No se ama nunca, excepto cuando se entiende que lo mejor siempre es dejar libre a ese ser especial que nos hizo tocar el cielo para luego hundirnos en el infierno por la eternidad. Lo irreal es cómo el ser se aferra a su arcaica idea del amor; basada en el control, la manipulación y la posesión. No es posible para estos títeres concebir que sus perspectivas bien puedan estar equivocadas y que todo lo que han creído hasta ahora es una completa aberración. La libertad y la soledad son una misma cosa en el límite donde los sentimientos más profundos se encuentran y unifican; en el centro, quizás, se halle el amor. De ahí que, todo aquello que digamos amar, será solamente todo aquello que estemos dispuestos a perder y dejar libre en contra de nuestra natural obsesión por dominar al otro e imponerle nuestra ideología. Con esto, queda más que claro que, en efecto, en un mundo como este, el amor es tan solo una hermosa y atroz quimera.
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Y, aunque eras el amor de mi vida, comprendí perfectamente que lo nuestro no podría existir en este universo y acaso en ninguno; y que tus mágicos labios no podrían nunca acariciar mínimamente a los míos mientras tuviésemos una forma humana. Estábamos condenados, vivíamos atrapados en una lóbrega burbuja de nostálgica irrealidad de la que no podíamos escapar sino únicamente mediante el inefable fulgor del encanto suicida. Ahora estamos muy lejos, la distancia entre ambos se incrementa a cada momento; diferentes ideologías y perspectivas nos aguardan y consumen. Realmente, ya todo me parece absurdo y todos me fastidian o me aburren; la triste humanidad me parece solo un anodino desvarío, divagante en la vastedad del caos sempiterno y pudriéndose en su infinita insustancialidad. Mas no importa cuántas irrelevantes personas conozca, cuántas atroces bocas bese ni cuántos melancólicos corazones acaricie… Al fin y al cabo, tú serás por siempre mi eterno e imposible amor.
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Eras acaso lo único que, en esta existencia infame y ridícula, me hacía sentir tan hermosamente embriagado; eras la única persona que me interesó tanto y que me embelesó más que la poesía del encanto suicida. Y, sin embargo, fueron tus manos las mismas que hundieron la daga en mi garganta cuando tus piernas se hundieron en las suyas. Yo estaba ahí contemplándote, como un fantasma en las sombras cuya delirante obsesión no puede ser apaciguada con nada. Adoraba todo de ti: tu piel, tus cabellos, tu boca, tus ojos, tu nariz, tus orejas, tus manos, tu esencia impregnada de esa extraña y mística dulzura que me hacía volver a ti las veces que fueran necesarias. Iría a buscarte al infierno mismo, me condenaría a cualquier castigo y me mataría sin dudarlo con tal de estar entre tus brazos una vez más. Todo lo que tú eras me cautivaba de un modo enloquecedor y me hacía estremecer con tan solo acariciarme desde la lejanía de aquel siniestro espejismo al cual he orlado con tu silueta multicolor. Yo por ti renunciaría a lo más divino, a lo más sublime, a lo más perfecto y hasta a lo más eterno e infinito… Pues es que no existe algo que me pueda hacer sentir más allá de los límites de la razón y la consciencia que no sea ese singular y excelso intercambio de espíritus cuando el sol y la luna convergían en una sola máscara llamada nosotros desnudos, en caos absoluto, amalgamados hasta el amanecer y sin poder tener suficiente el uno del otro.
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Lo que siento por ti no podría explicarlo fácilmente y quizá ni siquiera reflexionándolo del modo más profundo podría. Porque precisamente estás tan dentro de mí y te pienso casi todo el tiempo que las palabras resultan insulsas para expresarlo. Porque es tu cristalina belleza la que me tiene al borde del colapso, pero no me importa hallarme en plena desesperación si al menos obtengo de ti un último beso o abrazo. Si al menos puedo volver a contemplarte otra vez antes de mi indispensable suicidio y posterior tragedia inmaculada, repleta de toda la sangre que derramaré ante tu rostro marchito y tus lágrimas envenenadas. Seré eternamente prisionero de tus encantos, esclavo irremediable de cada una de tus caricias inmortales cuyo eco vivirá por siempre en mi corazón atormentado. Tal vez nunca volvamos a vernos, tal vez nuevos impostores te roben el aliento en las noches de mayor embriaguez y tormento. Para mí nunca existirá nadie como tú, como tu sinfónica dulzura rasgando mi alma y arrastrándome a cualquier parte; tal como una hoja es arrastrada por el viento. Sí, creo que yo te amaba y quizás aún lo hago; ¿qué pensarás tú de esto ahora que todo ha terminado y que tan solo la muerte parece venir a nuestro encuentro?
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Los inefables sentimientos que por ti experimenté tantas ocasiones no se parecían en nada a las sensaciones pasadas experimentadas con personas y en situaciones cualesquiera. Era algo poderoso y fantástico, algo fuera de este mundo aberrante. Tan irresistiblemente me atraías que, incluso la simple idea de saber que mañana podría verte de nuevo, hacía que todo mi ser vibrase con una intensidad insana. Pero todo eso ha terminado ya y tan solo resta evaporar cada melancólico recuerdo antes del sublime momento final, antes de ahogarme en mi propia sangre y matarme con la inmaculada imagen de tu indescriptible hermosura como fatal inspiración de mi encanto suicida. ¡Oh, si tan solo fuera posible volver a abrazarte otra vez antes de desfragmentarme por completo! ¡Oh, si tan solo tus manos pudieran volver a jalar mis cabellos en cualquier otra realidad o universo! ¡Oh, si tan solo hubiese la más mínima posibilidad de fundir nuestras bocas, miradas y almas en una delirante supernova cuyo fulgor no pudiese apagarse jamás! Mas todo ha terminado ya y aquel refulgente amor que alguna vez nos hizo sentir tan vivos está, como yo lo estaré en breve, más que muerto.
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Amor Delirante