Me agrada tanto soñar con tu límpido y adorable rostro, con esos ojos en donde puedo percibir lo más hermoso de la existencia y con esos alborotados cabellos tan sedosos y cósmicos, con esas cejas pobladas y arqueadas, y esos labios sibilinos que, al unirse esotéricamente con los míos, me confieren la potestad de deleitarme con aquella inmaculada melodía de tonos tan lejanamente sublimes y que solo el palpitar de tu corazón plateado con tanta pureza consigue ofrecerme. Es inaudito el inefable y rítmico rugido que opaca todas las banalidades en mi alma, ese que únicamente proviene de discernir los símbolos para desentrañar y vivificar tu cromática sombra, de saborear y reconstruir los infinitos fragmentos que yacen despedazados en tu espíritu, de conectarme con tu verdadera forma más allá de tu superficial figura humana. Quiero que vengas, quiero que hagas lo mismo conmigo; que entres en mí y que consigas acomodar cada pieza que lacera mi ominosa consciencia.
Quiero que unas lo que sea necesario, que saques las tinieblas para iluminarlo todo con tus supernovas ingentes y avasallantemente relucientes. Necesito que fulgures con tal magnificencia, con tan suprema y contundente luminiscencia que no deje rastro alguno de lo que he sido. Reconstrúyeme con tu vida y revíveme con tu muerte, pues solo tú conseguirías animar mi carcomida y maltrecha esencia. Yo te seguiré en cualquier plano o dimensión, inclinaría los relojes cósmicos con tal de besar tu alma una vez más, de hacerte ver la angustia en la que me suspende esta impertinente forma humana y esta absurda debilidad carnal. No sabes cuánto apreciaría no ser tan defectuoso, procurar responder ante todos tus pestañeos y tus soberbias caricias con el máximo intercambio del ser. Porque yo a ti podría otorgarte lo que fuera, sin importar la cantidad de suicidios ni de extinciones masivas. Yo a ti quisiera conferirte el poder para deshacerme y configurarme como mejor te pareciera.
Yo podría arrancarme el corazón y elevarlo hasta el tribunal en tu preciado nombre. Yo sacrificaría mi alma para concederte un poco menos de infelicidad, para hacerte sonreír con tu inmanente delicadeza y tus ojos jaspeados de un carmín violento y excitante. Yo podría arrancarme de esta infame existencia para asegurarte un solo momento de placer y plenitud, aunque fuese en la soledad de tus plenilunios donde solo tristes poemas quedarían, aunque fuese en el manantial a través del cual mi reflejo ya no sería el que tu sonrisa ocasionaría. Pero yo lo daría todo por esos diminutos momentos en el espacio donde rieras mágicamente, pues ese sonido podría guardarlo para buscarte si es que todavía quisieras conocerme, para decirte lo sagrado y adecuado que ha resultado el sentirte en este universo decadente. Yo te he soñado mucho más de lo que te imaginas y te he imaginado de tantas maneras que el hecho de besarte se ha convertido en todo lo que quisiera hacer y soñar por siempre.
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Locura de Muerte