Capítulo IV (LVA)

Una chica en un enorme jardín corría con los cabellos castaños. Todo parecía transcurrir normal hasta que ella se paró en la entrada del Bosque de Jeriltroj, ese turbulento lugar que colinda con su casa, al cual sus padres le prohíben entrar. Desobedeciendo a sus padres, ella penetra en el bosque. Una vez ahí, un olor extraño impregna el ambiente y ella se siente atraída cada vez más y más hacia lo más profundo. Aquello que vislumbra al llegar al pantano mucilaginoso hace que el corazón esté a punto de parársele. Ese recuerdo que la perseguirá por siempre. La figura más ignominiosa, nefanda, ominosa y cualquier otro adjetivo repugnante que se haya inventado alguna vez, aparecía ante sus ojos. Era grande, demasiado grande. Sus manos negras con manchas blancas, esas alas con deformidades bañadas en sangre y, sobre todo, lo que ella jamás olvidaría en toda su vida, lo que sea que haya sido esa cosa, emanaba una oscuridad y una tristeza inimaginables para cualquier ser humano. El aura de soledad y melancolía era más que ingente. Cuando se disponía a mirarla a la cara, algo llamó su atención, entonces vio como aquella monstruosidad era hombre y mujer a la vez. Las náuseas y el tremendo impacto psicológico que le provocó todo ese pandemónium que se proyectaba frente a ella era algo salido de una novela espantosa. Y algo aconteció, repentinamente, como si fuese un castigo divino: sus ojos comenzaron a sangrar y sintió una profunda tristeza, era como si su alma estuviera llorando. Sí, así era, estaba derramando sangre en lugar de lágrimas.

En ese momento, la habitación se estremeció y un raro hedor apareció. July estaba sangrando y la sangre provenía de sus ojos. Era como si el recuerdo de aquel maldito momento en el tiempo se volviera a producir. Entonces se retorció, lanzó un grito pavoroso y se desmayó. Mertin no podía creerlo, estaba igualmente conmocionado. El anciano, por su parte, parecía abstraído en sí mismo. En ese momento, Mertin contempló con una expresión de horror y zozobra como el viejo parecía levitar. Por un momento, el miedo llenó su ser, pero se reincorporó rápidamente, tomó a July entre sus brazos y salió de la casa de aquel viejo siniestro, quien ni siquiera volteó la mirada ni hizo expresión alguna al verlos marcharse. ¡Qué suceso tan perturbador!

–¿Ella va a estar bien? –preguntaba Mertin.

–Aún no lo sabemos. Tiene fiebre y no se la podemos bajar con nada. Además, parece estar en una especie de trance. Pero seguramente mañana estará bien.

–¡Señora, si le digo que está prohibido es porque está prohibido! Tiene que entenderlo, no puede entrar aquí en ese estado.

Una mujer, aparentemente histérica, había entrado a la sala donde se hallaban Mertin y la enfermera. La mujer, sin duda, venía alcoholizada, desvelada y pringosa.

–¿Dónde está mi hija? –gritó–. ¡Quiero ver a mi hija ahora mismo! ¿Acaso fuiste tú quien le ocasionó ese golpe emocional? Ella es ciega, dime ¿qué le hiciste, bribón?

La mujer avanzó raudamente hacia Mertin y trató de golpearlo. Sin duda alguna, se trataba de la madre de July, quien ya había sido enterada de todos los detalles y ahora había arribado al hospital en condiciones no adecuadas.

–Señora, si sigue gritando así, llamaré a la policía –replicó la enfermera.

–No puedo creer que esto esté pasando –dijo la mujer, al tiempo que rompía en llanto.

–Pero seguramente mañana estará bien, no es tan grave –afirmó Mertin.

–¿Tú crees eso? No me gustaría que muriera todavía, no sabría que hacer yo sola. Claro, mi marido viene a verme algunas veces y me trae algunas flores del país de los muertos, además de joyas que gana en las guerras espaciales.

