan difícil existir del mismo modo absurdo en que lo hacían todos? Yo no era diferente, ni siquiera quería vivir. Era solo que había en mí una sensación de profunda desesperación y hartazgo que me atosigaban a cada instante y que me hacían imposible continuar respirando. La náusea de pertenecer a esta realidad era cada vez más difícil de contener y conjeturaba que en algún punto se tornaría imposible de soportar… ¿Qué pasaría entonces? ¿Me suicidaría al fin? ¿Me convertiría en un homicida obsesivo? ¿Sería por fin yo un dios momentos antes de mi drástico colapso? Nada estaba claro, solo que en verdad no podía yo continuar viviendo así…

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Varias veces ocurrió que las garras del olvido me apretujaban más de lo normal y el único auxilio al que podía recurrir era el dulce sabor del suicidio sublime. El tiempo ahorcaba mis emociones preñadas de un pánico infame, aunque detrás de las cortinas se parapetaban todavía efímeros destellos de esperanza poco convincente. A ellos me entregaba cuando peor se tornaba el absurdo, cuando la melancolía emergía de mis entrañas en un grotesco paroxismo de esperma y sangre empleado durante el ritual del sello sempiterno. Los poemas han sido todos quemados y de las cenizas surge ahora la silueta de un pájaro cuya benevolencia no comprendo, pero que me agrada al mismo tiempo que me desconcierta.

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Las venas ensangrentadas eran solo una mínima prueba de la angustia y la nostalgia que reinaron siempre en mi ser, puesto que el verdadero tormento al fin había culminado cuando me entregué tan placenteramente al encanto suicida. Y ¡en qué estado mental tan extraño me hallaba yo cuando decidí desplegar los manuscritos de la sordidez extrema! Cuando, quizá sin pleno uso de mis facultades, tomé aquel cuchillo y descuarticé sus vientres con infinito y exquisito goce… Nunca la sangre me había excitado tanto como aquella noche, pues forniqué con sus cadáveres hasta el amanecer y la dulce embriaguez del suceso no desapareció ni siquiera cuando me encerraron en aquel manicomio. Suponen que fue solo pavorosa esquizofrenia, mas yo pienso otra cosa: yo creo que fue una mezcla de impulsos reprimidos durante años y la natural consecuencia de la desesperación de existir en su máximo esplendor.

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Nada más aburrido y patético que la existencia humana sin importar cuánto se le trate de orlar. Y nadie más torpe que el ser humano para aferrarse a su miseria y sinsentido con tan feroz sagacidad. Supongo que no tenemos nada más y que la muerte nos aterra demasiado como para recurrir a ella siendo aún jóvenes; aunque sería lo mejor sin duda alguna. Posiblemente lo mejor sería nunca haber nacido, he ahí un gran dilema por elucidar y del que muy pocos se ocupan. ¡Qué digo! Hoy en día la filosofía, como tantas otras cosas, está más que acabada; está enterrada junto a dios y, al igual que este, no resucitará ahora ni nunca.

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Pareciera desolador en primera estancia, pero al final es tan liberador y natural como la muerte misma el que toda esta argucia llamada existencia no sirva de nada. Al menos tal me parece ser la evidente verdad para la gran masa de infectos gusanos que diariamente existen sin merecerlo y sin que sus vidas signifiquen algo más que podredumbre, deseo sexual o vileza sin fin. La humanidad ya casi toca fondo, dicen algunos… Pero ¡si ha tocado fondo desde hace mucho! Desde hace tanto que, de hecho, ya no recuerdo cuándo fue la última vez que contemplamos el resplandor del sol y que no nos refugiamos en nuestro inmanente abismo para protegernos de la intolerable realidad.

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Más allá de las banales concepciones humanas, ¿qué sentido tiene la existencia? Quitando todos los elementos de que el exterior nos impregna, todas las personas que creemos importantes, todos los sucesos casuales que creemos especiales: y, en especial, si no existiera el sexo, ¿qué habría entonces que impidiera el suicidio masivo de esta patética y anómala raza de tontos? Si aun con eso resulta mucho mejor matarse, creo que la respuesta es obvia. Lo único que lamento es haber conocido este mundo y haberme relacionado con los triviales seres que lo habitan; ¡ya qué! Ahora solo pensar en el más allá me consuela, me llena de una gracia que recorre todo mi ser y me hace añorar desaparecer esta misma madrugada. La existencia ha sido prostituida, pero ¿con objeto de qué? ¡Como si importara ya saberlo! ¡O como si saberlo fuera a cambiar algo!

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