Lo que por ti sentía nos protegía del inmundo lugar en que habitan el resto de las personas cuyas almas han sido consumidas brutalmente por la pseudorealidad. Y, aun con las heridas, sé que tu espíritu resplandece entre la infinita oscuridad, que se eleva refulgente y sublime. Yo ya no puedo continuar este tortuoso camino, pues el encanto suicida me ha embelesado sobremanera y debo entregarme a él. Pero tú debes continuar con vida y plasmar en esos peculiares lienzos todo lo que tu ser simboliza para mí: la eternidad.
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Es normal extrañar a otra persona, supongo. Lo es porque estamos muy acondicionados, tanto que tan solo hemos convertido a las personas en meras herramientas que usamos sin consideración y que, una vez satisfechas nuestras necesidades, las desechemos sin remedio. Actualmente, extrañar a alguien no es más que extrañar lo que de esa persona obteníamos y no su esencia como tal. ¡Qué hipócrita y abyecta es la humanidad!
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Las palabras sobran ahora, el final ha llegado y nada podrá evitarlo. Así pues, sellemos el final de este trágico amor con un silencio sublime; uno parecido al de la muerte, uno eterno.
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Si en la muerte hemos de encontrar el descanso eterno, entonces quiero morir con tus manos asesinándome, pues con tus labios me voy a sepultar y con tu cuerpo he de resucitar en el infierno.
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Que todos aquellos que buscan ansiosamente las alas del amor están buscando saltar de lo más alto sin saber si estas resistirán su peso.
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¡Qué espléndido volver a verte después de no tenerte tantas noches donde me embriagaba con la angustia de vivir y con poesía insulsa! ¡Qué gusto volver a entrar en ti después de desearte en cada uno de mis desvaríos con aquellas mujeres tan de sentido carentes!
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Amor Delirante