La pseudorealidad siempre gana, pues conoce a la perfección todas nuestras fortalezas y debilidades, sabe de antemano cómo arrastrarnos hacia sus fauces de las maneras más pintorescas y aberrantes. Tan solo espera nuestro quiebre en cualquier momento, ya sea mediante la locura, la banalidad o tal vez hasta la muerte. Así es como está diseñada esta prisión existencial donde no existen realmente más opciones que las ya mencionadas. Nuestro nacimiento, así pues, marcó, queriéndolo o no, el inicio de nuestra eterna e infinita agonía: la agonía de ser.
*
Es siempre preferible estar vacío, loco y solo que infestado de humanas mentiras y blasfemos hipócritas. El aislamiento nos brinda, al menos, la oportunidad de conocernos un poco mejor a nosotros mismos; cosa que, comparada con el nauseabundo hecho de conocer a otros, resulta trágicamente preferible.
*
Seamos honestos con nosotros mismos, busquemos en nuestro interior de manera auténtica y el resultado será obvio: no hay razones para seguir existiendo ni tampoco hay nada por ser o hacer. De hecho, lo único que hay es precisamente eso: nada.
*
Nadie sabe para qué existe ni por qué, tan solo se (auto)engaña con cualquier bagatela para creer que su patética existencia tiene algún sentido y, así, no pegarse un tiro en la cabeza antes de irse a dormir. E incluso yo no soy la excepción, pero el gran problema es que ya no puedo ni quiero continuar así.
*
La muerte es nuestro objetivo final, la consagración de todas nuestras miserias y alegrías por igual. La vida, por otro lado, es tan solo un gran conjunto de obstáculos innecesarios y de pésimo gusto.
***
La Agonía de Ser