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El Réquiem del Vacío 30

Eventualmente, las personas como yo se vuelven solitarias y piensan todo el tiempo en suicidarse. No existe otro remedio, ciertamente. Ni tampoco hay nada que pueda hacerse al respecto. Nadie podrá nunca entender nuestro increíble dolor, nuestra atroz agonía ni mucho menos nuestra tremebunda desesperación. Cualquier compañía, sea familia, pareja o amigos, terminará por volverse una molestia y nos pasaremos todo el día en completa depresión, encerrados en nuestra triste habitación sin necesitar de contacto humano. Y ojalá que entonces, en tales condiciones, podamos tomar la soga, el revólver o la navaja y (ahora sí) tengamos el suficiente valor (o náusea) de extirparnos para siempre de esta pútrida y estúpida realidad. No tendría ningún caso continuar, solamente estaríamos incurriendo en la misma tragicomedia que todos los demás días. Claramente, no es fácil desvanecerse en un purpúreo arrebol de eterna descomposición; mas ¿qué otra opción tenemos? Solamente parece haber dos estados definitivos: vida o muerte. La primera nos causa horror, la segunda incertidumbre. ¡Estamos jodidos! Sería era la coloquial expresión que usaría para describir nuestra terrible situación, una de la cual siempre hemos sido títeres y hemos evadido el indispensable final. Algo en nosotros todavía quiere vivir, quiere amar y sentir… Y hasta que no consigamos asesinar ese algo, dudo que nuestro recalcitrante sufrimiento pueda ser purificado o, mejor aún, silenciado por la eternidad. Las estrellas que coronan el firmamento me hacen pensar que me encuentro en un gran sueño, acaso en una pesadilla de súbito anonadamiento interno. ¿Tendrán ellas razón o, como nosotros los humanos, saben también mentir con una perfección que cautiva y enamora?

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Quizá la soledad sea el único y eterno consuelo de aquellos que, como yo, aún no se han podido suicidar… Y quizá solo aquellos que aún no se han pegado un tiro, cortado las venas o colgado bajo la hermosa sombra de un árbol puedan llegar a comprender la infernal y avasallante desesperación que puede llegar a ocasionar esta monstruosa pseudorealidad y este mundo tan cómicamente intrascendente. ¡Qué tremendamente horrible y absurda es la humanidad! Una y mil veces aniquilaría a todos esos farsantes e ignorantes hasta que mi espada sagrada no pudiera volver a ser bañada con su sangre inmunda y brutal banalidad. Quizás aquí en esta caverna oscura y deprimente no pueda ser feliz, pero mucho menos lo sería allá fuera: rodeado de seres que aborrezco, soportando sus charlas sin sentido y siguiendo sus normas de adoctrinamiento masivo. ¡Oh, dios! Que alguien por favor destruya este plano y que el olvido se trague todo lo que somos y también lo que no. En verdad, ya nada tiene sentido y no puedo creer que todavía estemos aquí. Renuncio a cualquier posible bienestar, a cualquier mínima sonrisa y a cualquier fatal esperanza de un resplandeciente amanecer donde lo humano haya sido asesinado definitivamente. Sé que algo así jamás acontecerá, que el ocaso de este error cósmico está lejos de ser alcanzado. Tal como la verdad, la justicia y la libertad no existen, asimismo cualquier posible entidad suprema y divina parece haberse esfumado y no poder (ni querer) hacer algo al respecto.

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No podía ya evitar cuestionarme tantas cosas y la incertidumbre me estaba volviendo loco. Era solo que no podía ya soportar más días así, era que la desesperación de existir se tornaba cada vez más fuerte y feroz. Cualquier compañía me asqueaba ya y lo único que quería era estar solo con mi impertérrita y cerval nostalgia. No quería escuchar a nadie, no quería relacionarme ya con las patéticas personas de este mundo insano y sórdido. Ya tampoco quería soportarme a mí, pues eso era, ciertamente, mucho más difícil que soportar a otros. ¿Por qué tenía yo que existir? ¿Por qué tenía que estar vivo? ¿Por qué tenía que padecer todo esto? Y, lo más importante de todo, ¿por qué estaba completamente seguro de que ya solo suicidándome podría volver a sentirme bien? ¿Era que la pesadilla de vivir había conquistado mi débil cordura demasiado pronto? ¿Cómo podría sobrevivir muchos años más así si sentía que no podría soportar ni siquiera una maldita noche más? ¿Cómo podían las ruines marionetas de carne y hueso a mi alrededor soportar sus intrascendentes y nauseabundas vidas? En verdad, esto resultaba sumamente inadecuado y abrumador; ¡todo era siempre culpa de los otros! Pero no debía pensar ya en todos esos imbéciles, puesto que, en breve, yo me hallaría en un estado muy distinto. Finalmente, habría cruzado el sublime umbral del suicidio y el más allá se convertiría en mi nuevo hogar. Sí, claro que sí. Al fin y al cabo, la soledad, la tristeza y la muerte eran los elementos más bellos y sinceros que se podían experimentar en un mundo donde ser feliz era equivalente al nivel de ignorancia e inconsciencia de un funesto mono parlante. ¡Cómo los detestaba yo a todos ellos! ¡Qué náusea tan incontenible me producían sus creencias, perspectivas, teorías, doctrinas y todo lo que ellos eran! Y más los detestaba porque sabía, con una certidumbre infernal, que ninguno de esos peones podría jamás entenderme ni mucho menos podría yo sentir el más mínimo aprecio por su insustancial agonía.

