Estas últimas palabras retumbaron en la desconocida consciencia de Leiter. Se miraba a sí mismo como soñando dentro de un sueño, imaginando toda clase de absurdidades. Ciertamente, era aterrador su destino, pues le parecía haber sido conminado a lo que el extraño guía había llamado la inexistencia absoluta. No podía sentir ni pensar nada, se encontraba aislado de todo. Jamás creyó que aquello fuese tan intolerable, aquel silencio que mataba, aquella libertad que oprimía. Si por lo menos pudiese experimentar algo: amor, tristeza, ansiedad, desesperación, dolor, rencor o compasión. Pero nada, absolutamente nada restaba para él. Decir que el silencio era intolerable o la libertad opresiva eran meras ficciones. Estaba, al fin y al cabo, vacío, escindido de cualquier tiempo, espacio o universo. ¿Cómo podía estar en la nada si ésta no tenía forma o consistencia definida? Se percató de la imposibilidad para entenderse a sí mismo. Era tan humano, tan escuetos sus razonamientos y tal la soledad que lo ahogaba. La voz de la mujer que creía haber amado surgió como una oquedad, como un ligero sentido en la oscuridad del absurdo total.
Por alguna razón, tuvo la descabellada sensación de ignorarla, de permanecer en la inexistencia absoluta, si es que aquello realmente se refería a tal concepto. ¿Para qué prestar atención? ¿Para qué regresar y luchar? ¿Qué más importan el Vicario, La Máxima Aurora o La Refulgente Supernova? Y ¿qué si tantas naderías ocurrían y tantas otras no? ¡Que se fuera todo al diablo! Así razonaba hasta identificar a Poljka y, al levantar su mirada, hundirse en aquel azul cautivante. Esa era la respuesta que requería: no volvería para luchar por la humanidad o por la infinidad de multiversos y planos, ni siquiera lo haría por el TODO, lo haría por ella. Tal era el poder que una simple esencia humana albergaba para realizar los más impredecibles desatinos. Entonces se elevó y rasgó su propia alma, liberó su sombra. Ahíto de vibraciones recalcitrantes, se lanzó locamente hacia la oquedad de donde provenía el centelleante susurro de aquella mujercita y… ¡despertó! Abrió los ojos justamente en el instante en que Poljka había colocado sus impecables labios, no físicos sino espirituales, en los suyos.
Todo tembló, incluyendo al Vicario. Aquella fuerza no podía provenir solo de un simple beso, ni siquiera el amor tenía tal poder. Debía ser que finalmente Leiter lo había logrado, había adquirido lo que el guía aseguraba con firmeza: había interpretado el mensaje y fundido su humana esencia con el TODO. El primer sonido proferido por su alma tanto tiempo sometida e incompleta fue un grito, pero de una magnitud apabullante. Encerraba toda la incapacidad de aquel limitado ser para escapar de la pseudorealidad. El grito expresaba una confusión de sentimientos y pensamientos sin igual, tan intensos como en ninguna otra esencia jamás se hubiesen concebido. Leiter había superado su propia humanidad, había destrozado las cadenas que lo aprisionaban en su propia cárcel, había saltado intrépidamente las barreras que le prohibían expandirse. En resumen, había aceptado lo que más odiaba en él, había dejado de ser para edificarse desde el comienzo, había liberado su sombra y la había dominado junto con la dualidad.
Leiter ya no era más un humano, había aspirado el aliento del infinito y amalgamado en su interior la esencia magnificente de la eternidad. Su percepción había trascendido la intuición de la divinidad espléndida. Su cuerpo, mente y espíritu se habían expandido hasta alcanzar lo más inmenso en cualquier representación del multiverso, y en la visión sublime del TODO. Había proyectado su ser hasta conquistar la existencia misma, absorbiendo en sí cualquier realidad, tergiversación, aleatoriedad y evolución. Su alma había alcanzado el estado supremo, proveniente del origen incorruptible del pneuma. Su inspiración magnificaba la gloria del espiral ascético, vaciaba cada civilización en una contorsión estruendosa, vibraba como solo la pureza máxima lo haría, nacía y moría a cada intempestivo parpadeo. Y, pese a todo, aquella esencia continuaba siendo humana.
