Tan patéticamente caminaban sin rumbo en sus putrefactos cascarones de carne y hueso aquellos charlatanes de la existencia que, sin duda alguna, debían ser completamente ignorantes de su auténtica naturaleza: seres inferiores con anhelos mundanos y absurdas metas. Ese y ningún otro era el reflejo del abyecto sinsentido humano que tanto se buscaba matizar para evitar un posible suicidio masivo. No había razones para continuar existiendo, pero la pseudorealidad y sus amos/esclavos siempre inventaban alguna que otra argucia que embriagara a las masas y que les evitara una reflexión profunda y sincera. Lo que se buscaba promover era un cúmulo semi-infinito de mentiras mezcladas con supuestas verdades y proferidas por personas en teoría influyentes. Este mecanismo resultaba sumamente útil con los repugnantes rebaños, quienes a su vez alimentaban el infierno latente con la producción insoslayable de más marionetas mentales, emocionales y espirituales. El mundo era una telaraña vomitiva de la cual éramos todos prisioneros irremediables y caricaturas aberrantes; ¡toda esperanza se había esfumado desde el origen! ¿Por qué seguimos lamentándonos? Es esa una cuestión demasiado compleja, pero sospecho que todavía esperamos algo más allá de lo humano… Somos más ilusos que el resto, de eso ya no me queda duda alguna. Y puede que la tragedia se consume esta misma noche, entre el rocío de tus caricias fulgurantes y el anómalo recuerdo de tus oníricos besos.
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No entiendo cómo puede llamarse seres racionales a los humanos, pues me parece que tal término es solo una forma superflua de enaltecer un inexistente intelecto. Y no solo eso, sino también la evidente contradicción interna que impera en cada uno de nosotros… Esa que nos hace querer arrancarnos el alma y, a su vez, también nos hace crear obras divinas. El ser debe aprender a controlar sus emociones, solo así podrá vislumbrar el sendero hacia la sublimidad máxima.
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Todo es una gran y pintoresca mentira; es como estar atrapado en un pantano de infinito y atroz desperdicio… Sin embargo, pese a ello, las personas se sumergen cada vez más en él; y, cuando les es mostrada la suciedad en la que han horadado, se regocijan de estar en tan sacrílega condición. ¡Qué nauseabunda e inferior es la esencia humana! Tan tremendamente infectada de ridículos dogmas, leyes absurdas y fábulas de otros reinos donde se supone se encontrará lo que aquí no… Así es el triste y lamentable mono parlante: prefiere soñar con lo irreal en lugar de luchar por lo real, puesto que le es más fácil esperar la salvación de algo externo que intentar salvarme a sí mismo.
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Al mirar el funesto despliegue de aborrecibles actos cometidos diariamente por los seres humanos, pude menos que pensar en la inexactitud, indiferencia e inutilidad del mayor y más quimérico inventor de tan precaria raza en su absoluta decadencia. No sé si ese tal Dios es el diablo mismo o al revés, lo único que sé es que este mundo está más podrido que cualquier basurero y apesta más que cualquier mingitorio. No digo con esto que no pueda existir algo más allá; sino que, por alguna razón más allá de mi alcance, permanece inexplicablemente indiferente ante el dolor, la desesperación y la miseria del mundo. ¡Oh! ¿Qué hacer ante esto? ¿Cómo comprender las múltiples contradicciones que imperan en la llamada civilización moderna? O es que quizá no hay nada que comprender, porque el flujo de las cosas y los eventos es algo que está mucho más allá de nuestra triste y corrompida humanidad… Creo en verdad que ninguna esperanza queda en este plano aciago, pero que nos negamos a pegarnos un tiro porque somos demasiado cobardes para abrazar el máximo punto de incertidumbre. ¿Hasta cuándo aprenderemos a amarnos? Acaso nunca, puesto que tal empresa puede que sea la más compleja de todas; tanto que la gran mayoría ha vivido y ha muerto sin haber conseguido acercarse ni siquiera un poco. Me temo que estamos muy cerca del colapso definitivo, del ahogamiento en el siniestro pozo de la agonía sin fin. Y nada podemos hacer para evitar nuestra lamentable caída, ya que cualquier vano intento por perseguir nuestro destino luce tremendamente desolador; tanto como un tormentoso sendero de espinas en medio de un lúgubre camposanto repleto de insana melancolía y trágico desasosiego. Estamos al límite, pero eso precisamente es lo que revive temporalmente nuestro espíritu multicolor. ¡Ay! Ojalá hubiera más tiempo para lamentarse en soledad y para soñar con un oportuno reencuentro que no se evapore cuando el alba devore nuevamente mi corazón suicida.
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Solía creer que ya no existía en el mundo algo de lo cual sorprenderme, pero estaba equivocado. Ahora sé que existe ese algo con lo cual asombrarme en cualquier lugar y tiempo, lo único que debo hacer para atisbarlo es prestar un poco de atención a las personas y su irreparable, sobresaliente e inagotable estupidez.
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Pasaba que, cuanto más lejos y con mayor fuerza trataba de alejarme del vacío existencial, volvía siempre a ese absurdo insostenible, pero más hastiado y exhausto de vivir en tan banal infierno disfrazado de cielo. Los placeres de esta pseudorealidad tan mundana ya no significaban nada para mí, puesto que aquello que yo buscaba no podría encontrarse de ninguna manera aquí. Mi verdad, de existir, se encontraría solamente más allá de la muerte; cualquier otra supuesta verdad sería para mí meras quimeras diseñadas para adoctrinar aún más a las masas. Quizás, en el fondo, aún esperaba algo; pero mi alma sangrante sabía que en este tormentoso abismo no había nada aquí que yo pudiera apreciar. ¿Por qué seguía? ¿Es que era tan difícil vencerse a uno mismo y permitir que cada partícula en nuestro afligido ser se unificase con el más allá? ¿Acaecerá finalmente la tragedia esta noche donde los relámpagos deslumbran mi espíritu deprimido y devastan mi mente trastornada? Espero estar listo, aunque sé que todavía soy demasiado humano; ¡maldita sea! Sin duda alguna, me siento perdido en mi nauseabundo malestar; aquel a donde siempre retorno tras algunas sonrisas fingidas y palabras vacías.
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Obsesión Homicida