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¿Qué es el bienestar sino estar de acuerdo, en mayor o menor medida, con las enfermizas, ridículas y estúpidas imposiciones de esta existencia infame y obsoleta? Cualquiera, así pues, que se sienta a gusto en este mundo, no puede sino ser un tonto que jamás ha reflexionado nada seriamente y que tan solo ha existido del mismo modo que lo haría una piedra; e incluso creo que hasta esta última tendría más sentido. ¡Qué poco es lo que sabemos de la realidad, el tiempo, el amor y la muerte! Y, sin embargo, vamos por ahí pretendiendo ser unos sabios; nos refugiamos en cualquier teoría, doctrina o ideología que nos haga sentir importantes o que nos sugiera una posible explicación ante la bestial y terrible incertidumbre que nos carcome infinitamente. Y, ciertamente, muchos son los peones que caerán en estas telarañas donde resulta prácticamente imposible separar las verdades de las mentiras; suponiendo que realmente haya verdades ahí… Pero dejemos a estos esclavos abrazar aún más su esclavitud mental y espiritual; dejémoslos experimentar un gozo sin igual al desprenderse de su yo y alimentar, con ello, a la pseudorealidad. Resulta curioso analizar que, muy probablemente, cuando creemos haber escapado del infierno, únicamente es porque nos hemos adentrado tanto en él que nos resulta ya imposible siquiera rozar la superficie. Al final, todo tipo de creencias y perspectivas estarán siempre ahí, ¿cuál elegiremos nosotros? Incluso no elegir ninguna es elegir algo; tal parece que la existencia misma nos impele a ser. ¿No es entonces una obligación la tragedia de la vida? Aquí uno tiene que elegir siempre, tiene que luchar contra uno mismo una guerra sangrienta y terrible de la cual acaso solo la muerte puede salvarnos. En nuestra sempiterna soledad más intentamos amarnos, pero terminamos, casi siempre, odiándonos aún más que al principio. Y puede que solo cuando el estado de pánico alcance su punto máximo sea entonces el mismo instante en que mirar de cara al abismal precipicio donde yace todo lo que hemos vomitado ya no nos espante de manera tan voraz.

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Nuestras vidas son tan inútiles y aburridas que incluso la existencia de la muerte podría bien ser un milagro. ¿Qué de malo podría encerrar el magnificente acto del suicidio? Si, de cualquier manera, aquí somos tan infelices y siempre lo seremos… Eso que la gente común y corriente llama felicidad no es sino pura ignorancia; y, entre más, mejor. Para aquellos que pueden contemplar otro tipo de perspectivas más avanzadas y delirantes, precisamente el torbellino de miseria y desesperación parece ahogar cualquier mínima esperanza, cualquier esbozo de una fatal sonrisa en la cúspide de la melancolía mortal. No obstante, parece que nada nos detiene en nuestro avasallante sinsentido y cruento divagar por este cementerio de cadáveres andantes que es el mundo humano. No solo todo está perdido, creo que realmente nunca hubo posibilidad de que algo fuese diferente y ya ni decir mejor. Estoy convencido de que venimos a este infierno terrenal como castigo, para pagar alguna condena cometida en un posible más allá del que no podemos nada recordar. Mas sería una locura, como tantos imbéciles no cesan de vociferar, que esta vida fuese una bendición o algo similar. Por doquier, solo atisbo horrores, mecanismos de tortura y sufrimiento incuantificable; ¿cómo entonces existir en esta pesadilla atroz sería algo bueno? Quizá quienes tanto así lo afirman están ciegos o son ellos los verdaderos dementes, porque claramente yo no podría pensar así ni siquiera si tuviera a mi disposición todos los placeres, sustancias o billetes con los cuales procurarme una vida fácil y cómoda. La humanidad no sabe nada, simplemente escupe cualquier tontería que otros le han impuesto con tal de no sentir que su sendero está más que devorado por las sombras y consumido por el vacío.

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El Réquiem del Vacío


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