Mertin y la enfermera se miraron el uno al otro, algo confusos y espantados. Afortunadamente la señora se tranquilizó someramente y arguyó que ella se quedaría a cuidar a su hija. Así, Mertin pudo regresar a su casa después de una jornada estresante. Faltaban tres días para la fiesta de fin de año y todos estaban emocionados, especialmente porque se embriagarían como nunca. Hacía unos cuántos días que Mertin no veía a July y ya la extrañaba. Nuevamente caviló acerca de esto y se sintió anonadado. ¿Cómo era posible que alguien como él pensara en esas bagatelas? Sin embargo, también sentía una gran tristeza, melancolía y misantropía, inclusive más que antes. En las dimensiones paralelas, en tanto, había una gran babel por el próximo y sublime despertar de la entidad hermafrodita de los destinos cuyo nombre se podía susurrar como… ¡Silliphiaal!

Mientras tanto, el viejo siniestro reflexionaba acerca de Mertin y July en su repugnante habitación. Presentía que la conexión de las almas por tanto tiempo fuera de su alcance al fin se hacía presente. No había forma en que pudiese estar equivocado, el vínculo era demasiado fuerte para ignorarlo. Además, su poder estaba ya casi restablecido después de eones en las sombras. Eran el momento y la era perfectas para liberar a la entidad divino-demoniaca y azotar el multiverso de oscuridad. Esta vez nada ni nadie podría interponerse en sus planes como aquella vez. Sabía lo que debía hacer, solo tenía que esperar un poco más a que las vibraciones se alinearan. Por mucho tiempo había esperado y ahora, finalmente, se presentaba la gloriosa oportunidad. Recobraría sus poderes y gobernaría el Hiper… usando a la entidad hermafrodita como eslabón.

–Lo supe desde la primera vez que lo vi. Tenía que ser él: su cara, sus ojos y esa inagotable curiosidad por lo oculto. Además de esa enorme tristeza, odio, rencor y constante decepción. Y ahora está comprobado, esa chica y lo que vi en su interior. No cabe duda de que son sus hijos, aquellos que estaban perdidos y tal parece que el destino nos une de nuevo. ¿No lo crees así, Harman? –hablaba el viejo en su habitación, que ahora parecía llena de tinieblas y una hediondez vituperable.

En su casa, Mertin lidiaba con un regaño más de su madre, aquella loca desquiciada a quien solamente le interesaba gastar el dinero en cualquier clase de absurdo consumismo. Aunque no siempre había sido así, sino que entró en tal estado después de la desaparición de su esposo. Ahora, con su nuevo marido, parecía haber empeorado su obsesión por comprar, pues este le toleraba todo y le otorgaba unas sumas de dinero bastante considerables. A aquella mujer no le importaban para nada las cuestiones filosóficas ni las reflexiones de Mertin, lo único que ella anhelaba era comprar y comprar. Había solicitado a su nuevo marido su tarjeta y le manejaba las quincenas a su antojo. Mertin, desde luego, no veía esto con buenos ojos, pero tampoco le interesaba gran cosa. La relación que tenía con su madre era netamente superficial desde que su padre había desaparecido.

–¡Castigado! ¡Estás castigado! –eran las palabras de la madre de Mertin.

–Pero no puedes hacerme esto, en unos cuántos días será la fiesta de graduación. ¡Tengo que ir! –argüía Mertin.

–¡Eso hubieras pensado antes de llegar a las 4 am!

–Ya te expliqué lo que ocurrió, ¿es que no puedes entenderlo? ¡Ya no soy un niño!

–No me interesa escuchar disquisiciones pueriles, así que lárgate a tu cuarto que estoy muy cansada.

Mertin subió a su habitación, enfadado consigo mismo. Siempre había jurado y perjurado no ir a la fiesta de graduación, pero ahora anhelaba ir y, aunque July no contestaba sus mensajes, sabía que podría pasar por ella a escondidas. El único problema es que no quería desobedecer a su madre, pues, aunque no creía quererla, en el fondo sentía una profunda compasión por aquella materialista sin remedio.

