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Corazones Infieles y Sumisos VI

El Alister que era masturbado gemía como nunca y se venía una y otra vez en las manos de Vivianka, quien ahora masticaba las cucarachas que salían de su propia vagina mientras se untaba el semen con sangre. Finalmente, Vivianka comenzó a chuparle el pene y, en un acto irrefrenable, arrancó el trozo para meterlo en su vagina y absorberlo, al tiempo que dedicaba una mirada inolvidable al Alister espectador.

–Ya ha pasado media hora desde que se apagó el calentador, ¿qué no piensas despertar hoy? –inquirió una imponente voz desgarradora de ilusiones.

–Ya voy, mamá. Ya estaba despierto, es solo que… –mintió Alister, quien recién abría los ojos.

–Pues no te tardes, que tu papá hoy quiere ir al estadio en la tarde.

–Gracias al cielo que todo fue un sueño, aunque lo recuerdo tan claramente. Ha sido uno de los sueños más locos; bueno, en fin, ya van varios… –pensaba Alister mientras se alistaba.

Entonces el muchacho se percató de algo innombrable. Resulta que estaba desnudo, tal como en el sueño, y en las sábanas había marcas de una gran cantidad de esperma, como si hubiera salido a chorros en la noche. Era extraña tal cantidad. Alister no lograba explicarse qué había pasado, estaba seguro de que era un sueño, solo que aquello reflejaba lo contrario, incluso se recordaba y sentía a él mismo masturbándose con la imagen de Vivianka. Decidió no hablar nunca con nadie de ese incidente y alistarse para la escuela, sin embargo, muy en el fondo, sospechaba que nunca podría volver a mirar a aquella talentosa dentista del mismo modo.

Pasaron algunas semanas, y Alister ahora ocupaba su mente en los exámenes parciales. Todo parecía avanzar correctamente este semestre, los profesores eran estúpidos y acondicionados, la escuela solo un centro de adaptación a este enfermo mundo y lo sabía perfectamente. Por otro lado, solía enzarzarse con sus compañeros en discusiones abstrusas. En la casa de Erendy todo transcurría como en un lugar donde ronda la decidía, con peleas ocasionales y constantes reclamos.

Erendy, por su parte, se pasaba largas horas estudiando misticismo y filosofía, solo de vez en cuando descansaba y la imagen de Alister con esa figura tan distintiva inundaba su etérea cabeza. Su mayor sueño sin duda era poder sentir que era útil para él, sentirse querida, respetada y amada de forma ajena a la que comúnmente las personas acostumbraban. La idea que ella tenía del amor era la de algo irreal, fuera de este mundo contaminado por los humanos. Era la idea de un amor infinitamente más divino que una simple unión terrenal, razón por la cual el matrimonio carecía de total sentido para ella, y sabía que para Alister era de igual forma. Se torturaba meditando tantas cosas y al final del día su mente era un tornado que arrasaba con toda buena intención. Recordaba, además, con una ternura inigualable, cómo había conocido a su caballero plateado, todas las circunstancias tan improbables que habían convergido para que su encuentro se produjese le parecían más que eviternas. Deseaba estar con Alister el resto de esta miserable existencia, pues no podría atrapar eternamente eso que solo en él atisbaba y que a la vez no podía dilucidar qué era, solamente sentirlo en su más profunda esencia.

A unos cuantos metros de distancia de Erendy, aquella tarde lluviosa y con un halo extraño de nostalgia, se hallaba Vivianka, quien no lograba conciliar el sueño por nada del mundo. Se preocupaba demasiado y consideraba al mismo tiempo tan importante su existencia, dado que era la hija modelo, la que siempre ayudaba a sus padres, la que siempre estudiaba y era benevolente. Sin embargo, sabía que su himeneo era un cataclismo. Ahora, años después de ese bello momento, todo parecía salir a flote, todo se iba a la basura y sentía cada vez más deseos de otro hombre, de alguien inteligente y atlético, alguien que la apoyara y compartiera momentos, alguien que no viviera mediocremente acostado en un sillón desempleado y mantenido por ella, alcoholizado, alguien como…

Siguieron pasando las semanas, el tiempo terrenal continuó su ciclo, tan irrelevante y relativo como en los días en que las extrañas y soberbias deidades conjuradas al olvido pulularon en nuestra tierra. Las vidas de aquellas personas tan relacionadas e ignorantes de sus destinos, los cuales parecían ir ahora a un lugar oscuro, se hacían cada vez más absurdas. La existencia era carente de sentido, trivial, banal, intrascendente. No importaba la posición, estudios, cultura, fama, dinero, condición física o social, incluso sexual o económica; no importaba el tipo de persona ni de alma. O ¿no era así la vida de Vivianka, Alister y Erendy, de todos sus conocidos y, en general, de toda la sociedad? ¿Acaso ellos igualmente se veían imbuidos en ese mar del absurdo existencial?

