Sé que hay dolor y cosas más oscuras que posiblemente te torturan y flagelan tu espíritu. Pero debes saber que, cuando estoy contigo, todo parece tan diferente, tan cristalino. El simple hecho de verte me hace tanto bien, como si me bañara en un precioso y dulce manantial, como perderme en un límpido sueño del cual jamás querría despertar. Supe que quería morir contigo desde el instante en que la existencia misma imploró la concomitancia de nuestros caminos. En tantas situaciones he detestado este mundo ficticio y nauseabundo, pero sé que cualquier otro, sin ti, carecería igualmente de sentido.
Probablemente sea un disparate inconmensurable amarte como puede que lo haga, pues ni siquiera ante tu muerte me resignaría a nunca más sentirte; en mis extraños sueños vivirías para siempre. Y, cuando tu corazón finalmente cese sus latidos, déjame sepultarte en el fondo, en lo más profundo del mío, para que tus memorias embriaguen mi corrompida humanidad y me eleven hasta tocar tus inmortales y sublimes ojos. De bellas, insuperables y augustas formas podría configurarte en el abismo, o en la pútrida soledad que ahora contamina mi sangre, misma que suplica por secarse. De todas las insensatas sensaciones cuyo vaho no merezco, pero experimento, has sido tú la única inevitablemente espiritual.
A cada melodía tuya podría untarla de colores y jamás terminarían mis terrenales oídos de regocijarse con las divinas armonías producto de tu señera fragancia. Quizás alguna vez nos encontremos de nuevo, de otra manera, para pensarnos juntos sin recurrir a la humana sustancia. Acaso ni siquiera puedas asimilarme en aquella característica inmaterialidad de mi ser, pero ten por seguro que, en el único y eterno ósculo ya profetizado, te haré sentir con tal intensidad todos los eones que a mi cariacontecida reminiscencia has descepado.
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Anhelo Fulgurante