Sabes que estás atrapado, pero solo te queda vivir odiando tu propia existencia, pues lo único que tienes es tu propia miseria; una que nadie más puede ver ni entender, puesto que solo habita en tu misteriosa mente. Entonces te percatas de que no hay con quién ir, pues sabes que nadie lo entenderá, o casi nadie, y los que lo hagan nada podrán hacer por ti, tan solo ser miserables juntos, porque en el fondo todos estamos solos. A las personas les gusta vivir engañadas, esa es la felicidad que conocen y persiguen en este mundo absurdo e infame, de eterna estupidez e infinita miseria. Lo único en lo que pienso últimamente es que todos merecen morir, todos deben sucumbir para que la purificación se apodere de la inmundicia. De la destrucción de la humanidad y su mundo surgirá el límpido idilio donde la paz y el amor no serán una fantasía, donde no habrá nunca más que suicidarse para poder acariciar la verdad ni para rozar los sublimes labios de la felicidad.
Pero son solo entelequias de un pobre alienado, de un soñador execrable que no es diferente de todo aquello que dice detestar con todo su ser. Yo te entiendo, sé de tu dolor. Sé lo que significa la desesperación de existir, la agonía que ocasiona despertar y contemplar esos primeros rayos del sol que indican el comienzo de una nueva tortura. Y todo se tornará cada vez más absurdo, cualquier acción irá perdiendo el sentido. Las personas y sus charlas vulgares no harán sino asquearte, los lugares te parecerán más aborrecibles que antes. Y así es como se llega a tocar fondo, como se cae en ese pantano de depresión y miseria existencial del cual ya nada puede liberarnos. La vida nunca fue algo que hayas deseado, yo tampoco. La náusea siempre venía para conquistar el exterior y, mi putrefacto interior, siempre vaciándose, no era ya el lugar adecuado. ¿A dónde dirigirse entonces? ¿Qué hacer cuando afuera y adentro se experimenta tales sensaciones suicidas?
No queda entonces nada, no tiene caso que te engañes. Tú ya sabes cuál es la respuesta, ya has perdido demasiado tiempo con esa idea y es mejor llevar a cabo ese sublime pensamiento de muerte antes que hundirse en inútiles reflexiones. No obstante, es otra noche de fracaso; otra vez la vida pudo más. Sí, es otra noche de ebriedad, pastillas y hartazgo absoluto. Otra noche más que no tuviste el valor de suicidarte y yo tampoco. Otra noche más que estamos lejos, que percibimos como una locura el trágico amor que en otros tiempos nos hizo sentir menos rotos y vacíos. Prometimos que nunca nos alejaríamos, que estaríamos juntos por siempre, pero la realidad nos golpeó demasiado fuerte y nuestras patéticas mentes sucumbieron de inmediato. Pese a todo, aún te pienso bastante; incluso más de lo que pienso en la muerte. Y mi único sueño sería suicidarme contigo, aunque bien sé que jamás volveremos a vernos; al menos no en esta vida, al menos no con estos cuerpos ni estos sentimientos tan infernalmente humanos.
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Repugnancia Inmanente