La pseudorealidad (holograma que sostiene la realidad material) era demasiado poderosa como para intentar darle la contra, pues siempre tenía la manera de someternos a su dominio sin importar cuán avezados o espirituales creyésemos ser… Y todo lo que hagamos, sin importar el origen ni el destino, está y estará eternamente condenado a formar parte de esta miseria existencial y a incrementar el poder de la gran prisión carnal donde nos pudrimos lentamente mientras cada una de nuestras esperanzas o sueños mueren sin posibilidad alguna de evitarlo. Somos tristes peones en este funesto juego en el cual hemos sido condenados sin haberlo deseado, sin que jamás hubiésemos tenido la oportunidad de elegir estar o no en él. ¡Qué lamentable y horrible suena todo esto! Pero quizá nos parece así porque estamos demasiado acostumbrados a tragarnos dulces y pintorescas mentiras (propias o de otros) en lugar de afrontar la cruda y amarga verdad. ¡Ay! ¡Cuán repugnante es la humanidad sin importar la época, contexto o situación! Y pensar que estos monos parlantes se han inventado, en la cúspide de su insensata estupidez, religiones y dioses a los cuáles adorar y mediante los cuáles intentar justificar su imperante e incuantificable sinsentido existencial. Me arrepiento tremebundamente de formar parte de esta raza inferior, que tan solo puede sentirse a gusto fornicando, controlando, manipulando o envileciéndose… Más me deprime todavía el atisbar en mí rastros de todo esto, como si dentro de mí se librara una lucha sin parangón: yo contra mí. ¿Quién ganará? ¿Acaso tiene importancia alguna? Creo que no, mucho menos cuando desde hace tanto he ya aceptado que jamás conseguiré felicidad alguna y que el encanto suicida siempre será mi único y bello regazo.
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Nunca se termina la agonía… La nauseabunda agonía de existir en esta pestilente realidad humana. Y lo que más me aterra es pensar que quizá ni siquiera con la muerte se pueda poner punto final a esta desdicha universal que me desgarra las entrañas día con día y que me arrastra a los rincones más desolados del infierno mismo. Ya no sé quién soy yo ni para qué estoy aquí: sufriendo e intentando no cortarme las venas cada deprimente madrugada. ¿Con qué propósito me niego a fenecer? ¿Qué evita que desaparezca por completo en un acto de inmaculado amor propio? La vida no es algo que yo haya solicitado ni mucho menos me interesa seguir adelante; todo lo que deseo es esfumarme definitivamente, decir adiós a toda la miseria que siempre me ha cobijado. No sé si aún el momento deba postergarse un poco más, solo sé que en verdad no es posible seguir así ni un endemoniado segundo más. Estoy entrando en el sibilino halo de la desesperación, justo en el punto de no retorno donde la locura y la razón ya no pueden separarse por ningún medio. ¿Es esta finalmente mi exótica muerte o tan solo otro onírico desvarío de mi atormentado y divagante corazón? En breve, lo sabré; todo habrá terminado, todo habrá sido solamente un eco de misteriosa entonación ahogado por el caos supremo e infinito que gobierna el universo.
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Cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada semana, cada mes, cada año… Siempre lo mismo; ¡maldita sea! ¡Existir, existir y volver a existir sin ningún maldito sentido! ¡Santo cielo! ¡Que se asfixien ya la humanidad, la vida y el mundo entero! ¿Es que esta lúgubre pesadilla proseguirá todavía por inciertos eones? ¿Es que el final de los tiempos no puede acontecer justo ahora, en este preciso y precioso momento? ¿Cuánto más tendremos que esperar para ver las estrellas colapsar en un fuego cerúleo que conquistará la noche sibilina? Y la lluvia de sangre envenenada que adormecerá a las criaturas adimensionales, ¿dónde se encuentra sino dentro de mi corazón putrefacto? Demasiadas mentiras y autoengaños infestan mi rostro marchito, sin posibilidad alguna de volver a mirarme en el espejo y no experimentar una profunda náusea solo equiparable al odio que siento hacia todo lo humano. ¡Qué tragedia más inconcebible! Saber que pertenezco a ellos, que soy un mono adoctrinado más en la larga y semi infinita cadena de miserables peones arrastrados por el oscuro viento del sinsentido eviterno. ¡Deseo la divina muerte por encima de todo! ¡Que me ahoguen en la oscuridad más infame o que me crucifiquen en el monte de los olvidados! Lo que sea está bien para mí, mientras no se trate de volver a existir en este plano abyecto e irrelevante. He perdido toda esperanza en el mañana, soy un cadáver insepulto más… Dime entonces, mi eterno e imposible amor, ¿por qué no habría al fin de cortarme las venas esta misma noche cuya melodía encierra el eco de tu dulce y misteriosa voz?