El día llegó entonces, al fin era viernes 13 de agosto. La fiesta de fin de año pintaba bien, todos los estultos jóvenes esperaban la hora para otra inolvidable sesión de consumismo, perdidos en el alcohol, las drogas, el baile y todo aquello destinado a ofuscar el pensamiento de los humanos. Se solazaban y desternillaban en bromas sin sentido y coloquios acerca de mujeres y deportes. Mertin se hallaba en su casa, en su habitación, reflexionando. Su padrastro no había vuelto a casa de nuevo por razones que Mertin conocía de antemano. Su madre estaba demasiado drogada después de una sesión de apasionante sexo con el vecino negro que rentaba en la vecindad de al lado. Fue entonces que Mertin tomó una decisión, ¡ya no toleraría más aquellas actitudes! Se puso las mejores ropas que encontró y escapó directo a la casa de July.

–¿Qué será eso? –se preguntó July cuando escuchó que una piedra pequeña golpeaba su ventana. Todavía con una venda en los ojos, se acercó a la ventana y, aunque no podía ver, sentía la presencia de aquel chico de ojos tristes, quien rápidamente trepaba hasta llegar al barandal.

–¿Qué haces aquí, loco? –inquirió ella.

–Eso es más que fehaciente. Vine por ti, porque, aunque tenemos muy poco de conocernos, en realidad solo me importa verte. Y creo que es un principio básico de cualquier ser sincero el decírtelo.

–No te preocupes, yo también tenía muchas ganas de verte. Y, después de todo lo que pasó, no podía dejar de pensar en tantas cosas.

–Tranquila, sé que ambos tenemos vidas execrables y repugnantes, pero, desde el momento en que te vi, no he sido el mismo. No sé qué es este extraño y envolvente sentimiento, pero solo quiero saber que estás bien.

–Mertin, en verdad no sé qué decir. Yo no puedo verte, pero puedo sentir un gran dolor en tu alma y, en parte, me identifico contigo. Yo también quiero que estés bien.

–Ahora pienso que podemos ir a la fiesta de graduación de mi escuela, ¿qué dices? Por alguna razón siento el deseo irrefrenable de asistir. ¿Te gustaría ir conmigo, July?

–No lo sé, en verdad mi madre va a matarme si se entera de que me fui contigo. Ya sabes, ella está completamente loca y no sé qué pasaría si… Tengo mucho miedo, me contó que está relacionándose con gente muy mala y que va a hacer lo que sea con tal de conseguir dinero para la operación de mis ojos, pero ni siquiera puede parar su adicción a la heroína. Es terrible, en verdad yo quisiera morir, no sé qué hacer…

July estaba temblando y ahora rompía en llanto frente a Mertin. Lo único que quería en la vida era recuperar la vista e irse lejos, muy lejos, donde nadie la encontrara jamás.

–Tú no tienes idea de cuánto odio mi vida y este estúpido mundo. Yo puedo ayudarte, yo quiero que seas feliz. Solo déjame intentarlo, July. Sé que tenemos muy poco de conocernos, pero, desde el primer momento en que te vi, no sé qué demonios pasa conmigo que ya no puedo dejar de pensar en ti. Es como si nuestra conexión fuera más vetusta, como si trascendiera el tiempo y el espacio. Podemos irnos lejos, muy lejos, yo haré lo que sea para que recuperes la vista. ¿Qué te parece si la próxima semana nos largamos para siempre de este lugar? ¡Solo tú y yo siendo felices! –gritó Mertin con exaltación y con las pupilas dilatadas.

–No lo sé… Yo también siento lo mismo, eres especial, no he dejado de pensar en el día en que nos conocimos y, cuando platico contigo, es diferente a todo lo demás. Es solo que te conozco muy poco y, aunque siento que tenemos un vínculo, no estoy segura de esto.

–Escucha, yo odio mi vida, tú odias la tuya, ¿qué más podemos hacer si no tratar de ser felices? No tiene nada de malo, sino todo lo contrario, es solo sentido común. Y, aunque la vida sea un sinsentido, creo que los momentos así son los que realmente hacen que los humanos tengamos una somera idea de la felicidad. Aun si es una falsa concepción de ser feliz, quiero experimentarla, porque, al final, quizás ese sea el motivo de esta superflua realidad –exclamó Mertin, con el corazón a punto de salírsele del pecho.

