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La Execrable Esencia Humana 63

Estoy desesperado por morir, tan hastiado de la monotonía de cada blasfemo y nuevo día. La vida me asfixia en grados inconcebibles, pero, al mismo tiempo, no termina por completar su acto homicida. Creo que le gusta mi sufrimiento, pues no me deja ir todavía, y creo que no lo hará hasta que ya no quede nada que pueda arrebatarme.

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Lo único que me hacía seguir vivo era el delicioso sabor de la afrodisiaca adulación por el encanto suicida que habrá de purgarlo todo con su sublime esencia, y que habrá de escindirme de cualquier otra realidad por la eternidad.

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¿Puede haber algo más trivial y repugnante que la infinita pestilencia que denota la existencia humana? ¿Puede creerse que tales criaturas incluso deliren con ser la cúspide la creación cuando no son sino la cúspide de la estupidez y la intrascendencia?

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Parecía un tonto mientras me hallaba al borde de aquel edificio, elucubrando si saltar o no, aunque ya me visualizaba cayendo y a la vez atisbando la hipocresía y la mentira; símbolos de la corrompida y aciaga humanidad, que se hundía tan plácidamente en la fatalidad de una moral ficticia y en la adulación de un materialismo enfermizo, en un falso sentido de todo lo ilusoriamente existente… Pero yo caía, caía vertiginosamente en el vacío del que ya jamás volvería.

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El silencio, catarsis que pasó a ser un mito en un mundo preñado de estruendosos seres que caminan en dos patas, es donde realmente se pueden apreciar los más vociferantes emblemas que delatan los misterios de esta existencia trastornada.

La Execrable Esencia Humana


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