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Decían que la navidad y el año nuevo eran fechas que debían pasarse con personas especiales para nosotros… Y justo ahora entiendo porque siempre las he pasado solo, porque solamente me sentí alegre en esa ocasión cuando ambos creíamos amarnos y soñábamos con estar juntos más allá de la vida y la muerte. Pero todo fue una oscura patraña, una fantasía demasiado atroz en la cual decidí creer porque me sentía tan vacío y roto en el interior. Me agradó haber compartido esos días contigo, porque en ese entonces hallaba yo entre tus brazos el único consuelo a mi fúnebre miseria existencial. Eras tú mi supernova, mi musa predilecta; en cada una de tus sonrisas encontraba yo inaudita inspiración para soportar mis más sombríos desvaríos. Ahora que todo ha terminado de la manera más trágica posible, me restan únicamente mi insana agonía e infinita nostalgia para ahogarme con ellas en un sempiterno manantial de muerte y locura indescriptible. Puede que nada haya tenido sentido, como tampoco actualmente nada lo tiene ni lo tendrá. Quizá te odié más de lo que te amé, mas eras tú el inefable resplandor al cual yo miraba desde mi lejana isla de devastación sin fin… ¡Ay! ¡Quién sabe qué será de mí sin ti! ¡Quién sabe si mañana estaré todavía aquí o si habré liberado al fin mi espíritu marchito de esta prisión carnal que se ha tornado terriblemente absurda sin la fulgurante magia de tus incandescentes caricias! Hasta nunca, mi eterno e imposible amor… Realmente, creo que nunca fue nuestro destino estar juntos, fuimos solamente una patética ironía del azar divirtiéndose con dos pobres almas grotescamente atormentadas y asquerosamente solitarias.
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El arte, la música, la filosofía, la literatura e incluso la poesía más oscura ya no significaban casi nada para mí, pues me hallaba en un estado de infame desesperación interna y hartazgo existencial extremo tales que ya no toleraba nada ni a nadie… Y lo único que deseaba con toda mi alma era ya no tener una, ya no estar ni un solo día más en esta horripilante pseudorealidad en donde por desgracia había yo tenido que nacer. ¿Por qué? ¡Ay! En verdad lo intenté, ¡Dios y el Diablo saben que así fue! Pero nadie puede luchar por un largo tiempo contra tal monstruosidad, porque únicamente la locura o el suicidio serán los posibles resultados. ¿Sigo aún con vida o es que ya he muerto, y ni siquiera me he percatado de ello en mi infinita y deprimente condición? ¿Cómo no considerar toda mi vida como otra cosa que no sea una absoluta tragedia regida por la melancolía y el anhelo de desaparecer a cada instante? Yo nunca quise existir, nunca pedí venir a este plano abyecto ni mucho menos habitar este cuerpo mortal… ¿Por qué entonces estoy aquí? ¿Qué me motiva a seguir? ¿Por qué todavía no me he cortado las venas o me he atravesado la garganta con aquella inefable navaja que contemplo cada madrugada mientras la más bestial soledad me devora las entrañas y el corazón entero? Y, sobre todo, ¿para qué? ¿Quién soy yo en realidad? ¿Cuál es mi verdadera forma, si es que algo así puede ser descrito? ¿Acaso no soy más que un reflejo patético y tridimensional ansioso por despertar definitivamente de este sueño grotesco? ¿Por qué existe el tiempo? ¿Qué es la realidad en sí? Hay tanto que no sé y que no logro comprender… Cada vez más preguntas y la confusión que se incrementa exponencialmente, en tanto yo me sigo desfragmentando de la peor manera y solo la hermosa imagen de aquel divino ángel de ojos lapislázuli y alas demasiado refulgentes me embriaga de una sensación parecida a un orgasmo espiritual. ¡Oh, cielos! ¡Cuánta compasión transmite su inmaculada, tan profunda e inmarcesible mirada! Indudablemente, no es posible que un ser así de elevado se interese ni tan siquiera un poco por la atroz banalidad de este mundo corrompido ni mucho menos por mi eternamente humana, recalcitrante y agónica miseria.
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Desasosiego Existencial