–Bueno, vamos ahora al lugar que quieres ir. Tan solo prométeme que, pase lo que pase, me protegerás.

–Claro, lo prometo.

Mertin y July estaban a punto de llegar al salón Magick, que se ubicaba casi en los límites de la colonia, cuando, por artimañas del destino o tal vez por simple coincidencia, se encontraron a Koko y a Patty.

–Pero ¿qué hacen aquí? Se supone que no vendrían, que estaban castigados el resto del año –inquirió Mertin.

–Lo mismo digo de ti –contestó Patty–. ¿En qué estás pensando al traer a esa chica en esas condiciones a la graduación? ¿Acaso has enloquecido Mertin?

En realidad, Patty estaba algo furiosa y celosa a la vez. No podía tolerar que Mertin no se fijara en ella y que siempre se estuviera preocupando por aquella pobre ciega.

–No, está bien. No me molesta, además tenía muchas ganas de venir. A decir verdad, casi no salgo. Mertin prometió que me protegería, así que no hay nada que temer, ¿cierto? –replicó July.

–Pues ¡qué remedio contigo! Pero tengo un mal presentimiento de todo esto, Mertin    –dijo Patty, entre confundida y sobresaltada.

Finalmente, los 4 llegaron a la fiesta. Todo parecía tranquilo y adecuado, sin saber la tormenta que estaba por llegar. Para los mancebos, era el momento ideal. El ambiente era el de una clásica fiesta escolar: había los que ya estaban ebrios, los que bailaban, los que reían, los que se deprimían, los que presumían, los que sollozaban, los que regurgitaban, los que gritaban, los que bromeaban, los que peleaban, los que se aprovechaban, los que rechazaban, los que se besaban, los que fornicaban, etc. Era una mezcolanza de emociones y todo en un mismo sitio. La mejor fiesta de fin de año, la cual parecía que duraría para siempre.

–Bueno, pues ya estamos aquí. No me importa si me corren de casa, vamos a divertirnos. Si no es hoy, entonces ¿cuándo? La vida se compone de momentos y así hay que tomarlo, la verdadera concepción de una posible felicidad es hacer lo que te gusta sin dañar a los demás, ¿no lo creen así? –dijo Koko a sus amigos.

–¡Qué cosas dices, Koko! ¿Seguro que no has bebido nada? –contestó Patty con una expresión de ironía.

La fiesta transcurría normalmente, cada uno se paseaba por el enorme salón. Koko bebía como un demente y Patty no dejaba de espiar a su amor platónico. Por su parte, Mertin y July se la estaban pasando de maravilla, ahora se habían sentado en medio de 2 gigantescos árboles curveados. Reían demasiado, acaso como nunca en su vida. July incluso bebía algo de tequila y sentía ser ella misma por primera vez.

–Mertin, no sé qué decir. No sé cómo podré pagártelo. En toda mi vida, jamás había ido a una fiesta. Sabes, mi madre es tremendamente obsesiva y en verdad quisiera poder observar lo que ocurre –decía July, al tiempo que las lágrimas escurrían de sus cerrados ojos, ya descubiertos tras haberse quitado esa latosa venda.

Mertin no podía creer lo que sentía; de hecho, no lo podía explicar. Al ver a esa joven llorar, sintió que el corazón se le partía en 2. ¿Cómo era posible que alguien como él, que siempre había sido tan frío, indiferente y mórbido pudiera sentir tales cosas? ¿Acaso eso significaban los sentimientos? ¿Estaba enamorado? ¿Por qué sintió esa sensación tan penetrante y exorbitante cuando conoció a aquella chica? Es más, ¡qué extraño había sido el momento en que la salvó! En ese instante colegió que tal vez se había equivocado, quizás el mundo no era tan execrable como sentía. La existencia misma no parecía ya tan superflua ni asquerosa, porque sentía la curiosidad de sentir aquello que muchos llaman someramente felicidad. ¿Acaso July podría brindarle eso? Si escaparan juntos hacia quién sabe dónde, ¿eso sería razón suficiente para no suicidarse?

