La desesperación existencial no es comparable con ningún otro estado del ser. La mezcolanza de sensaciones que se experimentan cuando se llega a ese extremo es algo nada agradable, pues es más bien como una locura infinita de la cual es ya imposible escapar.
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Entonces los días se vuelven intolerables, las personas se tornan insoportables, la vida se ensombrece y la mente se trastorna. Sin embargo, no hay forma de negar que, si se reflexiona profundamente sobre la existencia, siempre se terminará por caer en ese estado tan demoniaco y purificador: el suicidio.
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La vida, por donde se le mire de manera sincera, no es sino una sempiterna irracionalidad. Acabar con ella sería la labor de un dios, perpetuarla sería la de un estúpido.
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El mundo es un fiel reflejo de lo que es la humanidad: una miserable tragedia destinada a corromperse sin importar cuánto se intente ser diferente.
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No cabe la menor duda de que, para que este mundo cambie, primero debe ser exterminada la mayor parte de la humanidad, si no es que toda.
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Libro: El Halo de la Desesperación