Ese era mi mayor temor, que podría pasarme toda mi existencia elucubrando acerca de las supuestas verdades universales y supremas, pero en el fondo algo me decía que la única verdad por descubrir era la que mantenía oculta en mi sombra: la muerte. Solo ella valía la pena ser descubierta, puesto que era ella y no la vida nuestro inexorable sino.
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El ritual cambió para siempre mi vida, todo cuanto aconteció en los tardíos albores perdió su significado y me pareció un vano intento del destino para alejarme del óbito divino. Quizás antes hubiese sido bueno intentar autoengañarme por completo y fingir ser como el resto: adoctrinados y estúpidos monos; conglomerados irremediablemente al rebaño, pues sus mentes habían colapsado sin que siquiera pudieran percibirlo. Para ellos, la muerte no significaría nada; para mí, lo significaría todo.
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Y ahora estaría en mí la concepción de una divinidad que, en mi limitada y patética humanidad, solo podría contemplar para apaciguar los feroces llamados del suicidio que me atormentaban cuando despertaba y aspiraba todo ese aroma a mundanidad. Las calles de la ciudad, el tráfico anonadante, el calor asfixiante y todas las horas que pasaba encerrado en aquella demencial oficina eran la vida que conocía y de la cual no podía librarme por más que así lo anhelase mi alma. Luego, la familia, los hijos, los padres, los amigos, las amigas, la pareja… ¿Cuándo tendría tiempo para mí? ¿Cuándo podría reflexionar todo lo que siempre he querido? ¿Cuándo osaría al fin desaparecer por completo de la vida de todos y entregarme por vez primera a mi propia esencia? Quizá, barruntaba melancólicamente, eso solo sería posible en el más allá…
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Cuanto este mundo pudo ofrecerme no significó nada cuando entendí que la única verdad asequible en mi estado humano era el hecho inevitable al que todo converge y del que intentamos tan frenéticamente escapar mediante los más absurdos engaños: el suicidio. Vivimos solo para morir, aunque nos encante adornar nuestro vacío con miles de mentiras, personas y actividades que nada significan. Además, sabemos perfectamente que estamos solos y que los demás solo nos estorbarán; no obstante, decidimos abrazar los espejismos con tal de evadir siempre un poco más la cruda realidad. Somos tan humanos todavía y tan cobardes como para deslizarnos por las oquedades de la razón y anteponer la espada antes que el grito de nuestro atormentado corazón.
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Ni yo sé con exactitud las razones de por qué quiero estar contigo, mas me parece que quiero estar contigo porque a tu lado puedo intentar no odiarme tanto a mí mismo. Y me parece que, entre tus brazos, puedo olvidarme por unos momentos de todo: de mí, del mundo, de la realidad, de la vida misma y hasta de mi inminente e inevitable suicidio. Sé, sin embargo, que tales ensueños son solamente fatales quimeras con las que alimento mi mente y embriago mi espíritu; y es así puesto que, para alguien como yo, ya solo desvanecerme en el cerúleo éxtasis de la nada podría tener sentido.
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La Execrable Esencia Humana