,

El Réquiem del Vacío 31

En el momento en el que comenzamos a sentirnos bien rodeados e imbuidos por la influencia de otras personas, es también cuando debe preocuparnos el dejar de ser nosotros mismos, pues es natural que nuestra esencia se verá amenazada por toda clase de ideologías y creencias ajenas. Lo mejor, según me parece, es no relacionarse con nadie nunca. Al menos así nos aseguraremos de no ingerir más mentiras y delirios en nuestra ya de por sí contaminada mente. Desde nuestro aciago y absurdo nacimiento hemos sido alimentados con tantas tonterías y falacias que circulan por los ominosos tentáculos de la pseudorealidad, que resulta casi imposible pensar fuera de este contenedor de basura terrenal. ¡Benditos sean aquellos dementes quienes pueden percatarse de esto a tiempo y experimentan profundos estados de caos, miseria y desolación interna! ¿Quién en su sano juicio no querría volarse la cabeza al volverse plenamente consciente de la ignominiosa y ridícula pesadilla en la que se haya preso en contra de su voluntad? Mas el adoctrinamiento y su posterior y constante reforzamiento hacen que los monos parlantes permanezcan dormidos y abracen su condena como si se tratase de lo más valioso… Hasta que no hayan sido exterminadas todas las religiones, los gobiernos, las corporaciones, las organizaciones, las doctrinas, los cultos, los ejércitos, las herramientas de control y hasta conceptos como la familia y el matrimonio… Hasta que eso no pase, así pues, me temo que el ser siempre estará en el fondo de ese abismo del que cree haberse librado gracias a su supuesta evolución. Nada más risible, porque creo que incluso hemos llegado al punto de no retorno y de máxima insustancialidad.

*

Es difícil aceptarlo en ocasiones, pero es tan real el saber que, la mayoría del tiempo, lo único que podemos hacer ante las constantes y violentas arremetidas de la vida es deprimirnos amargamente hasta poder reunir el valor suficiente para destruirnos definitivamente. El suicidio no es la solución, dicen algunos; pero entonces ¿qué sí lo sería? ¿Acaso abrazar las mentiras propagadas por alguna religión, gobierno o corporación? ¿Hundirse en los vicios, la decadencia o las drogas? ¿Enfocarse en ayudar al prójimo a costa de nuestro propio bienestar? ¿Entregarle a una corporación todo nuestro tiempo tan solo para sobrevivir en una realidad que detestamos con todo nuestro ser? Creo que, para los seres como yo, ya nada de este mundo ni nadie volverá a ser suficiente ni a calmar por un largo tiempo la insana desesperación que carcome nuestra forma interna. Somos incluso más farsantes que todos esos tontos de quienes sentimos náuseas a cada instante, porque al menos ellos pueden seguir adelante como meros animales que no pueden percatarse de su horripilante esclavitud. Nosotros ya no podemos, aunque quisiéramos, hacer algo así. Para nosotros el verdadero infierno vive y arde en nuestra mente, precisamente ahí de donde nada ni nadie puede salvarnos. ¿No deberíamos mejor cerrar las cortinas, olvidar que el sol aún no se ha ocultado y retirarnos para siempre de esta sórdida experiencia donde hemos sido más que humillados?

*

Afortunadamente, existe un final para la blasfemia que simboliza nuestra ominosa existencia humana. No podría concebir que tal sucesión de errores, fracasos, mentiras, vicios, infamias y demás calamidades se prolongara indefinidamente. Es más, ¿por qué tuvo que pasar todo esto para empezar? Evidente es que vivir es un absoluto desperdicio y que la inexistencia siempre será lo mejor en todos los casos. Somos una raza de imbéciles cuyos delirios de grandeza nos han hecho creer que nuestras vidas son importantes; mas todo lo que podamos pensar, sentir o creer no es sino fatal consecuencia del perfecto adoctrinamiento al que hemos sido tristemente sometidos desde nuestro aberrante y patético nacimiento. Somos, además, asesinos implacables de la naturaleza, de las demás especies y del mundo en sí; un virus que erróneamente se ha esparcido y que debe ser erradicado cuanto antes. No importa la justificación que tengamos para asumir que merecemos la vida, todo siempre estará infectado de humanidad y temporalidad sin límites. Quizá solo aquello que tanto tememos, la muerte, sea lo único que pueda traer consigo felicidad, paz y verdad; pero, para ello, está claro que nosotros debemos desaparecer por completo, primeramente. Y que nada ni nadie vuelva a guardar memoria alguna de nuestra infinita miseria y cruenta intrascendencia; que todo lo humano se hunda tan profundamente en la nada que hasta se piense que nunca existió algo así de ridículamente abyecto.

*

Tal vez algunas personas nacimos con un vacío imposible de llenar… Tal vez para nosotros, los poetas-filósofos del caos, jamás nada será suficiente nada sin importar de qué o de quién se trate… Y tal vez algunas personas, como yo, nacimos solo para ver cuánto tiempo podemos resistir sin cortarnos las venas. Y es que en verdad ya nada me parece interesante y todo me produce náuseas; incluso aquello que antes parecía mínimamente relevante ahora me parece igualmente carente de todo sentido. Mujeres, vicios, juegos, borracheras y demás; ¿qué son sino un vano consuelo en mi temporal agonía existencial? Promesas que nunca serán cumplidas, sermones obsoletos en una época que no necesita más confusión; guerras por intereses oscuros más allá de nuestra imaginación, por un efímero poder es que los monos se matan entre sí. ¿Qué es este mundo sino un infierno mucho más sórdido y sutil de lo que cualquier estúpida y execrable doctrina podría ilustrarnos? Me dan lástima los imbéciles que todavía creen en tales fábulas, que esperan la supuesta venida de un tal mesías que los salve de su propia ignominia. Entre otras cosas, la humanidad es adicta a la superstición y el autoengaño; de ahí que, en mayor o menor medida, toda su historia pueda resumirse como una aciaga oda a los más funestos espejismos del vacío.