Alister se hallaba en la escuela, aburrido como siempre. Si no llegaba tarde, se quedaba dormido, o bien se salía a la mitad de la clase para caminar y pensar cosas. Ahora conversaba con Yosex, y esto le distraía someramente de su constante angustia mental.

–La vida no es absurda, absurdas son las personas que viven de esa forma.

–Interesante frase. Es como siempre digo y afirmo, solo que nadie se percata de ello –respondió Alister.

–Y ¿quién te la dijo? Ya me has hablado de eso antes, ¿en verdad no existe esperanza en la existencia? –preguntó Yosex.

–Eso es lo extraño. No recuerdo que alguien me la haya mencionado, me parece más bien haberlo soñado. Como sea, ¿la esperanza, dices? ¡Qué bonita y falsa canción para adormecer los espíritus en rebelión!

–Y ¿por qué diría alguien ese tipo de cosas sobre la vida y las personas?

–No sé quién lo dijo o en donde lo leí, pero me queda claro que fue alguien muy inteligente y despierto.

–¿Por qué lo dices? ¿No es absurdo incluso estar despierto en una soledad flagrante donde todos duermen estúpidamente por voluntad propia?

–Porque esa frase resume en gran parte de la verdad. Quizá tú no puedas notarlo Yosex, pero el mundo está podrido, las personas son corruptas y, en general, todo es injusto. Los ancianos son un claro ejemplo de lo que trato de ilustrarte, tan solo míralos y date cuenta de su mediocridad. ¿Qué hace sabia a la gente según la sociedad? Absolutamente nada, nada que no sea irrelevante. Siempre se vive anhelando una inexistente libertad, se trabaja absurdamente para conseguir un pedazo de papel y así no morir de hambre. Ya nadie crea ni imagina, no inventa ni medita. Sin duda, todo está bien planificado para derretir el ansia intelectual y espiritual, pues a nadie le interesa un progreso en tales asuntos. Constantemente he creído que la existencia misma es absurda, pero podría ser que en realidad no, sino que los humanos, dada su estúpida forma de vivir, la transformen de ese modo. La inexistencia tiene entonces más sentido, y, cuando finalmente existimos, el sentido gradualmente va desapareciendo.

–Tú siempre dices cosas muy raras, pero respeto tu punto de vista. Ahora dime ¿cómo te va con Erendy?

Alister hizo una pausa en el camino para observar un anuncio acerca de un club de meditación, el cual le fue bastante sugestivo a primera instancia, aunque ahora creía que solo era charlatanería. Era un debate que combatía furtivamente, el creer o no en lo no comprobable, terminando por no ceder ante ningún aroma. Ambos jóvenes prosiguieron su camino a la estación del metro, había sido un día aburrido de escuela, como cualquier otro.

–Me va bien, ya sabes…, lo de siempre.

–Me da gusto. Al menos tú tienes a alguien, no como yo.

Alister, por un breve instante, tan breve como la vida efímera cargada de pestilentes adornos, estuvo a punto de confesar a Yosex lo que venía sintiendo. Y es que eso era algo que no podía salir de su cabeza. Ese deseo que recorría sus venas cada vez que pensaba en cómo podría follarse a otras mujeres que no fueran Erendy, en las piernas de Vivianka que nunca había visto, pero que imaginaba fervientemente. Todos estos deseos eran inmediatamente contenidos, era imposible su realización. A continuación, venía la culpa y una reafirmación de que esas mujeres eran mediocres y su existencia no podía compararse con la de Erendy, su querida novia, la inteligente y sincera, la que lo adoraba más que a nadie. Todos esos sentimientos encontrados formaban un tropel que terminaba por colapsar en Alister masturbándose con furia antes de dormir. Ya no necesitaba pornografía, el hecho de imaginar a Vivianka succionando su falo erecto hasta el tope y otras cosas más le enloquecían como Erendy nunca podría hacerlo. Faltó muy poco para que todos estos pensamientos y sentimientos fueran expresados a Yosex, pero, al final, Alister se los guardó nuevamente.

–Bueno, tú podrías tener a alguien también. Es cuestión de tiempo.

