Humanos: viles criaturas cuyos placeres se hallaban entre los más bajos y pestilentes. ¿Para esto es que el ser había existido durante todos estos siglos? ¿Esto era, concluyentemente, lo mejor que una supuesta divinidad podía formar? ¿No sería acaso más sensato asumir, incluso por sentido común, que la humanidad era únicamente un asqueroso error encasquetado caóticamente en esta infame realidad por simple casualidad?
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¡Cuántas absurdas batallas libré para soportar esta tormentosa y trivial existencia! Y todo sin percatarme jamás de la dulzura con que la muerte me esperaba para envolverme por la eternidad. Nunca debí dudar que el suicidio sería lo mejor y que permanecer vivo jamás me brindaría aquello que con tanto ahínco perseguía en mis más dementes sueños.
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Si realmente existiese una entidad divina tal y como supuestamente lo dicen las vomitivas religiones que el mono parlante (en su infinita y trágica ignorancia) ha inventado sin sentido alguno, dudo mucho que tal entidad quisiera darse a conocer sabiendo el oneroso error cometido al dar nacimiento a tan fútil y aciaga raza de tontos adictos al sexo, el dinero y los placeres más efímeros y banales.
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Pareciera que dios (¿cuál de todos?) estaba aburrido cuando supuestamente llevó a cabo la creación humana, pues realmente resulta inextricable hallar a un solo ser cuya vida difiera del tedio general y de la rutinaria falsedad que han devorado las almas de tantos desdichados. Supongo que ese tal dios, de existir (lo cual dudo bastante) es más un gran psicópata atolondrado con un inmenso conglomerado de trastornos mentales que se entretiene con nosotros y nuestras patéticas e inútiles vidas.
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El ser es aquella contradictoria criatura cuyo verdadero potencial jamás llegará a fulgurar dadas las infames cadenas que él mismo se coloca al conformarse con el mundo terrenal y los placeres superfluos que en este halla y que tanto lo regocijan.
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El Halo de la Desesperación