Todo cayó, la dimensión estaba rota gracias al desgarrador grito espiritual de Leiter. El ojo luminiscente de la verdad que todo lo ve fue cegado y arrojado de vuelta a los ciclos olvidados de oscuridad desconocida. Las bocas obscenas se mordieron la lengua hasta sangrarse y los dientes se les cayeron, para evaporarse sin poder proferir ninguna otra maldición. Las ranitas bellamente moteadas también se fueron, no sin antes haber regurgitado cantidades enormes de sangre verdosa y haber entonado una especie de cántico lóbrego que cesó al poco tiempo, pero que fulminó los cruces estocásticos en la distópica pseudorealidad. Las imágenes mostrando la depravación de la humanidad se esfumaron en un santiamén, al igual que los restos de la bolsa gelatinosa, la estrella de cuatro picos y las bolas grasosas. El agujero en el supuesto suelo se cerró de un solo golpe y, lo más interesante, los poderes tan ostentosos de los siete malditos viejos se apagaron, permitiendo al Vicario recobrar su natural fortaleza y contraerse para luego desenvolverse entre la más preciosa expulsión de cromática y espiritual energía.
La lucha que durante eones se había maquinado secretamente para dominar la muerte había terminado. La Refulgente Supernova llegaba a su fin. Sea por el grito espiritual de Leiter o por la expansión energética del Vicario, seis de los miembros de la inverosímil orden desaparecieron para siempre. El único que se mantuvo en pie, tremendamente agitado y con el semblante destrozado, fue el enigmático doctor Lorax, alternando su alma entre sus once personalidades, contorsionándose entre distorsiones dimensionales y vomitando cierta sustancia de índole netamente cósmica, rasgándose cada parte de su ser en espejismos de muerte anticipada. Un remolino de sombras risueñas lo acometía, de su interior escapaba una personalidad tras otra entre aullidos impensables. Cuando solo quedó él en sí mismo, se materializó la maldita cabra negra, aparentemente la personalidad más poderosa en aquella mezcolanza interna. Sus iridiscentes cuernos retorcidos y abismal tamaño no impresionaron al Vicario, quien, con un soplido, se encargó de dormirlo por completo. El doctor Lorax quedó tirado, derrotado y temblando como un perro arrojado al desperdicio. Con el rostro oculto bajo uno de sus brazos, se diría que había muerto, pero, extrañamente, no se había desvanecido como el resto.
Leiter miró a su alrededor, Poljka no lo acompañaba más. Después del más sagrado beso y del grito catártico, también ella había sufrido las consecuencias del galimatías. La esencia magnificente había aceptado su sacrificio y la había envuelto. Leiter, comprendiendo la magnífica oportunidad, se acercó tambaleantemente hacia el Vicario, hasta tenerlo cara a cara. Una sensación horripilante acongojó su ser. Se observó internamente, pero no en su cuerpo, sino en su alma. Era un sinfín de matices, invadido por ramificaciones de patrones desconocidos que se extendían por todo su ser. No tenía corazón ni cerebro, solo vibraciones ascendentes que convergían en destellos inmaculados de luz y oscuridad. Además, en ambas palmas de sus manos había ojos tornasolados cuya mirada parecía provenir del infinito mismo. Estos ojos también estaban distribuidos en su cuerpo, en puntos específicos: parte sexual, abdomen, plexo solar, corazón, garganta, frente y coronilla. Y, aunque en principio creyó haber alucinado, cuando volvió en sí percibió con inaudito temor que aquella forma no era un sueño. También se percató de un curioso detalle: el Vicario no poseía ningún órgano sexual. La respuesta era más que obvia, pues dada la elevada vibración de su esencia, no necesitaba reproducirse ni experimentar el contacto físico que en las dimensiones inferiores resultaba tan necesario.
Aquel ser, fuese lo que fuese, estaba lejos del alcance de Leiter. No solo se trataba de su sabiduría, procedencia y controversial naturaleza, sino el hecho de que fuese único en su tipo, ya que su evolución había alcanzado el infinito, pues se alimentaba de la muerte a su alrededor, fuese cual fuese la causa. El Vicario jamás moría puesto que nunca había nacido, sencillamente era la esencia magnificente en su esplendor. Lo que tantos eones tomaría a seres imbéciles como los humanos y demás razas inferiores, aquel sublime poema convertido en energía lo englobaba a la perfección. Fue precisamente esta elucubración la que inspiró e impulsó a Leiter a realizar aquella trágica locura, la de intentar rozar la superficie del Vicario hasta alcanzar su etéreo corazón.