–No lo sé, amigo –replicó Yosex con desaire–. Todos dicen lo mismo, pero yo creo que moriré virgen.

–No digas eso, que para ese entonces ya habrás tenido algunas aventuras, y, si no, siempre están las putas. ¿No has considerado esa alternativa?

–¡Oh, sí! ¡Las putas, claro! Pues ¿en qué crees que invertiré mi primera quincena cuando salgamos de esta cárcel?

–Muy bien, me parece adecuado. De todos modos, la vida no tiene ningún sentido. Todo termina por ser patético y absurdo.

Los dos amigos conversaron de muchas otras zarandajas más hasta que su camino se separó, no sin que antes Yosex tuviera oportunidad de invitar a Alister a la fiesta del viernes, donde recalcó que irían casi todos los de la generación al ser el último viernes del mes y del parcial. Incluso Cecila iría, quien era considerada como antipática y con un culo enorme, el cual todos contemplaban con el pene hecho un fierro y sin olvidar ese par de melones que cargaba en el pecho. El único detalle con ella era su novio, aunque ahora estaban disgustados y se decía que ella se emborracharía totalmente, por lo cual sus compañeros buscarían aprovechar la oportunidad.

–Sí, lo pensaré. Yo te aviso… –dijo Alister dubitativo–. No creo que pueda ir, no sé, tendré que ponderar lo absurdo de esa proposición, y eso me llevaría a ir.

–Deberías de ir, nada te lo impide. Seguramente se pondrá muy bueno el asunto. No te esfuerces tanto, pues, como dices, todo es absurdo. ¡Solo diviértete y ya! En eso puede que se base la vida. Y, así, quizá te sientas menos hastiado de existir.

–Sí, quizá. Puede que entonces sí vaya. Últimamente todo me ha dado igual, y con mis sentimientos muertos sería más fácil existir sin culpa o arrepentimiento. Eso sería, ciertamente, muy liberador.

Ambos se despidieron y, ya una vez en su casa, Alister se desternilló. De ninguna forma iría a esa fiesta, era solo acondicionamiento, una vulgar distracción. Él era diferente y no se contemplaba a sí mismo en una mesa rodeado de sus asquerosos compañeros.

Al mismo tiempo que Alister se descalzaba, en el bosque de los árboles rosas un fenómeno extraño ocurría, extrañas ramificaciones más parecidas a tentáculos y arañazos aparecían sobre el tronco de los árboles. Además, algunos vigilantes afirmaban tener visiones de una deidad con alas gigantescas y con ambos órganos sexuales, así como también percibir un olor a muerte y a rosas que impregnaba el lugar. Lo más insólito era que las bugambilias se marchitaban tan pronto como salían, producto de un hielo cerval y maldito. Para algunos eran cosas serias, aunque para otros solo especulaciones sombrías.

Más tarde, Erendy y Alister charlaban acerca de sus planes para el fin de semana y de lo bien que se sentían estando juntos, al menos uno de ellos no vivía anhelando el fin del mundo.

–Y entonces ¿qué harás el viernes por la tarde? –inquirió Erendy con el celular en la mano y una sonrisa pícara–. Yo no tengo clases y sé que tú tampoco.

–Sí, así es. En realidad, no tengo planes. Podría verte, si así lo deseas –respondió Alister.

Ambos acordaron un encuentro en un café cercano. Platicarían y ya luego verían hacia dónde partirían, aunque bien sabían lo que querían. Para Erendy representaba una oportunidad de deleitarse escuchando a su amado; no obstante, para este no era sino el desencadenamiento de la profunda y vertiginosa caída. El tiempo había mermado, aún con su misteriosa y dudosa corona, los sentimientos que otrora despertasen cierta fragancia que, aunque ficticia, podía entrometerse en las llanuras de la mente inconsciente.

Ese viernes tan cargado de pretensiones llegó y nadie sospechaba lo que significaría especialmente en las vidas de Erendy y Alister. Sin duda era un momento totalmente decisivo, un día que lo cambiaría todo para siempre.

La tarde se acercaba ya y Alister lucía pensativo. Días atrás estaba totalmente convencido de lo que quería, y no solo días, tal vez meses. Hace algún tiempo habría preferido absolutamente pasar la tarde con Erendy por encima de cualquier cosa, nada más le importaba en ese momento. Era bello e inmensamente apolíneo recordar esos días para él. Sin siquiera notarlo, aquella bugambilia incandescente había llenado cada espacio de su ataviada mente derritiendo todos sus traumas.

