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Obsesión Homicida 17

No sé cómo caí en la obsesiva idea que me acompañó hasta la noche elegida para completar mi destino. Lo último que recuerdo es haber tomado el cuchillo y haber mirado con ternura sus rostros inocentes y cálidos, totalmente ignorantes de mi trastornado estado. Sobre todo, me ensañé con ella: con la mujer que hacía ya mucho tiempo atrás había creído amar, a la cual había entregado mi corazón, mi alma y mi vida, y que, sin embargo, me había traicionado desde el comienzo.

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Cuando recobré la consciencia y retomé el control de mi cuerpo, cuando mi mente se recuperó de aquel invasor que devoró mi razón por tan sombrío tiempo, me percaté de que mis manos estaban manchadas de sangre y de que, frente a mí, se hallaba sin vida la carne descompuesta de la familia que tanto proclamaba amar, pero que en realidad repugnaba. Entonces reí como nunca, puesto que finalmente tendría lo que nunca tuve: libertad.

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No me suicidaría luego de haber acabado con mi eterna amada, lo haría cuando realmente ya no me soportara, cuando ser el homicida obsesivo me aburriera tanto como la vida. Sí, no sería esta noche mi muerte, sino la de ella; pulverizaría su falso rostro con mis nudillos y vomitaría en sus intestinos cada una de las patrañas que se encargó de encasquetar en mi mente.

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El amor y la moral son las dos quimeras más representativas de lo que es la humanidad: un conjunto de seres acondicionados, esclavos de fantasías y gobiernos atroces, prisioneros del sexo y el dinero, adoradores de la banalidad y el sinsentido. En resumen, algo que nunca debió haber existido.

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Y, sin embargo, pese a la infinita repugnancia que habita en su interior, el ser cree regirse por la dulzura y la pureza del amor. Cree, en su intrascendente percepción, poder mantenerse incorruptible ante el exterior sin percatarse de que su interior es la fuente de su propia náusea. El problema yace en la naturaleza humana y sus aberrantes características: su egoísmo, su maldad y su estupidez. Hasta que no se aniquile al último ser humano, no podrá existir algo verdaderamente puro y armonioso.

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Lo que la humanidad piense del bien y del mal me tiene sin cuidado; es más, me parece tan absurdo y funesto como la existencia misma de esta infame blasfemia llamada sociedad. ¿Por qué habría de importarme la opinión de seres que ni siquiera pueden permanecer ajenos a los más deplorables vicios y cuyas mentes han sido totalmente conquistadas por la irrelevancia? En todo caso, les tengo lástima a todos esos pobres diablos. Si yo fuera uno de ellos, hace mucho tiempo ya que me habría matado.

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Obsesión Homicida


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