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Tormento

Me atormentaba pensar que las personas más miserables, mediocres, estúpidas, vulgares e incultas eran las que más fácilmente aspiraban a la felicidad; y acaso eran las únicas. Pero ¿qué quedaba en un extraño y asqueroso sistema que exprimía los sueños, el talento, la imaginación y la creatividad? ¿Desde hacía cuánto la humanidad fingía vivir en este pantano de inopia y bestialidad? La existencia no tenía ningún fin, cualquier acción realizada resultaba intrascendente; era ridículamente indiferente ser igual o distinto, o ¿no? Tantas dudas afligían mi moldeada percepción, principalmente el rechazo. Y nunca había respuesta, por más que se buscase. Al menos no para mí, al menos no para los dementes como yo que dudaban siempre de todo, que aspiraban solamente al suicidio sublime. ¿Qué podía yo hacer? ¿A dónde podía ir? ¿Quién o qué me ayudaría? ¿Acaso necesitaba ayuda o más bien una bala en mi cien? ¿Cuál era la diferencia entre la locura y la cordura hoy en día?

¿Cómo vivir cuando no se quiere? ¿Cómo seguir cuando morir se debe? Sí, eso era; imposible sería enumerar todo lo que aborrecía en este mundo banal, pues había tanto que me disgustaba y con lo que la gente a mi alrededor solía entretenerse. Pensaba también si siempre había sido así, si desde el comienzo el ser humano había cedido tan fácilmente ante la estupidez, el sinsentido y la depravación. ¿Habían existido acaso seres con verdaderos sueños, talento y genialidad? ¿Alguna vez la poesía, el arte, la literatura y la música valieron más que unas piernas abiertas, un lujoso automóvil o un fajo de papeles ante los cuáles todos se arrodillaban? Pero no, el mundo era así; no iba a cambiar tan solo porque a mí me disgustase tan profundamente. Entonces sí que tenía sentido matarse, ¡vaya que sí! ¿Para qué permanecer en un lugar donde me sentía forzado a existir tan vomitivamente? ¿Por qué demonios tuve que venir aquí para empezar? ¡Oh, tormento eterno y aberrante!

El mundo me molestaba, la existencia me laceraba. Y nada restaba ya, nada había por descubrir ya. La vida resultaba ser solo un desperdicio, una tragicómica entelequia matizada de verdad, una fraudulenta declaración de divinidad. Y no, no sería parte de la decadencia y la mediocridad, pues todavía quedaba una forma para vencer mi propia humanidad; aún podía recurrir a la más excelsa oportunidad de ser libre. Hoy no habría ya mañana, no más mundanidad ni monotonía. Ya no más ridículas pláticas ni tampoco reuniones absurdas donde la embriaguez dispersaba la náusea de existir mínimamente. Mis últimos instantes en este mundo insano fueron los más felices que alguna vez experimentase en esta distopía carnal. Tan es así que, cuando se me encontró en aquella habitación pestilente manchada de sangre, solamente una sonrisa de alivio destacaba en mi cabeza agujerada. Y ¡cómo no iba a ser así, si mi vida era para mí un tormento que siempre me sentí obligado a vivir!

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Locura de Muerte


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