¿Cómo olvidar además ese día de su primer beso? Una experiencia inolvidable. Podía percatarse ahora de la extraña sensación que paulatinamente se había ido consumiendo, ya nada era como al comienzo. Pero ¿qué sería ahora de todo lo que había pasado en cada rincón de su cuerpo al conocer a Erendy? ¿Acaso, como ya se lo había planteado antes, era así de endeble el amor? Quizá no era amor. No, tenía que serlo. Así era como pasaba cuando te enamorabas, eso decían todos. Venía de pronto una marea de sentimientos y sensaciones mezclados con miles de colores anormales y sinfonías que tomaban formas inexplicables, con figuras de una geometría imposible. Las olas te absorbían y golpeaban por todos lados, te invadían y se impregnaban en cada rincón de tu cuerpo y alma. Así era todo el galimatías que Alister había llegado a sentir por Erendy, al menos una aproximación. Sin embargo, ahora el mar se había secado. Ya no era mar; de hecho, solo quedaba un amplio desierto.

Alister no podía sentir más aquella marea inmarcesible. Ni siquiera ahora podía preferir estar con Erendy como antes lo hacía. ¿Qué significaba eso? ¿Se había ido su amor? ¿Solo había sido enamoramiento? ¿Todo era pasajero como la existencia, hasta el amor? Sí, eso debía ser. El amor era igual de absurdo que todo en cuanto podía pensar como parte de esta realidad mundana. Como sea, aquel día se sentía extraño. El ambiente parecía anunciar que la fiesta estaba por comenzar. Todos lucían ansiosos por emborracharse, divertirse y, seguramente, fornicar.

–Entonces ¿sí vas o no, Alister? –preguntó Héctor, uno de los compañeros de Alister–. Ya casi nos vamos, todos están listos para partir. Irán muchas mujeres, incluida Cecila.

Alister casi responde que no, casi se entonaba en su mente el recuerdo de la cara de Erendy, con esos ojos llenos de ternura, tanta que era incapaz de lastimarla. Quizás era eso lo que sentía por ella solamente: lástima y compasión. De alguna forma, aunque Erendy era la persona más fuerte que conocía, sabía que, si él se iba, ella estaría destrozada. ¿Quién sabe? Probablemente hasta terminara por quitarse la vida…

–Entonces Alister, ¿qué dices? –inquirió una sensual voz femenina–. ¿Vas a decirme que no irás porque alguien te lo prohíbe? O ¿es acaso porque tú lo has decidido así?

Sin embargo, Alister seguía engolfado con sus elucubraciones, no podía entenderse. Sabía que había amado a Erendy, aún la amaba. O, tal vez, ¿ya no? ¿Cómo descifrar lo que realmente uno siente? No podía explicárselo. Otra cuestión surgía nuevamente: el amor que había entendido como una marea embriagante era mucho más complejo de lo que suponía. Quizás era algo que lo había envuelto en una nube hermosa y preciosa, que lo había llevado a lo más alto, hasta donde ningún humano podría haber llegado. Sí, había tocado el paraíso con los besos de su amada, se había regocijado entre la pureza de su alma; sin embargo, ahora esa magia se había consumido. Lo había elevado para dejarlo caer más allá del infierno que vivía día con día, con su constante incertidumbre e indecisión y su falta de convicción al momento de definir sus sentimientos. Pero ¿cómo definir algo que no podía controlar? Finalmente, Alister reaccionó y volteó hacia Cecila.

–Pues… no lo sé. Todavía no estoy muy seguro, tengo un compromiso.

En esos instantes, Alister experimentó una ingente erección de un modo repentino. Todo era ocasionado por Cecila, mujer a la cual quiso y deseo desde el comienzo de su universidad. Ella tenía un trasero enorme, tan inmenso y delicioso, tan ostensible y jugoso, pero eso no era todo; sus senos también eran gigantescos, tanto que toda la escuela se regocijaba al mirarla trotar en el equipo de baloncesto. Su piel era morena y sus cabellos quebrados y castaños.

–Y ¿qué es ese compromiso? ¿Es tan importante que no puedes ir ni siquiera porque yo iré? –dijo Cecila tentadoramente.

Era intrincado para Alister aquella situación, aunque no tanto como ocultar la inmensa erección que había tenido. Ya casi se imaginaba el culo de Cecila tendido en la cama, listo para que él…. Sin embargo, se aferró a una irreal pureza y luchó por imponer esa personalidad abundante en espiritualidad y no dejarse caer en esa otra que tomaba el control cada noche y lo arrinconaba en la masturbación, el pecado y la culpa.

