¡Cuánta envidia le guardo a esos infelices que se han suicidado! ¿Cómo carajos le hicieron? Ellos ya son libres y no como yo, que sigo aquí pudriéndome en esta infecta realidad. Pero pronto, espero, conseguiré también alcanzar tan divino estado.
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La agonía de morir se queda muy corta en comparación con la de vivir. La primera, a lo más, puede durar minutos, horas o semanas. La segunda, por desgracia, dura años y quién sabe si, como dicen, pueda ser asquerosamente eterna.
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Si vivir no es una obligación, entonces ¿por qué el suicidio no es legal y perfectamente asequible para toda la población?
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Cada vez las personas son más estúpidas y absurdas, pero eso no es ninguna novedad. Lo que sí lo es, acaso, es que tal condición incluso sea aceptada con orgullo y promovida como forma de vida en este patético y ridículo mundo humano.
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Perdí entonces el interés por todo y por todos, ya nada me animaba. Y tal vez lo único que me podía interesar un poco era aquello que pondría punto final a esta tragedia: mi muerte.
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El ser no es algo que debamos preservar, dada su intrínseca vileza y su repugnante esencia. Más bien, es algo que debemos desvanecer en conjunto con toda su ominosa descendencia; solo así se logrará purificar esta obscena (pseudo)realidad.
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Manifiesto Pesimista