Sabía que después de consumarse el acto jamás nada volvería a ser igual, que el choque de universos destrozaría su cuerpo, su mente y posiblemente su alma; sin embargo, ya no soportaba más la idea del retorno a la funesta humanidad. No había ninguna esperanza en el hecho de regresar a su absurda existencia en aquella plaga de monos adoradores de falsas doctrinas y corrompidos por lo terrenal. ¿Qué podía perder al tratar de purificarse con el toque de la esencia más celestial? ¿Para qué volver? ¿De qué serviría proseguir con su existencia miserable en la civilización contaminada? Y, en un último arrebato, arriesgando hasta la última vibración de su espíritu, consiguió no solo tocar, sino atravesar, como si de esencia inmaterial en absoluto se tratase, a aquel sublime y definitivo representante de lo que el humano jamás podría ser.
Lo único que Leiter contempló antes de disolverse en la nada fue el infinito interior del Vicario. En efecto, la energía y las vibraciones que lo componían estaban a millones de años luz de ser comprendidos por la humana percepción. Pero no solo eso se hallaba escondido en aquel ser, sino también un conjunto de conexiones similares a telarañas infinitas cuyos matices y configuración harían enloquecer al más evolucionado arconte. Los había por doquier, inmensas e intrincadas relaciones de lazos espirituales que parecían ser más caminos del multiverso. Por desgracia, la contemplación de aquellas conexiones indescifrables con rarísimos colores y de sonidos estrepitosos fue tan ínfima que Leiter terminó por no creerla real. Leiter entendió, al fin, que la esencia magnificente, el Vicario, el TODO, el multiverso, la vida, la muerte, la existencia, conceptos, percepciones, supuestos, sentimientos, sensaciones, emociones, planos superiores o inferiores, destino y energía conformaban uno solo extendido para florecer donde quiera que fuese posible la experimentación del ser. Esa era la verdad que tanto tiempo intentó aprehender y que jamás, sino hasta ahora cuando se sentía entregado al vacío, conseguía arañar en su perecer. Después de haber atravesado al Vicario, todo terminó con un soplido cósmico que marchitó la dimensión, arrasando con todo en su interior, excepto con lo único que en cualquier reencarnación del multiverso podría ser sin nacer ni morir: su esencia.
…
Algún tiempo después…
Era un día bonito, soleado y lleno de vida, pero absurdo como cualquier otro en el mundo plagado de monos. Los pájaros cantaban al compás de la naturaleza, cuyos riachuelos discurrían tan diáfanos y lucían refrescantes, expresando cierta belleza inconforme con los habitantes de aquel sacrilegio. Los árboles se agitaban y parecían saludar a todos los visitantes que asistían con cierta regularidad y con el corazón acongojado, en espera de una pronta rehabilitación. Era un lugar hermoso para un hospital de alienados, aunque nada más adecuado para que éstos salieran e intentasen sanar sus dañadas mentes con los exquisitos y bondadosos regalos que ofrecía la naturaleza. El esplendor en conjunto de aquel paisaje bastaría para cautivar a cualquiera, excepto a uno, que nunca había querido salir de su habitación y cuya mirada lucía tan perdida como su razón.
–Buenas tardes, doctor… ¿Cómo le va? ¿Qué tal marcha todo por aquí?
–De maravilla, señor… Nunca me había sentido más confiado en mi vida, los pacientes se han adaptado a nuestro sistema, somos compasivos con ellos.
–Me da gusto que así sea, ahora con respecto a… –y el semblante del misterioso personaje se tornó sombrío.
–Considero que sería mejor si tratásemos ese asunto en mi oficina, ya sabe, por si acaso… –replicó el afamado doctor.
–Claro, como usted guste, lo acompaño.
