Me preguntaba si las personas también experimentarían alguna vez esa profunda melancolía y esa incipiente agonía al considerar que todo podría ser intrascendente en sus vidas. Pero no, era evidente que esa clase de preguntas no eran las que un ser normal se haría. Tal vez simplemente yo estaba un poco más deprimido y loco que de costumbre, tal vez era que sencillamente yo jamás debí haber existido.
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Me planto frente al abismo y miro mi vida en un remolino de esperma y sangre, desde el comienzo hasta el fin, desde la tragedia hasta la felicidad, desde la vida hasta la muerte. Y entonces doy un paso, luego otro… Caigo, caigo hacia el punto de no retorno, pero me encanta la sensación de inexistencia en esta efímera vorágine atemporal.
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Voy caminando lenta y placenteramente hacia el sendero que me conducirá hasta el olvido eterno, gritando como un loco y sonriendo ampliamente, pues al fin miraré de frente la sonrisa de la muerte. Finalmente, todo terminará hoy y no podría sentirme más agradecido de culminar una blasfemia existencial que, ciertamente, nunca me agradó en lo absoluto.
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Hace tanto tiempo que me siento tan vacío, que no tengo inspiración de nada, que me repugna comer y despertar y que detesto a las personas, los lugares, las situaciones y el mundo entero. Realmente hace tanto que ya ni siquiera recuerdo estar vivo y que ya ni siquiera sé qué o quién soy. A veces, incluso, dudo que siquiera exista.
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Solo una cosa podría ya hacerme sentir ligeramente feliz: suicidarme… Y luego desaparecer por completo, desaparecer para siempre de cualquier mundo, realidad, dimensión o universo. Desaparecer de cualquier tipo de existencia sin importar las circunstancias o paradojas, desaparecer sin dejar rastro alguno de mi infame constitución. Desaparecer mi pasado, mi presente y mi futuro; volverme uno con la nada y diluir mi atrofiada esencia en el vacío eterno e infinito.
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Romántico Trastorno