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Beso suicida

De vuelta al tormento, a la desdichada, repelente e inicua existencia en este plano de seres descompuestos. No puedo creer que yo me encuentre aquí, que me haya vuelto uno más de esos seres decadentes y opuestos a la sublimidad que desperdician sus vidas en un trabajo cualquiera, diversiones absurdas y materialismo desdeñable. La paradoja debió haber trastornado al destino cuando se le ocurrió plantarme en este camposanto de sueños destrozados, en esta continua planicie de mentiras tergiversadas como verdad y símbolos anunciando la falsedad de la realidad. Estoy enfermo de humanidad, enfermo de existir y cansado de soportar la inmensa y sacrílega galaxia que me ha enclaustrado con cadenas estelares lejos de mi comprensión. No quiero estos vicios ni deseo estas bagatelas, pues no me interesa comportarme como uno de ellos, tampoco relacionarme con sus placeres y subterfugios ni cargar con sus inútiles preocupaciones.

Pobres, tan esclavizados por el tiempo y sus impulsos, ocultando su verdadero yo bajo infinitas máscaras que nunca logran representarlos plenamente. Las máximas alegrías que logran atisbar en su estrecha y mundana percepción son el embriagarse cada viernes, pegar sus nauseabundos cuerpos en la oscuridad para experimentar algo tan banal como el sexo, realizar viajes a lugares cuya belleza es asaz superficial, adquirir bienes materiales para rellenar el vacío en que levita su existencia sin sentido, atragantarse con toda clase de comida basura, tener hijos a los cuáles inculcar la misma ignominia, casarse con otro ser igual de común para consagrarse en el rebaño o arrodillarse ante la imagen de un hombre clavado y ensangrentado, entre otras tantas zarandajas. ¡Qué sacrilegio saber que pertenezco a una raza de ciegos adoctrinados que no hacen sino amar su miserable esclavitud! No tengo palabras que basten para explicar la blasfema agonía que me carcome diariamente.

¡Qué superflua y vomitiva es la facilidad con que el ser cree alcanzar la felicidad! ¡Qué insignificante es su triste y sacrílego peregrinaje en el mar de pestilencia que ha osado llamar civilización! ¡Qué aciagas son todas sus construcciones, monumentos, creencias, costumbres y olores! La única muerte fue haber nacido en la época más ridículamente incongruente, la más apegada a lo terrenal. Solo me queda recurrir al único aliado, el único amigo verdadero que siempre se ha mantenido a mi lado, la sombra que ha conseguido fortalecerme en este retroceso evolutivo consagrado en lo humano. A él me entregaré hoy, pues el asco que siento hacia todo lo que me rodea y lo que se encuentra en mi interior ha superado mi paciencia, ha horadado en cada concepción de voluptuosa impertinencia. Jamás quiero volver aquí, nunca añoro que mis ojos contemplen otra vez la execración monumental y refulgente que representa la humanidad. Hoy solo quiero saborear el beso más exquisito: el del suicidio.

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Locura de Muerte


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