La existencia no era algo bello para nada. Era más bien un constante estado de crisis y desesperación del cual únicamente el suicidio podía escindirnos.
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¿Hasta cuándo aceptará el ser que todo lo que es y hace carece de sentido? ¿Hasta dónde llegará ese sutil engaño que hace creer a las personas que sus miserables y patéticas vidas tienen un propósito?
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En realidad, ya solo espero algo de la muerte, pues en la vida he perdido cualquier esperanza de un efímero bienestar.
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Y, paulatinamente, aquellas disfunciones existenciales también envenenaron mi cabeza, arrastrándome de manera irremisible hacia mi naturaleza: el fracaso.
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No entender a los demás, al fin y al cabo, no importa. Lo verdaderamente grave es nunca entenderse a uno mismo, pues eso sí que es el comienzo de la locura más recalcitrante.
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Cada día que pasamos sin suicidarnos es una constante reafirmación de lo arraigados que aún estamos, lo aceptemos o no, a esta vida asquerosa y trivial.
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Romántico Trastorno