Perplejidad

Es ya la madrugada, otra vez estoy solo y sosteniendo en mi mano la única forma que conozco para librarme de esta equivocada existencia no solicitada. En esta prisión se ha marchitado mi interior, se han carcomido mis sueños y se ha podrido el intelecto con que creía subsistir. Todo ha sido consecuencia de la humanidad, la única culpable de haber maltrecho mi esencia divina, la más sórdida de todas las naturalezas en las que pude haber existido. Estoy cansado de ser yo, de ser esto en lo que se ha trastornado la pureza de mi alma, de ser solo una sombra más que vaga sin rumbo entre aquellos que se dicen vivos. Y, si todo no es más que un sueño, entonces creo que despertar sería lo más sensato, pero es algo casi improbable en mi actual condición humana, en mi infernal miseria existencial.

Estoy convencido de que solo la muerte podrá arrancar las telarañas nauseabundas que han arrinconado la sublimidad y los sueños que otrora sostuve en contra de la realidad ficticia ante la cual se han doblegado mis débiles rodillas. Solo resta elegir el método que me transportará al otro extremo de la puerta que permanece siempre abierta, que restaurará la energía desperdiciada en una vida sin sentido en el planeta de la hipocresía donde se solazan los humanos de la blasfemia percepción. Podría decir que sí, que estoy un poco perplejo, tal vez mucho, al observar el arma en la cama. Pero la tomo, la acaricio, la saboreo, la introduzco en mi boca y luego, con irónica delicadeza, la retiro y la coloco en mi sien. Lo único que quiero es seguridad; sí, tener la seguridad de no volver a mí jamás.

Recuerdo que hubo un tiempo, un instante ahora oscurecido en mi consciencia, en que el amor me salvó del suceso divino. Esa sensación tan utópica envolvió mi mente y me plantó en un cielo idílico que adormeció los dolores que me han sido tan inherentes desde el despertar cósmico extendido más allá de mi alma. Sin embargo, tan efímero como el anhelo de seguir existiendo, asimismo el amor se despedazó demasiado pronto, dejándome mucho más maltrecho, mudo y perplejo de lo que miro ahora con disgusto en mi absurdo reflejo. Anonadado y pensativo, retiro los ropajes de la falsedad para situar mi verdadero yo al acecho de la sombra que se apoderó del humano que alguna vez esculpí. Me entrego suavemente a la esencia de la muerte, al encanto suicida que traerá consigo, espero, una tranquilidad jamás hallada en la vida. Cargo la bala al fin, siento que es mejor en la sien. Aprieto los dientes, pienso en la inutilidad de mi existencia, en la intrascendencia de todo, en la desesperación de ser yo. Jalo el gatillo, todo es ya silencio y oscuridad, y entonces ¡despierto una vez más!

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Libro: Repugnancia Inmanente


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