Hubiera preferido haber sido nada antes que haber sido preso de este cuerpo, de esta realidad, de esta dimensión y de esta horrible existencia. ¿Por qué se tuvo que originar algo que solo iba a acarrear sufrimiento y angustia? ¿Con qué objetivo es que todo este pánico infame tuvo que tornarse tan real y hacer palpitar así mi corazón? La impertinencia de estos sentimientos devastados me envuelve y me hace regurgitar todos mis recuerdos y lamentos; me hace olvidar que alguna vez creí que podía seguir adelante y creer en una fuerza misteriosa que de algún modo me acompañaba. Si fuera posible volver a ese tiempo donde la magia todavía resplandecía en mi interior, opacando así los fúnebres espejismos del exterior que terminaron por trastornar mi cabeza y apagar cualquier esperanza.
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Vivir es y será por siempre algo deplorable, algo que únicamente puede conllevarnos a la más indecible esquizofrenia. Y lo es aún más cuando lo máximo a lo que podemos aspirar es tan solo a sobrevivir y no precisamente a vivir, pues este pseudorealidad está diseñada para que solo unos pocos vivan y para que la inmensa mayoría tan solo sobrevivan. Así es esta absurda realidad y así igualmente serán todos nuestros intentos por un cambio verdadero. Lo mejor, así pues, es dejar de luchar, dejar de sobrevivir, dejar de existir… ¡Lo mejor sería matarnos esta misma noche que ya de por sí apesta a hastío y miseria! En todo caso, ¿quién o qué nos necesita aquí? ¿Qué obligación tenemos de seguir en algo que, para empezar, nunca solicitamos? No es no podamos seguir, es que no queremos hacerlo. Y no queremos porque ya nuestro corazón se ha roto demasiadas veces y nuestro espíritu ha sido torturado más de lo que podría soportar cualquier dios.
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¡Qué irónico el asunto de odiar a alguien que, en el fondo, pese a todo lo que nos haya lastimado, nos morimos por amar! Pero tal es la esencia de ese ridículo y humano sentimiento llamado amor, la esencia de algo aún más patético que esta vida de porquería. Nos ahogamos cada vez más en nuestras propias mentiras, nos mentimos cada vez de mejor forma y con gran maestría. En el fondo, solo nosotros sabemos y sabremos siempre la verdad: amar es lo único que no sabemos hacer.
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No me imagino reencarnando de ningún modo, no importa qué artimañas se usen para convencerme de ello. Cualquier encarnación terminará por producir únicamente hastío, repugnancia y sufrimiento sin importar las condiciones. Prefiero no volver a ser humano jamás; es más, prefiero no volver a ser algo jamás. Lo indefinido es lo que quiero, aquello que no posee forma, color, sabor ni olor concreto; aquello que no nace, que no muere y que es y no es en todo instante; aquello que no está en el pasado ni en el futuro, sino que existe más allá de las limitaciones del tiempo y el espacio. Pero si algo así fuera posible, ¿no sería el hecho de desearlo, en mi tonta humanidad, uno de los mayores crímenes alguna vez concebidos?
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¡Qué graciosa es esta abyecta y ruin raza de monos blasfemos que pretenden conocerlo, saberlo y serlo todo cuando, en realidad, su existencia es tan mísera que quizá ni siquiera la nada pueda darle significado alguno! El vacío que impera en los corazones de la triste humanidad es tan inmenso que no podría ser contenido ni llenado con nada; simplemente está ahí y lo estará por siempre. La imposibilidad de ser algo más allá de lo humano siempre carcomerá mis entrañas, siempre me enfermará de un modo horripilante. No sé por qué somos lo que somos y nunca lo comprenderé sin importar cuánto lo reflexione; la esencia más profunda de las cosas es lo que yo busco, pero parece que, en las sombras, una voz se ríe de mis fútiles pesquisas y me hace alucinar con todo tipo de atemporales pinturas.
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El ser, entre más idiotizado esté y más adoctrinado se halle, más fácil le resultará, indudablemente, alcanzar un falso nivel de certidumbre respecto a alguna clase de ideología, doctrina o creencia que le sirva como un nauseabundo pretexto para intentar justificar su ominosa existencia y la de aquellas repugnantes criaturas que ha osado engendrar sin el más mínimo sentido. Ningún esfuerzo será nunca suficiente y todo descubrimiento se convertirá en un eco que el tiempo disolverá con ridícula facilidad. La única catarsis que debería llevarse a cabo es la catarsis de destrucción, aquella cuyo principal propósito sea el de escindirnos por completo de todo aquello que detestamos dentro y fuera de nosotros mismos. Hasta que esto no acontezca, seguiremos errando el camino y ciñéndonos a todo tipo de pintorescas argucias disfrazadas de divino conocimiento.
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El Color de la Nada