Ambos partieron rumbo a la oficina del doctor. El señor de tan enigmática apariencia visitaba a menudo el hospital, siempre iniciando la conversación de manera casual, pero enfocándose en su objetivo principal: el paciente de la habitación treinta y tres. Este señor interesado era poseedor de una gran fortuna, algunos murmuraban que se trataba del más adinerado en todo el planeta. Su aparición en los medios había sido repentina, pero de inmediato atrajo el interés de empresarios y del público en general. Incomprensiblemente, parecía adivinar cada uno de los movimientos de la bolsa y siempre amasaba las mayores ganancias, jamás erraba. Era capaz de prever cualquier situación fuera de lo común y se jactaba de ser solo un suertudo principiante. Pero no solo eran las finanzas donde destacaba, sino que había invertido en prácticamente todo: religión, política, industria, corporativos, armas, espectáculos, deportes, etc.
Independientemente de lo acaecido, su negocio nunca cesaba de crecer. Era como una especie de monopolio, pues cada vez adquiría los derechos de más y más compañías de diversos sectores. Sus competidores le temían y ninguno entendía tal proceder, suerte ni antecedentes, pues jamás se había visto tan abrupto crecimiento en tan poco tiempo. ¿De dónde había obtenido el poder y el dinero para levantarse tan inesperadamente y conquistar el mundo? Eso solo el diablo podría averiguarlo, y quizá ni él. Además, mantenía amplia amistad con las personalidades más eminentes en cada rubro de la civilización, especialmente con banqueros y líderes religiosos. Un detalle curioso era que, en una reciente entrevista, había afirmado que su poder procedía de un lugar más allá de las fronteras de este planeta. Y así, sus respuestas eran siempre enigmáticas y controversiales, hasta que todos terminaron por acostumbrarse a su exótica forma de ser, tomándolo como un sujeto al que no le gustaba para nada revelar sus secretos.
Paralelamente, se había fundado un eminente hospital psiquiátrico en el lugar donde antes se encontrase un prestigiado centro de investigación científica que fue demolido y clausurado en el más siniestro secretismo, envuelto en infinitos casos de conspiración y experimentación anormal. No obstante, nada de esto pudo ser comprobado, y, en un frustrado intento por cesar las disputas, los implicados resolvieron tirarlo todo y comenzar desde cero con un nuevo proyecto. No tenía mucho de estos eventos, los cuáles coincidían con el triunfo del eminente señor…, quien parecía no tener límites en su riqueza y frecuentaba aquel hospital tan cautivador. Se rumoraba que solo familias con sobrados recursos podían internar ahí a sus enfermos, pues los costos del lugar estaban muy por encima del presupuesto de la gente mortal.
Cuando el señor… y el doctor… arribaron a la oficina, tomaron un café y discutieron brevemente sobre zarandajas. En fin, tras unos minutos la conversación se dirigió hacia el punto de interés: el enfermo de la habitación 33, con el cual tenían cuidados especiales y a quien sometían a constantes estudios, tanto físicos como mentales.
–Bien, cuénteme sobre él, ¿qué lo hace tan especial? –inquirió el multimillonario cuya identidad no estaba clara, pero que se hacía llamar “el enviado”.
–Hemos realizado pruebas, pero será un largo camino –replicó el doctor, cuya mitad del rostro se había tornado sombría y cuyas palabras sonaban como si realmente no quisiese hablar.
–Me alegra escuchar eso. ¿Se encuentra usted bien, doctor…?
–Sí, es solo lo de siempre –contestó el doctor, quien a su vez se había hecho llamar “el recibidor”.
–Bien, pero no olvide tratarse cuanto antes, o si no…
–Le aseguro que no es nada, siempre me ha pasado así.
–Entonces prosigamos, iba usted a hablarme sobre los resultados con el paciente de la habitación 33.
–El humano que frustró nuestros planes, aunque solo temporalmente.
–No me diga cosas que ya sé y que me recuerdan nuestro tropiezo. Gracias a ello he tenido que mostrarme en este mundo terrenal y fingir todo un comienzo.
–Bien… Hemos hallado información sumamente interesante, siendo el principal elemento el de la inexistencia absoluta.
–Y eso ¿qué significa?
–Bueno, dado que el centro fue demolido, perdimos unos cuántos siglos de investigación en las capas más superficiales, pero seguimos laborando con exactitud y controlando el mundo desde los niveles más profundos. La inexistencia absoluta quiere decir que él ha sido olvidado por todo y todos.
–¿Todo y todos?
–Sí, es un caso severamente raro, incomprensible incluso para nosotros con nuestras modernas técnicas científico-esotéricas. La magencia ha aportado poco comparado con sus excelentes resultados en otros casos. Nos tomará mucho más tiempo del que creíamos descifrar su relación con el extraño suceso que ocasionó el Vicario, y mucho más todavía localizar a éste último.