–Solo quiero decirte que me haces sentir muy feliz y que, a pesar de que nos conocemos muy poco, puedo sentir como nuestras almas se atraen, se persiguen, se encuentran y colapsan en una lluvia cósmica que baña nuestras aquejadas y desgarradas siluetas espirituales –recitó Mertin.

–Mertin, no puedo creer lo que estás diciendo. Desde el día en que te conocí, mi vida cambió. No te lo dije en ese momento y me lo guardé porque supuse que alguien como yo no podría gustarte. Nunca te he visto y, aun así, puedo sentir muchas cosas por ti. A pesar de tu indescriptible tristeza y odio hacia la vida, en el fondo presiento que tienes un alma hermosa.

–July, nunca pensé que le diría esto a alguien. No sé si sea absurdo o no, pero ¿te gustaría ser mi novia?

July estaba a punto de contestar, cuánto le hubiera gustado decir la palabra mágica, esa que despeja todas las dudas que carcomen el alma, esa que hace del hombre un ser viviente. Sin embargo, ese destino ya había sido eliminado. Ese universo no sería ya más una realidad, sino un mero sueño. Porque justamente cuando mejor van las cosas, la vida misma te enseña quién es la que manda y, como un perro rabioso se aferra a la carne, así es que se sienten las mordidas de esta corrompida existencia.

–Mertin, ¿qué te ocurre? ¿Te sientes bien? –gritó July sobresaltada.

–No, algo anda muy mal. Siento como si una aguja hubiera atravesado mi alma. No puedo respirar bien, ¿qué es esto?

Ya había comenzado la tragedia. Aquello que permaneció dormido durante tanto tiempo, finalmente estaba despertando. Eran Silliphiaal y las belz que aullaban en el centro del Hiper… Una de esas execrables sombras había penetrado directamente en el alma de Mertin. Mientras tanto, Silliphiaal ya había tomado su sagrada posición y bramaba en aquel lugar fuera de la comprensión humana. Se preñaba a sí misma una y otra vez, salpicando todo el multiverso con su esperma cósmico.

–Por aquí… Vengan por aquí… –susurraba una voz muy pegajosa.

–¿Oyes eso? ¿De dónde viene esa voz? –inquirió Mertin, quien estaba bastante malogrado.

–No lo sé, pero puedo escucharla. Nos está pidiendo que vayamos y se hace cada vez más intensa, pero la escucho dentro de mi ser, no es un sonido exterior.

–Y ¿qué hacemos? ¿La seguimos? Estoy muy débil, pero algo me dice que debemos seguirla.

–No lo sé, tengo mucho miedo. Tan solo mírate cómo estás, ¿qué haré yo si algo malo te ocurre? No quiero cargar con la culpa –exclamó July, quien estaba en una especie de crisis nerviosa.

–Tranquila, July. Además, yo prometí que te protegería y así será –dijo Mertin, incorporándose.

–¡Mertin, ya te puedes parar! –gritó July, asombrada y saliendo del trance.

–Así es, además siento que este misterio se aclarará si vamos allá, tal vez averigüe algo acerca de mi padre. ¿No te parece extraño todo esto? Desde la desaparición de ese viejo, sus coloquios, la forma tan extravagante en que se comportaba y todo en general, es como si esto fuera parte de algo más grande y que ya había sido planeado.

July y Mertin se apresuraron y, sin avisarle a nadie más, se retiraron subrepticiamente de la fiesta y siguieron la voz, la cual los llevó hasta lo más profundo del bosque de Jeriltroj que se encontraba en los límites de las colinas. La voz no dejaba de llamarlos y se iba haciendo más intensa a cada momento. Pero era una voz extraña, casi Mertin sentía como si fuera su propia voz. ¿Qué podría significar aquello? Por alguna razón inexplicable, ambos tontos se sentía atraídos hacia su propia perdición.

–Por aquí… Vengan por aquí… Yo sé lo que quieren que sepa… –esa voz se repetía constantemente y cada vez se hacía más aguda–. Por aquí… Vengan por aquí…

.

Libro: Los Vínculos del Alma


About Arik Eindrok
Previous

Pensamientos ES32

Disyunción

Next