Creo que no tolero por más tiempo esta ominosa realidad, llegué al límite. Necesito matarme cuanto antes o, sino, corro el riesgo de enloquecer y asesinar al primer títere que se atreva a cruzarse en mi camino siendo yo presa del más penetrante brote psicótico.
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Tantas formas de suicidarme y aún sigo aquí, viviendo a pesar de sentirme forzado a hacerlo; soportando a mis estúpidos semejantes cuando no tengo ningún motivo para ello.
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¿Qué quedaría de nosotros si nos quitáramos las infinitas máscaras que nos hemos creado con tal de encajar en esta nauseabunda sociedad y de agradar a los demás? Me atrevería a pensar que acaso nada, acaso solo el suicidio.
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La (pseudo)realidad desfragmenta los sueños de sus propios creadores (nosotros) para transformar la existencia en una pesadilla infinita de la cual no se buscará escapar. He ahí el gran dilema que todo lo tergiversa y que nos hace, de un modo u otro, continuar existiendo en esta cárcel de marionetas andantes.
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A veces veo a la (pseudo)realidad más como una entidad viviente que se ha salido de control y que ni siquiera el ser humano (su supuesto creador) podrá ya subyugar, pues ha adquirido consciencia propia y ha conseguido dominar a sus patéticos creadores.
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Romántico Trastorno