–No importa, el tiempo es lo de menos para aquellos que disponen de él a su antojo. Deme más detalles sobre lo que llama la inexistencia absoluta.
–Desde la fundación del hospital, nadie ha osado visitarlo. Sabemos que su familia ha olvidado todo acerca de él, y no solo ellos, sino el mundo, el universo y el multiverso entero. Incluso la muerte lo ha olvidado y jamás perecerá. Está conminado a vagar en su interior y experimentar el horror de la verdad por siempre. Solo él ha rozado al Vicario y lo que ello ha implicado terminó favoreciéndonos. Leiter no puede morir, porque ya no existe. Es complejo de explicar, pero, aunque su cuerpo esté ahí ahora mismo, ha sido borrado de la consciencia general; o sea, de la mente de todos los que lo percibían. No tiene a nadie que lo recuerde, nadie sabe de su existencia y a nadie le importa lo que le pueda ocurrir. Lo más grave, tal vez, es entender lo que acontece en su interior, pues, como le dije, está condenado a sufrir, como en un ciclo, los mismos hechos una y otra vez, desde lo ocurrido a su llegada al centro de investigación hasta la tragedia con el Vicario. Especialmente, le inquieta saber de Poljka y sus dos amigos, pero nada puede hacer para averiguarlo. Es como si estuviera en un túnel, en un trance que jamás terminará, y eso fue por haber osado tocar a la esencia magnificente. La verdad, yo tampoco me explico cómo es que sobreviví, pero no importa. Continuamos estudiándolo para, algún día, extraer su condición y retomar la verdadera misión de nuestra orden.
–Muy bien. Fue muy fácil para usted adaptarse a la personalidad que le implantamos procedente de una formación en psiquiatría, veo que ningún trabajo le ha ocasionado el dominarla.
–Ninguno en absoluto.
–Me parece espléndido. Solo encárguense de Leiter lo más pronto posible, averigüen si a través de él y su inexistencia absoluta podemos localizar al Vicario. Un nuevo fracaso no será tolerado…
–No se preocupe. Le aseguro que, aunque nos tome una eternidad, o dos, o tres… Al final, hallaremos el modo de enmendar este asunto. El poder del Vicario será nuestro tarde o temprano.
–Estuvimos tan cerca de haberlo obtenido, y, de haber sido así, habríamos podido doblegar a la muerte para cerrar el ciclo.
–Pero ¿qué es un ciclo para nosotros? ¿Qué son el infinito y la eternidad?
–Nada, solo un absurdo más, como la existencia y la humanidad.
–Además –añadió el doctor con una suspicaz mueca y arrojando algo de sangre por la boca–, no hay ningún peligro ya. No es concebible que existan más humanos como él. Los demás monos están contentos con la pseudorealidad y los vicios que ésta les confiere. Mientras los compensemos con dinero, sexo y materialismo, continuarán dedicando sus vidas al sinsentido. Los haremos trabajar extensas jornadas y fatigaremos sus mentes para ofrecerles entretenimiento y diversión en recompensa. Ellos tendrán hijos y se preocuparán, el crecimiento desmedido de la población agobiará sus espíritus, si es que aún los conservan, frustrará sus sueños y alimentará la negatividad. Mientras los monos tengan un celular, una televisión o el internet jamás se percatarán de la verdad. Están tan acondicionados y se sienten tan a gusto en esta mentira que han olvidado lo que significa la verdad. Ya nadie la busca ni interesa conseguirla, pues es mucho más cómodo vivir engañado y sin cuestionar. Pero eso no es todo, también tenemos religiones para realizar la proeza universal de atontar a la mayor parte de la población. Solo basta poner una imagen como centro de atención, sin importar si es un sujeto ensangrentado clavado a una cruz o un venerable monje en posición de meditación. Solo basta con hacerles creer en una nueva vida en algún paraíso para obturar la miseria en el plano actual. Por otra parte, hemos conseguido inmortalizar la guerra, hacer que jamás exista la paz, que la naturaleza violenta del mono se desate en cualquier momento y lugar. Podríamos bien acabar con la esclavitud, la injusticia y la pobreza, pero ¿para qué? ¿Qué sentido tendría un mundo así? Es preferible experimentar con ellos, comenzar desde cero la recolección de la energía negativa, pues el momento en que hallemos al Vicario ha de llegar, y entonces la muerte a nuestros pies se ha de arrodillar. No hay ningún peligro, se lo puedo asegurar. Sin importar cuántas veces el mundo termine y vuelva a comenzar, siempre será lo mismo: solo la banalidad y la decadencia serán los emblemas de la humanidad.
