En la vida, es mejor no tener un plan ni nada por el estilo, pues mayor será nuestro dolor cuando veamos cómo se desmorona lentamente todo eso que anhelábamos y que ilusamente creíamos nos podía acercar a una efímera felicidad. Mejor es ser solo como una hoja arrastrada por el viento, yendo de un lado a otro sin rumbo alguno: seca, podrida, sin esperanzas de volver a ser verde y, sobre todo, que busca cuanto antes caer y desintegrarse en la nada.
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¿Qué es el cuerpo sino una cárcel de carne y huesos que tal vez aprisiona nuestro verdadero yo? Una cárcel carnal dentro de otra cárcel llamada existencia; una cárcel que debemos alimentar, cuidar, moldear y demás tonterías, pues, de no hacerlo, nuestro sufrimiento se potencia. Al fin y al cabo, tener un cuerpo es el mayor impedimento para ser libres. Por eso, quizá la auténtica libertad solo se halle en la muerte. Mientras permanezcamos con vida, deberemos resignarnos a ser esclavos de todos nuestros impulsos y necesidades; o, en el peor de los casos y como suele ocurrir con gran frecuencia, de los de otros.
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Morir… Tan solo eso necesitaba ya en la vida, tan solo no volver a abrir los ojos nunca más en ningún mundo, universo o dimensión; en ningún otro cuerpo, en ningún otro tiempo, en ningún otro yo…
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La existencia es una funesta pesadilla de incuantificables sufrimientos que se dilatarán tanto como nos resistamos a entregarnos al encanto suicida. Y es que entregarse a la muerte es aceptar que no tenemos ninguna razón para seguir respirando y que todo cuanto hacemos en todo momento es alimentarnos con cualquier cúmulo de mentiras que nos hagan sentir más cómodos en medio del caos infernal del cual tarde o temprano seremos presas. La burla es entonces creer que al morir tendremos respuesta alguna o que valdrá la pena haber soportado todo este galimatías abyecto; y, sin duda alguna, quien más reirá ante nuestra paradójica miseria será el vacío.
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¿Qué otra opción me quedaba sino hablar del suicidio cuando bien sabía que no podía hacerlo? Cuando menos, tenía que pregonar mis ideales y dejar bien en claro lo mucho que odiaba esta existencia humana. Quizá yo simplemente había enloquecido desde hace mucho presa de la infame desesperación que carcomía mis entrañas y mi consciencia, quizás era que nunca pude sentirme parte de nada ni identificado con nadie. Y todos los placeres, vicios y lugares de este mundo siempre me parecieron una tontería, un sinsentido que, aunque a veces lo experimentaba, nunca terminaba por convencerme ni por justificar mi propia esencia.
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En este mundo absurdo y trágico, lo mejor es ser una mala persona; así al menos nos hallaremos casi siempre del lado del que abusa de otros y no del de los abusados. Ponerlo de ese modo resulta bastante triste y desesperanzador, pero no por ello implica que sea menos cierto. De hecho, creo que, si existiera algo ligeramente parecido a la verdad, su naturaleza sería algo similar: algo demasiado lejano y opuesto a todo lo que creeríamos que es la verdad. Nosotros somos los tontos y el destino es el indiferente dios ante el cual nuestras acciones y pensamientos no pueden sino hundirse más allá de donde nadie osará alguna vez rescatarlos.
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Desasosiego Existencial