–Bueno yo, en realidad solo quise decir que…

–¡Ya vamos! No seas así de difícil. Nos amaneceremos en la casa de Héctor, ¿no sabías?

Fue de ese modo en que Alister olvidó aquella mirada ahíta de ternura de Erendy, con sus manos dulcemente recorriendo sus mejillas. En su lugar, se matizó un animal deseo sexual de poseer a aquella morena rabona, ya podía imaginársela gimiendo de placer. Incluso, le parecía extraño a la vez, pues no estaba seguro de que pudiera tener una oportunidad con ella aquella noche, pero algo despertaba más fulgurante que cualquier otra cosa, incluso que Erendy, cuyo recuerdo ahora era arrastrado por un huracán de deseo y locura concupiscente. No podía controlar lo que ocurría y pasaba por su mente, entonces cayó en cuenta y supo qué era aquello. Era el mismo deseo que consumiese todo el amor que sentía por Erendy. ¿Pudo haber sido eso lo que acabó con ese amor tan poderoso? Ahora había cambiado el mar bucólico y agradable por el huracán, el amor por el deseo, la eternidad por la temporal lascivia.

Eso no importaba, pues, de cualquier modo, no era tiempo de enfrascarse en reflexiones sin sentido. Todo lo que Erendy representaba estaba ahí, guardado y en el fondo de su corazón. Sin embargo, Cecila representaba la parte sexual que no podía encontrar en su ser. Pero ¿por qué le pasaba esto a él? Conocía a muchos de sus amigos y eran felices con sus novias, disfrutaban su intimidad. A diferencia de ellos, él no podía lograrlo, solo que su caso era mucho más complejo. En resumen, no deseaba a Erendy, simplemente la disfrutaba de otro modo, veía en ella una ternura incomparable. Sin embargo, ese deseo que no era capaz de fulgurar con su novia emergía como una cascada en otras mujeres, incluso de forma natural, y ni siquiera lo deseaba, simplemente se daba.

–¡Iré! ¡Sí que iré! –afirmó Alister.

–¿En verdad? ¿Correrás ese riesgo? –preguntó Héctor sorprendido, pues sabía de su relación con Erendy, y era extraño que asistiera a alguna fiesta con los compañeros del salón.

–¡Sí, iré! –reafirmó Alister–. Ya hace bastante tiempo que no lo hago, y creo que no me vendría mal ahora.

–¡Muy bien, te aseguro que no te arrepentirás! –expresó Cecila con un tinte de lujuria mientras se remarcaba los labios de un intenso tono rojizo.

Los tres se marcharon rumbo a aquella peculiar fiesta donde, sin sospecharlo, su percepción de la vida y del amor estaba a punto de cambiar para siempre. Muy en el fondo Alister se alejó con la cabeza hecha un galimatías, mientras hablaba con Erendy para comunicarle que tendría un compromiso con sus padres y, lamentablemente, no podría ir a verla. Le sorprendió la naturalidad con que ahora rechazaba a aquella persona que tanto significase para él y para quien él lo era todo. Finalmente, se reunieron con los demás asistentes y partieron juntos hacia aquel abominable destino, no sin que antes Alister sintiera como si un extraño roce le lastimara el alma. Era como algo alargado y divino, como un tentáculo. Además, pudo atisbar unas alas majestuosas en su visión. Al fin y al cabo, no prestó atención, lo atribuyó a un dolor temporal por no haber comido y, de forma indiferente, miró el trasero de Cecila, imaginando mil cosas a la vez, matando su anterior yo para suplantarlo con el yo que recién emergía, uno más real y humano, más natural y poderoso.

Posiblemente, no era real ni auténtico para el ser rehusarse a la idea del sexo con otros seres. La monogamia era tan solo una francachela de las mentes débiles que, en su interior, añoraban más que nada la infidelidad ¿Era una necesidad verdaderamente? ¿Se trataba de un capricho del cuerpo? ¿Cómo se podían explicar tales acontecimientos en la mente inconsistente? La sexualidad con el ser no amado brindaba la liberación temporal en un mundo donde reinaba la miseria, de ahí que el placer experimentado a través de tal acto resultase imprescindible. Por otro lado, la muerte del amor no ofrecía tregua ante los designios del libre albedrío. En fin, la única elección era el cómo, el por qué y el cuándo.

***

Corazones Infieles y Sumisos


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