Y, lo que comenzó como un juego ridículo, terminó convirtiéndose en la máxima señal de autodestrucción, en la infame bofetada que el falso dios arrojó en mi rostro acabado y triste. Ni en los sueños mejor orlados se podría distinguir tal condición, tal grosería. No, de verdad que no. Otra vez hablo con la maldita ironía mordiéndome los pies, con las blasfemas falacias que yo mismo invento con tal de subsistir en esta realidad absurda y plagada de seres corrompidos. Ya no soy yo mismo, quizá jamás lo fui y tal vez nunca más lo seré. ¿Qué soy ahora? ¿Qué seré después? ¿Hasta cuándo se abrirá el cielo para arrojar un poco de esperanza a los más atormentados? Este calvario existencial no me deja tranquilo en ningún momento y presiento que se pondrá peor, que más me desgarrará desde el interior. Sin embargo, nada puedo hacer en mi insana condición para detenerlo. Debo ceder ante sus garras y ser consumido por el vacío hasta que no quede rastro de lo que fue mi execrable esencia.
¿Cómo explicar lo que no se puede entender? ¿Cómo ilustrar a otros ese maldito síntoma que solo yo puedo percibir? ¿Es la desesperación de existir? ¿Es la agonía de ser? ¿Es acaso algo aun más grave? ¿Es que ya no puedo seguir con vida? Tal vez es locura, misantropía, ansiedad, imaginación o todo a la vez. Ahora ya ni siquiera sé con qué ojos atisbo el más mínimo rayo de piedad para un pobre pecador como yo, para un tonto en un mundo donde la inteligencia está al revés. Lo único que deseo con todo mi ser es la muerte, solo ella fungirá como la entidad inmanente que disolverá todos mis desvaríos. Solo a ella me entregaré en el lecho de las mil concubinas y solo a ella le haré el amor en el más allá. Le debo todo a la muerte, todo lo que he sido y lo que seré, pues es mi única salvación en un mundo repleto de mentiras y de imbéciles. Por desgracia, aún no puedo entregarme a ella; aún debo padecer los efectos adversos de este supuesto despertar. La señal se encuentra lejos y mi cabeza parece no reaccionar correctamente ante las solicitudes de una existencia que no podría serme más odiosa.
Y a veces ya no lo soporto por más tiempo, ya no sé qué hacer con toda la presión que oprime sobre mi ser y con la depresión que invade mis putrefactas entrañas, con las nauseabundas pláticas que llegan en forma de eco desde alguna especie de vacío multiforme. Sus voces son raras, demasiado alejadas de lo humano, demasiado apegadas a una especie de radio descompuesta. Pero no se van, sino que atacan a su presa y saltan, cual fieras, sobre la carne para devorarla. Y la carne es mi cabeza, una que ya ni siquiera sé si todavía me pertenece o si ya ha sido consumida por aquellos susurros anómalos. La realidad es que hace tanto que no me reconozco, que he perdido la habilidad de saber quién soy en este mundo siniestro y falso. Pero todo habrá de terminar pronto, o al menos eso espero. La incertidumbre me consume, pero la muerte habrá de purificarme. Realmente ya casi no me queda tiempo, pues ya casi es hora de incrustar esta bala en mi cerebro.
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Melancólica Agonía