Lo mejor sería nunca enamorarse de nadie ni tampoco autoengañarse con esa patraña del supuesto amor humano, pues ambas cosas terminan por pudrir el enigma que en un comienzo originó el choque de emociones y el dulce sabor del intercambio de corazones. Ambas cosas, sin importar su duración o intensidad, terminarán por destruirnos irremediablemente y por acercarnos un peldaño más a la locura de muerte. Y, ciertamente, ya no sé si esto sería bueno, malo o simplemente carente de sentido.
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Ojalá sacarte de mí fuera tan sencillo como el modo tan inexplicablemente fácil en que te apoderaste de mi ser y mi cabeza, en que te convertiste en el oráculo de todas mis alegrías y en el poema cuya exótica magnificencia aún intento dilucidar en las delirantes noches donde la soledad y la melancolía más me buscan y me enloquecen.
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Una de las mejores obras que podemos emprender es rechazar con fiereza todo lo que desde pequeños nos es inculcado por nuestras ominosas familias y lo que en las escuelas nos es mostrado como aprobado por la funesta sociedad. Casi todo, de hecho, serán meras mentiras que han servido a estos peones de la irrelevancia para su propio adoctrinamiento y el de otros. Lo mejor sería solo aprender lo básico y, de ahí, desprendernos de toda creencia o supuesta enseñanza que nos diga qué pensar, hacer o ser.
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Si se quiere hacer un cambio verdadero en el mundo no basta con cortar los hilos de los títeres; se debe eliminar, sobre todo, a sus controladores. Lo malo es que esto se trata únicamente de una tragicómica utopía, pues evidentemente aquellos que están en la cima de la pseudorealidad nunca podrán ser derrumbados hasta que la base de esta se tambalee y no pueda equilibrarse sino hasta haber conseguido la inversión total de la pirámide… ¡Cosas de soñadores atolondrados!
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Quizá sea mejor morir separados, porque morir juntos ya es muy común en este mundo ahíto de dudosas creencias y falsas percepciones. Al fin y al cabo, todos estamos y estaremos siempre solos sin importar cuánto proclamemos amar o cuánto creamos ser amados. La sinfonía del último ángel oscuro me ha susurrado una sentencia más: el amor y la soledad pueden ser uno solo cuando se comprende que la auténtica libertad jamás puede alcanzarse en compañía de otro ser. Y esto, a mi parecer, es la llave para hacer de la autodestrucción un proceso de interminable riqueza espiritual.
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Obsesión Homicida