Y cada mañana, los primeros rayos de sol no hacen otra cosa sino deprimirme más, pues es la señal de que un nuevo día comenzará en esta vacía y pútrida existencia humana. Es el irrevocable símbolo de un nuevo tormento de 24 horas en el cual sería mejor no estar, en el cual la desesperanza será lo único real en cada momento, lugar o situación. ¿Qué caso tiene continuar así? ¿Para qué volver a fingir una sonrisa cuando todo lo que quiero es llorar hasta ahogarme en mi propio llanto y sentir la sangre escurriendo de mis venas? Supongo que, en el fondo, también yo soy un mentiroso como todos ellos (y yo más que ellos, quizá); supongo que también soy todavía demasiado humano, aunque precisamente sea esto lo que más enloquezca y asfixie a mi alma extraviada. ¿Qué hacer? ¿A dónde ir? ¿Cómo aceptar que la vida y no la muerte volvió a triunfar hoy en este delirante ensueño de brutal y agónica incertidumbre?
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Hacía tanto tiempo que ya no podía sentir mi corazón, al menos en un plano que no fuera el onírico. Mis recuerdos habían sido fundidos con la esencia de la muerte y mis pensamientos con el cáliz del absurdo. Ya no sabía quién era yo ni quién o qué habitaba este cuerpo; existía solamente como una hoja arrastrada por la más insana tempestad, consumida por un fuego imposible de apaciguar. A cada intento por un efímero bienestar conseguía simplemente hacer más miserable y patética mi triste y lóbrega alma. Todo estaba pintado de un gris sepulcral, infestado por una melancolía enloquecedora que devoraba mis neuronas y carcomía mi razón. El tormento nunca se iba realmente, sino que se retiraba ocasionalmente para dar paso a uno mayor y mucho más intolerable; ¡qué harto estaba de siempre fingir que quería más de una realidad de la cual nunca me sentí parte! No solo estaba condenado a vivir, sino también a envejecer y morir. ¿Libertad? ¿Libre albedrío? ¿Voluntad? Nada de eso tiene sentido desde mi perspectiva, pues es anulado desde el momento en que somos forzados a experimentar la tragedia de existir.
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Ciertamente, jamás se puede escapar por completo de la pseudorealidad. Incluso la palabra escape parece una estúpida ironía, pues no hay ningún lugar a donde ir que no sea esta miserable realidad; al menos no mientras se siga con vida.
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La muerte lo es todo, simboliza la máxima exégesis del sufrimiento en su algidez más extrema. Y la vida, pues bueno, la vida es la representación del mayor absurdo que cualquier pésimo dios pudiera haber concebido.
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Por supuesto que te extraño, pero extraño más verte feliz, aunque sea sin mí, aunque sea a su lado, aunque sea lejos de aquí.
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Romántico Trastorno