Todos queremos un mundo diferente, uno lleno de paz y justicia, uno casi perfecto; empero, nadie se cuestiona si realmente vivir en tal mundo es algo que merecería. Quizá somos todavía demasiado arrogantes e imbéciles como para no percibir que lo que somos de ninguna manera podría encajar en algo superior o divino. Nuestra imperante y aciaga humanidad sigue devorándonos desde las sombras de nuestra inútil necedad, y me temo que, aun en el momento del colapso perenne, no conoceremos otra cosa que no sea la máscara de infinitas caras detrás de la cual hemos siempre pretendiendo poseer algo de sentido. ¡Mas nada ha habido ni habrá! El ser está irremediablemente condenado a la insustancial tragicomedia del sempiterno aburrimiento y de la agonía más avasallante.
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Todas las personas opinan, todas creen tener la razón, todas juzgan y argumentan; esto es gracias a la libertad de expresión. Pero también gracias a esto es que podemos apreciar la simpleza humana en todo su esplendor y su constante aumento en la misma proporción con que el ser se reproduce tan absurdamente. Somos solo un experimento fallido y nuestra limitada y frívola percepción es la mayor prueba de ello.
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Los sentimientos humanos se tornan en la mayor carga para el viajero que, solitario y hastiado de la estupidez de su especie, escala las cumbres y las altiplanicies de la existencia en busca del consuelo divino mediante el conocimiento más elevado: el de la muerte. No hay nada en este mundo que realmente valga la pena ni tampoco nadie; y, desde luego, el aburrimiento y el sufrimiento serán siempre los móviles funestos detrás de cada supuesta alegría o novedosa interacción. Perdemos nuestro tiempo buscando aquí lo que evidentemente jamás encontraremos: amor puro y sincero.
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Te extraño como entidad material y poéticamente distante, pues el beso de tu muerte será el altar donde se unifiquen los fragmentos de mis irrevocables manifestaciones. En tu ensangrentado lecho habré de regurgitar todos mis errores y lóbregas ironías hasta que la infernal melancolía que me apabulla me permita contemplar mis lágrimas en aquel sombrío espejo en el que cada atardecer se desnudaba tu singular espíritu. Sueño todavía contigo, pero debo desvanecer todos tus recuerdos y luego fundirme con el abismo de nuestro fúnebre y marchito palpitar.
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Si se descubriese la añorada semblanza en la muerte, creo que entonces se añoraría el suicidio mucho más que la eternidad. Porque entonces podríamos cambiar todas las perspectivas y aquello que antes nos causaba dolor y horror ahora sería el nuevo y acendrado símbolo de dios. Lo divino no ha sido entendido ni experimentado todavía por nadie, mucho menos por religión o culto alguno. Así pues, la puerta está abierta y la llave espera ser descubierta en el tiempo predilecto.
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Encanto Suicida