Otro día más sumido en la amargura, consumido por elucubraciones que no tienen respuesta. Pero ¿qué más podría hacer? ¿A dónde podría ir? ¿Con quién podría hablar? ¿Cómo aceptar que realmente nunca he tenido interés en nada ni en nadie? ¿Cómo intentar sonreír cuando la mayor parte de mi está hundida en la más sórdida miseria? Y ¿para qué pretender que deseo seguir existiendo cuando lo único en lo que pienso en todo momento es en suicidarme?
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La existencia humana es, indudablemente, la mayor blasfemia que el más atroz y miserable desvarío haya podido esbozar. Es la prueba evidente de lo que jamás debería haber existido y el mayor enemigo de la pureza y las virtudes. ¿Por qué no simplemente erradicarla por completo en un noble y benevolente intento por purificarlo todo?
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Lo que realmente me pone triste el día de hoy, mientras contemplo el techo de esta deprimente habitación, es no haberme podido suicidar. Todos y todo lo demás, ciertamente, ya no me interesa, pues es irremediablemente carente de todo sentido y no podría sino vomitarlo una y mil veces seguidas hasta que no quedara nada más en mí por vaciar sino mi humana y funesta alma.
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Este mundo está ya demasiado corrompido en todos los sentidos y no tiene salvación alguna. Además, los seres que lo habitan son meros esclavos de la pseudorealidad cuyas patéticas vidas deben ser exterminadas a la brevedad. Nada se bueno resta ya, tan solo hace falta dar el primer paso en la gran purificación y entonces sí que se podrá hablar de evolución; antes, jamás.
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¡Qué contradictorio me parece todo lo que me ocasionas! Y ¡qué sombríos son los sentimientos producto de tu inefable contemplación! Hablo principalmente de estos deseos tan recalcitrantes y obsesivos que experimento de querer hacerte el amor toda la noche y de querer, al mismo tiempo, asesinarte al amanecer.
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Romántico Trastorno