Y pensaba irremisiblemente que la muerte debía saber muy bien; mucho mejor que cualquier comida, que cualquier mujer, que cualquier bebida o que cualquier droga. Pero, sobre todo, siempre tuve la firme convicción de que sabría mucho mejor que mi miserable y absurda vida.
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El verdadero milagro (y a la vez la terrible ironía) de la creación es que una criatura tan asquerosa y pérfida como el ser humano pueda llegar a creer que es lo más evolucionado y cercano a la perfección. Si yo fuera el lamentable dios que ha creado por error a esta patética criatura, sentiría infinitas náuseas no solo de ella, sino sobre todo de mí mismo.
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La mente de las personas hoy en día ya ni siquiera les pertenece, pues están tan consumidas por los repulsivos elementos que la pseudorealidad ha encasquetado en ellas como para intentar razonar o reflexionar lo más mínimo; tan solo son títeres que respiran por mera casualidad, que existen a causa de un blasfemo error y que morirán en su eterna y vomitiva intrascendencia.
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Y la inconmensurable agonía de no tenerte esta melancólica noche será, espero, la clave para finalmente plasmar mi última poesía con mi sangre: mi tragedia suicida.
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Realmente no hay esperanza, no hay razones para despertar al amanecer. No hay ayer, hoy ni mañana. No hay ya nada por lo cual seguir existiendo en esta patraña llamada por tantos ingenuos vida. Lo mejor, y lo único que queda ya, es sencillamente desaparecer por la eternidad y que todo lo que soy se desintegre en los abismos de los más sórdidos infiernos.
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Romántico Trastorno
