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La Agonía de Ser 49

Quisiera tanto poder definir lo que me ocurre cuando te miro, pero no me es posible en absoluto. Tan solo quisiera que no existiera nada más entre nosotros; que ninguna fuerza, de este mundo o de otro, pudiera jamás separarnos. Quisiera que fueras tú todo mi universo y yo el tuyo, que jamás volviéramos a nosotros por separado. Quisiera que donde terminase todo lo que es mío, comenzase inmediatamente todo lo que es tuyo; sin espacios para nada entre los dos, ni siquiera para el tiempo, la eternidad o la muerte.

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Podría equivocarme en todo de todas las maneras posibles, pero jamás me equivocaría en algo: en haberte amado con todo mi corazón, aunque al final te haya(s) terminado matando por eso mismo. Nunca la razón estuvo de nuestro lado, pero nunca la necesitamos en realidad. Hoy sé que haberte amado no fue un error y que, aunque todo el mundo hubiese estado en nuestra contra, ni siquiera así habría dejado de amarte. Espero encontrarte una vez más en ese idílico lugar donde la luz es eterna y el sol una consecuencia del azar. Hasta entonces, no me queda sino retirarme a llorar y buscar consuelo en los brazos de mi dulce y amada soledad.

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La oscuridad es demasiado fuerte, el odio crece sin cesar y los deseos de matar(me) son todo lo que me queda ya en mi divagante y absurda existencia. Solía pensar que tú calmabas mi psicosis, pero creo que era justo lo contrario: tu amor liberó mi sombra y tu muerte la consagrará en la cúspide del fénix alado. A tu lado creí haber encontrado una paz impertérrita, pero veo que nunca fue así y que lo único que siempre fue real entre nosotros dos fue el contradictorio deseo de aniquilarnos emocional y espiritualmente.

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Sí, es cierto: tal vez yo esté equivocado; pero ellos, te lo juro, no saben nada… Nunca sospecharán la barbarie en la que se hallan; en la que han nacido y en la que morirán… Es mejor así: dejemos, pues, que la humanidad prosiga regocijándose en la mentira y cegándose con fábulas de mundos, vidas y reinos más allá de este. Están sumamente dormidos y, me parece, no existe poder humano o más allá de lo humano que pueda sacarlos de su ominoso sopor ni siquiera por un parpadeo. Son felices en su lúgubre ignorancia y no desean en absoluto abandonarla, ¿qué se puede hacer ante eso? ¿Cómo darle la contra a algo así? ¿Cómo iluminar a quien se aferra a las más sórdidas tinieblas?

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La poca cordura que me quedaba se sostenía de una tenue línea cuya fortaleza se derrumbó el sombrío día en que tu suicidio se consumó. Desde entonces, la locura me atormenta y me instiga a cometer toda clase de siniestros actos con el único fin de apaciguar por unos momentos el imperante dolor que tu muerte tatuó en mi alma homicida. Las obsesiones y las psicosis no me permiten apaciguar mi espíritu lo más mínimo, aunque no puedo culparlas. Los recuerdos y la melancolía que con ellos sobreviene me sumerge en un abismo de desesperación del cual nada ni nadie puede salvarme. ¿Hasta cuándo continuaré así? ¿Acaso es todo esto la fehaciente señal de que ya debo matarme también yo?

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Cuando un ser llega a la vejez, vuelve a ser como un niño en todos los aspectos; especialmente, en su recalcitrante ignorancia. Y es que, en la gran mayoría de casos, pareciera que la vida de las personas no es sino un infame desperdicio; algo que, de no haber ocurrido, incluso hubiese sido más útil así. Quizás esté equivocado y una parte de mí así lo desea, pero si no, entonces más vale arrepentirse de haber nacido y buscar la forma más inmediata de desaparecer por completo.

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La Agonía de Ser


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