Dicho esto, ambos contemplaron por unos momentos al desdichado de la habitación 33, quien yacía sentado en la orilla de su camilla con los ojos en blanco y tan esquelético como una calavera, pero conminado a existir en repetidos ciclos sin poder jamás morir. Esa era la inexistencia absoluta: continuar viviendo cuando ningún sentido tenía ya proseguir. Había sido olvidado por todos, extirpado de la consciencia del TODO, aislado de cualquier universo o entidad. En tanto, los sujetos se desternillaban al saberse imposibles de frenar, pues el mundo lo habían confeccionado a su modo, para servir a sus oscuros propósitos y exterminar cualquier noción de verdad.
Uno de aquellos sujetos resultó ser el doctor Lorax, cuya identidad se revelaba ahora como el treceavo supremo (entidades misteriosas que no poseen vida ni muerte) Le había sido implantada una nueva personalidad para encargarse de la mentira que cubriría las verdaderas investigaciones subterráneas, la de un hospital para enfermos mentales. El otro sujeto no era sino el doceavo supremo encarnado, quien se había visto, tras el reciente fracaso de La Refulgente Supernova, en la necesidad de relacionarse con el mundo terrenal para indagar por cuenta propia sobre el nuevo orden. Ambos se mostraban felices a pesar de lo acontecido, pues ninguna duda les quedaba de la corrupción inminente del mono y de la inmensa posibilidad para reconstruir su imperio, aunque, ciertamente, jamás había caído, solo había sido retrasado el bello y atrevido plan para dominar la muerte. Ellos continuaban ordenando en todos los aspectos de la sociedad, mantenían bajo su control cualquier ideología y hasta promovían el despertar, sabiendo astutamente de la imposibilidad humana para trascender y desenvolver su esencia, pues desde el nacimiento sus almas eran extraídas y empleadas para perfeccionar a la nueva entidad, cuyo contenedor yacía en la total demencia y la inexistencia absoluta en aquel pintoresco hospital.
Así fue como concluyó la historia de aquel joven de ojos tristes quien quedó condenado a la inexistencia absoluta. Intentar descifrar lo que aconteció después de su encuentro con el Vicario continuará siendo un enigma. Por otra parte, el mundo prosiguió siendo un caos, con más violencia y decadencia que nunca, incrementando la cantidad de monos encasquetados en la estupidez y el sinsentido. Los amos de esta algarabía nefanda miraron con satisfacción tal conducta y el poder de la pseudorealidad se incrementó sobremanera. El engaño se había santificado, era cada vez menos posible atisbar la pureza y la verdad, discernir de qué trataría un auténtico despertar. Cualquiera que fuera la acción o el momento, el pensamiento o el sentimiento, nada estaba exento de ser una mera falacia. Sin importar hacia donde se dirigiera esta raza inferior llamada humanidad, siempre estaría bajo el influjo de su propia banalidad.
De Poljka, así como del resto de los integrantes de la repugnante secta, no se supo nunca nada más. Sencillamente se desvanecieron en aquella dimensión alterna sostenida por el ojo luminiscente, que permanecía observándolo todo desde su incomparable altura y adornando los billetes de un dólar. De todo lo acontecido en aquel centro de investigación no quedaban sino cenizas, nadie recordaba nada y algunos afirmaban que se trataba de una alucinación. Finalmente, comenzaría para los amos del nuevo orden la tarea de perseguir lo más sublime, de intentar dominar lo único que aún aterra al humano: la muerte. Leiter, en su interior, aún conservaba un poco de la esencia magnificente, pero la desesperación de experimentar una y otra vez el absurdo de su existencia había terminado por esfumar su alma. Una lágrima escurría por su rostro al tiempo que recordaba, con cariño, que alguna vez se enamoró, soñó y existió.
FIN
***
La Esencia Magnificente