La realidad, de ser real, es lo más irreal que alguna vez pude haber imaginado en mis más sombríos delirios. Se trata, pues, únicamente de una alucinación colectiva impuesta por el dinero, el sexo y el poder donde quien más los posee es quien determina el curso de las cosas. La gran mayoría, los esclavos de la base de la pirámide, tenemos que conformarnos con lo que se imponga y lidiar con todo tipo de absurdidades dignas de pegarse un tiro.
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Tal vez en el fondo ese era mi problema: que yo no había sido hecho para las cosas de este mundo. Era como si mi mente no hubiese sido preparada para conformarse con las cosas comunes y corrientes que a la mayoría le bastaban, como si algo en mí se negase a aceptar una realidad que, por lo demás, carecía de todo sentido y simbolizaba el mayor de los horrores.
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¿Cómo podría amarme a mí mismo cuando todo lo que quisiera es suprimirme de cualquier tipo de existencia en cualquier tipo de realidad en cualquier otro yo? La inexistencia absoluta es mi mayor anhelo y no aceptaré ninguna otra condición tras la muerte sin importar de qué se trate.
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Pensaba que me había enamorado perdidamente de ti, pero no; tan solo me enamoré de tus mentiras y de un falso yo que tan idílicamente te encargaste de incrustar en mi mente. Aquella sombría silueta que tanto me maravilló no era sino un espejismo de lo que tú jamás serás: una realidad.
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Me decían que debía buscar algo que le diera sentido a mi vida, pero la verdad es que no quería buscar ni hacer nada, pues estaba demasiado harto de todo y de todos, incluso de mí.
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Morir, seguir muriendo y volver a morir… Quizá solo así se pueda evitar vivir, seguir viviendo y volver a vivir.
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La Agonía de Ser
