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Romántico Trastorno 33

Pensar que mañana contemplaré nuevamente otro absurdo amanecer es, con toda certeza, la cosa más deprimente que inunda mi ser. Y es que sencillamente ya no soporto seguir existiendo ni un segundo más y no sé cómo es que antes podía soportarlo. Todo me asquea: las personas, el sol, los árboles, los pájaros, las moscas, el tráfico, el trabajo, la estúpida necesidad de comer y tomar agua, el viento, la lluvia, el arcoiris, yo mismo… ¿Cómo despertar de una pesadilla de la cual eres prisionero desde hace tanto y cuya única posible libertad es la muerte?

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Más páginas en blanco, más sangre derramada inútilmente sobre esta alfombra mal estampada y más días recostado pensando ya solo en el óbito… Ya ni siquiera recuerdo cuando fue la última vez que sonreí ni que me sentí aún vivo, quizá porque jamás fue así. Detrás de cada una de mis fingidas sonrisas se escondía siempre la inefable esencia de la muerte y frente a mí solo visualizaba, una y otra vez, aquel hermoso momento donde mi alma y mi cuerpo dejaran de ser uno solo por siempre.

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Si pudiera expulsarla de mí, arrancar sus pegajosas telarañas de mi alma, pero no. Creo que, incluso sin ella, ya no me sería posible continuar. Creo que estará conmigo hasta que decida poner fin a mi sepulcral agonía y me seguirá torturando sin parar. Estoy hablando, desde luego, de esta extraña, caótica y melancólica condición llamada la desesperación de existir… Y mi triste corazón tampoco quiere ya latir, porque lo que más añoro indudablemente es ya no estar aquí ni un día más. ¡Ay, mi felicidad tiene solo un rostro y se llama el más allá!

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Y todo lo que siempre fui siempre fue un fracaso; tal era mi condición por defecto. Y todo lo que siempre quise siempre terminaba por arruinarse, entonces ¿para qué vivir así? ¿Qué caso tenía autoengañarse una y otra vez con falsas doctrinas, banales ideologías o absurdas creencias? Quien no soporta la verdad, halla el mejor de los consuelos en las más profundas mentiras. Yo ya no podía hacer eso por más tiempo; y eso, ciertamente, se había convertido en mi propia ruina.

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No sé si esta noche al fin decidiré matarme, pero si no, creo que entonces enloqueceré. ¿No es ese el único resultado posible al que conduce este mundo horrible e insensato? ¿No es la libertad, en todo caso, una mera ilusión de algo que jamás conoceremos mientras estemos vivos? ¿No es la felicidad, asimismo, una absurda pantomima diseñada para mantenernos ocupados el mayor tiempo posible en lo menos importante? Al final, todo está arruinado; todo está comprado y corrompido… ¡Todo es tan asquerosamente humano!

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Y la tremebunda desesperación que este mundo obsceno causaba en mí ya ni siquiera la podía explicar. Era como si cada suceso me molestara, como si cada persona y lugar me asquearan; como si todo cuanto existiese tuviera siempre impreso un matiz de indescriptible y anodina irrelevancia. Entonces supe que, si no me colgaba pronto, acaso inclusive esta misma noche, podía olvidarme ya de mi cordura para siempre.

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