Alcanzando lo aleatorio mediante la supresión de los sentidos mortales, inhalando el vaho del universo en el vínculo etéreo del alma… Fúndeme con la divinidad que mi humanidad ha obnubilado en mi interior, desgarra las capas de putrefacción que la realidad ha vertido sobre mi razón… Inmanente permanecerá el único conocimiento verdadero, el ulterior símbolo de aquello que jamás existirá en la patraña que ha conminado este mundo al absurdo; aquel con la sangre helada y los sentidos mitigados conocerá de lo que habló el monje oscuro. Y el pequeño ente hará brotar de su pecho un humo morado que purificará la suciedad que nos ha cobijado. En el cielo una bola blanca continúa absorbiendo nuestra energía, pero ya es tiempo de recuperar todo lo que hemos vertido en su nombre… Es tiempo de elevarnos por encima de nuestra vomitiva humanidad y destruirnos desde dentro, hacer colapsar todos los instintos que nos mantienen presos en esta sacrílega pseudorealidad.
Una hora después del viaje comenzaron los delirios del retorno, aullaron los lobos para escapar de mi cabeza, los valles se contrajeron para adormecerme con su presteza. Expandiendo la oscuridad para hacer de esta sombra mi mayor aliado, deslizándome por los recovecos de la eternidad y esquivando cualquier inmundicia que se presente, cualquier escollo donde tantos infames se han de atorar… Analizando más allá de la insignificante percepción humana, escindiendo lo supremo de esta pestilente prisión para elevarme por encima de la neblina insana e infinita… Escucho el sonido de un piano, una melodía cargada de una nostalgia imposible de comprender, de una tristeza que a cualquiera haría enloquecer. Sigo el sonido, aunque sé que me llevará lejos del camino, pero no importa ya. En realidad, incluso el tiempo me ha abandonado, incluso la vida no es algo que haya preferido. ¡No, para nada es así! Preferiría mil veces nunca haber existido antes que vivir una sola vez.
Solo deseo alejarme del presidio que representa la depravada existencia de un conjunto de monos sin sentido, de la cruenta mentira ante la cual millones han intercambiado sus almas por cualquier cosa alejada del celestial lienzo en el fondo del cielo. Alimentando la voluntad para superar mi propia naturaleza, raspando los restos de lo que fue mi vida humana, saludo al benevolente almizcle de la muerte que al fin en mi auxilio viene. Me abraza, me dice que todo estará ya bien, pero ¿habré de creerle? No es su presencia lo que me inquieta, sino la incertidumbre del retorno, de saber que podría ser conminado al averno nuevamente. Entonces ¿de qué sirvió la lucha contra la bola blanca? ¿De qué sirvió haber seguido la nostálgica melodía del pianista deprimido? ¿De qué sirvió haber vivido o haber muerto, si todo estaba ya decidido? El azar deja poco a los solitarios y menos todavía a los locos, pero no me arrepiento de haber huido de aquel plano donde todo está brutalmente corrompido.
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Locura de Muerte