Me mantenía observando cada uno de tus movimientos con meticulosa precisión, evocando cada etérea imagen que dejaste grabada en mi triste corazón, armando desde el comienzo ese misterioso rompecabezas que ocupaba toda mi atención y que terminó por destruir mi razón: tu amor.
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Al parecer era cierto lo que las estrellas susurraban ayer por la noche cuando soñé que tu espíritu no me elegía ya para centellear bajo las supernovas orladas con lo eterno y lo perfecto. Lo que no averigüé hasta la mañana fue la perturbadora sabiduría que habías elegido para matarme con las caricias que alguien más obsequiaba a tu carne. Solo entonces fue que tuve plena consciencia de lo que debía llevar a cabo: suicidarme.
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Lágrimas de sangre y dolor escurrían acompañando mi sombría decepción, pues comprendía que todo había terminado ya. Era imprescindible aceptar que tú, la persona que otrora creí era el amor de mi vida, había encontrado otros labios donde deleitarse hasta el amanecer; y que yo, mendigo de los tuyos, debía desaparecer para siempre de tu vida y acaso de la vida misma.
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Pensaba que estaba equivocado al dejarte ir y por eso perseguía tu recuerdo hasta el infinito. Pero ayer, cuando me enteré de que ya eras feliz sin mí, también entendí que no valía la pena oponerse al flujo del río. Era preferible aprender a escucharlo y hacer del suicidio el mejor aliado en contra de una vida malsana donde solo la desdicha me cobijaba.
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¡Qué frío se siente el panorama ahora que no estás a mi lado, pues avanzo solitario y temeroso de mi sombra! Era todo tan bonito y orlado de flores inmarcesibles en tu compañía, era una fabulosa caminata sostener tu mano y alejar los demonios del vacío. Pero esos tiempos se fueron para jamás volver, tú moriste en mí el día en que yo volví a nacer. Lo único cierto es ambos compartimos un momento en donde el amor no fue tan falso como lo es la verdad en este mundo, pero que, al igual que esta última, terminó por ser solo una patética quimera humana y nada más.
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Ya solo necesitaba de un temporal refugio donde mi acongojada alma pudiera reposar hasta que el dulce canto del sueño siniestro me embriagara, y mucho mejor si era para nunca más despertar. Lo requería incluso si eso significaba renunciar a ti para siempre y aniquilar cada maldito recuerdo de aquellos días donde tan ilusamente creímos ser felices juntos. Todo fue una patética y ruin fantasía, pero la muerte, por suerte, habrá de disolver todas nuestras mentiras.
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Amor Delirante