El canto suena ya y posiblemente la mañana me encuentre entre la sangre y la agonía con que escribo estos últimos versos, pero he de confesarte que solo morirá mi cuerpo, pues mi alma se ha colado entre tus sueños para reposar en aquel sitio donde jamás podrías negarme el mirarte, aunque ya jamás podría besarte ni auscultarte. Viene la sombra del suicidio y me coquetea desde la lejanía, me llama con vehemencia infernal, me dice que ya es tiempo de concretar la tarea más universal. Pero aún la ignoro, aún puedo, creo, soñar contigo hasta que el amanecer me deprima nuevamente, hasta que despertar en este plano anodino signifique una nueva muerte. Y toda la nostalgia se quedará por siempre acumulada dentro de mi lóbrega alma, tan solo para indicarme donde he de posar mis manos ensangrentadas cuando enciendas la flama; aquella que habrá de purificar todos mis pecados y hacerme regurgitar todas mis mentiras.
Estos deseos tan obsesivos me apabullan y la escasa energía que aún fluye por mi putrefacto cuerpo no es señal suficiente para comprobar que aún existo. Me siento tan obligado a realizar los actos más básicos, las acciones más insignificantes, las labores más monótonas. Me siento, en el fondo, en las penumbras de mi alma, irremediablemente forzado a seguir respirando. Y tal agonía, casi sempiterna, se multiplica por el infinito cuando te vas, cuando siento que me ignoras y cuando creo que te olvidas de que mi miserable existencia carece de todo sentido sin tus caricias. Pues ¿qué más queda para un ser tan absurdo como yo? ¿Qué otra razón hay para no suicidarme que no seas tú? Si todo mi mundo es tan asquerosamente gris sin el resplandor de tu refulgente estrella, sin el melifluo de tu dulce voz, sin la ataraxia que me proporciona tu inefable compañía. No queda nada si tú no estás aquí, si no vuelves esta madrugada y me tomas entre tus brazos para disolver un poco mi locura.
Y te quiero decir tantas cosas, tantos sentimientos que me trastornan desde hace siglos. No sé, pues cada que te miro pasar por ahí, con esos cabellos castaños y esos ojos fulgurantes, siento que podría enamorarme de ti el resto de mi vida. Y tu cuerpo me fascina, pues, sin importar lo que tú creas, para mí eres la más sublime obra de arte. No necesito ninguna razón en específico para extrañarte, pues la mezcolanza de sensaciones surge tan espontáneamente que hasta me atemoriza sentir que el aire que respiro es tóxico sin tu divina compañía. ¿Qué tienes tú? Probablemente es cierto que no eres especial en el mundo, entre todas las personas de esta absurda existencia. Pero ¿sabes algo? Eres especial para mí, para mis ojos y para mi alma. Y eso, creo, es más valioso que cualquier otra cosa. Porque, para mi boca, solo la tuya tiene ese peculiar sabor que me hace olvidar lo siniestramente ridículo y absurdo que es vivir. Para mi alma, solo tu boca es la única que puede destruirme y construirme a la vez.
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Anhelo Fulgurante