*

¡Qué aterrador es existir en este mundo, en esta realidad, en este universo, en este cuerpo, en este yo! Pero más aterrador resulta, indudablemente, que sigamos vivos hasta este punto donde incluso pareciera que hemos aceptado cada una de las asquerosas y absurdas vertientes de este horripilante sistema. La pseudorealidad, empero, es demasiado sabia y poderosa; conoce a la perfección cada una de nuestras fortalezas, debilidades, aspiraciones y carencias. Siempre nos arropa a todos y extiende sus nefandos tentáculos desde rincones desconocidos que penetran inmundamente en nuestra alma desgastada por el absurdo. El caos parece estar muy lejos de su críptico apocalipsis, de su escisión cósmica en la guerra atroz del día a día. Por desgracia, patéticos títeres como nosotros no podemos hacer gran cosa; solamente obedecer los designios de un lamentable destino que no cesa de apabullarnos lenta y dolorosamente. Encima, se dice que hay que agradecer por esta tortura inmanente; hay que sentirse bendecido por una vida que odiamos y que jamás deseamos experimentar. No podría ser más ridículo el cuento ni las sombrías argucias que nos hemos tragado desde tiempos inmemoriales. Este mundo, ciertamente, está acabado. Tal vez quienes sea que lo hayan diseñado sabían de antemano que todo esto ocurriría y jamás pensaron en evitarlo, sino que simplemente se han limitado a observar todo desde las estrellas más relucientes y solazarse con cada uno de nuestros delirios arcaicos. De existir seres superiores, la evidencia me indica que son absolutamente indiferentes a nosotros; más aún, que para ellos todas nuestras concepciones, perspectivas o deseos no significan lo más mínimo. No están a nuestra disposición, no están para escuchar oraciones ni sermones, no pueden razonar tan miserablemente como nosotros y se encuentran en un estado demasiado superior para que gusanos infectos y repugnantes puedan llegar siquiera a atisbar su magnanimidad adimensional. El mono parlante es quien ha humanizado todo tipo de deidades, y ¿para qué? Quizá solo en otro más de sus frenéticos y desesperados intentos por sentirse menos solo, patético y absurdo; y, en última instancia, para tener algo a qué culpar o ante lo cual arrodillarse cuando su insignificante voluntad se vea triturada una y otra y otra vez por los misteriosos designios del tiempo, el destino y el cosmos. No sabemos nada de dioses, reinos supremos ni voluntades divinas; solamente hemos diseñado doctrinas aberrantes, religiones grotescas y libros mundanos para reforzar las mentiras que hierven en nuestro interior y nos trastornan sin fin.

*

No importa desde qué perspectiva, doctrina o filosofía se contemple la existencia y el impío galimatías que implica en sí misma, pues de ninguna manera podría tratarse de algo conveniente, apropiado o saludable. Cualquier ser que se diga despierto, consciente o inteligente podrá percatarse rápidamente de mis palabras. A diferencia de otros, yo no afirmo poseer la verdad ni me interesa algo así. ¿Qué verdad, en todo caso? ¿Solo una, muchas o ninguna? El nihilismo, para mí, es lo más sincero que pueda haber. Antes de siquiera pensar en acercarnos a algo divino, deberíamos primero cuestionarnos toda la ignominia y vileza que impregna nuestra abyecta dimensión. Mas nos percataremos, con inaudita tristeza, de lo hundidos que estamos y de lo mucho que necesitamos aquello que nos destruye. La hipocresía y la mentira son nuestros mejores símbolos; aquellos que consciente o inconscientemente sostenemos con blasfema dignidad. Estamos atrapados en un ciclo si fin, en un infierno material al que hemos sido arrojados en contra de nuestra voluntad. Podemos gritar todo lo que queramos, nada ni nadie bajará de ningún reino en ningún cielo a escucharnos. ¿Hasta cuándo entenderemos esto? ¿Hasta cuándo seguiremos esperando que algo externo a nosotros nos brinde un consuelo permanente? ¡Qué miserable y vomitivo sería algo así! Personalmente, me sentiría decepcionado de creer que una supuesta entidad todopoderosa me salvará (¿de qué?) a cambio de seguir absurdos y patéticos mandamientos. Pero dejemos que el mono siga engañándose con esto y con otras tantas ilusiones a las cuáles entrega placenteramente su persona. Verdaderamente, si tuviera que decir algo al respecto, creo que a cada uno de nosotros nos ha sido presentada la oportunidad de ascender o descender. Mas somos demasiado débiles y estúpidos para reconocer y aceptar algo así; y por eso preferimos creer que no somos responsables de nuestro destino y que es un dios (de dudosa reputación y que parece haberse suicidado) quien tiene tal potestad. ¿Qué les hace creer a todos esos farsantes y pecadores reprimidos que a un ser imaginario como el que han pintado en sus más ridículos desvaríos le importa en lo más mínimo salvarlos o destruirlos? La indiferencia divina es lo que impera y creo que así debe ser; puesto que ya cada uno de nosotros tiene dentro de sí todo lo que necesita para salvarse o destruirse, aunque tratemos de negarlo todo el tiempo y busquemos huir de nosotros mismos en el mayor acto de fútil cobardía alguna vez concebido.

***

Réquiem del Vacío


About Arik Eindrok

Deja un comentario

Previous

Infinito Malestar 40

Sempiterna Desilusión 22

Next