Particularmente, estaba ese sueño donde podía observar lo que identificaba como espíritus que se escondían debajo de un conjunto de camas en lo que era el cuarto de sus padres. Recordaba Leiter haber tomado un crucifijo y haber intentado luchar contra aquellas monstruosidades que le inspiraban un pánico y horror indecibles, pese a carecer de una estructura material. Lo perseguía obsesivamente una especie de mujer obesa que cambiaba su forma a la de una mantis con múltiples penes por todo el cuerpo, coloración iridiscente y vociferando imprecaciones sexuales de la peor clase. Rememoraba haberla vencido tras indecibles querellas utilizando el crucifijo que se hallaba en la cabecera de la cama de sus padres, introduciéndoselo en la boca y quemándola hasta evaporizarla, sintiendo en carne propia la exterminación de aquella blasfemia. Sin embargo, otras tantas de esas repugnantes formas espirituales se ocultaban en lo más oscuro y profundo de aquella habitación, bajo las camas. Aguardaban ansiosas, refunfuñando horriblemente y silbando como flautas del demonio, esparciendo caos en la dimensión alterna y desfragmentando las consciencias más vastas. Leiter no entendía a qué se debía ese sueño ni su interpretación o relación con su vida actual, pero lo más interesante era que todo se producía en su anterior casa, de la que fue echado y en la que se crio.
Al fin, agotado de tanto pensar y somnoliento, decidió cerrar sus ojos. Esperaba que el día siguiente pudiese salir de la clínica y continuar, aunque ciertamente no lo quería, con su cotidiana vida. No obstante, la noche anunciaba un suceso escandaloso y aterrador, como si fuese el preámbulo de una tragedia inevitable que se cerniría sobre los indefensos títeres de la naturaleza. Sin embargo, cada que intentaba conciliar de verdad el sueño, sentía como una punzada lo alteraba con una fuerza que perturbaba sus pensamientos, incluso más que su trastorno y su rinitis, la cual comenzaba nuevamente a descontrolarse. Curiosamente, desde que llegó al instituto, su nariz había estado peor que de costumbre.
En tanto Leiter dormía a duras penas en aquella clínica, Klopt se hallaba frente al siniestro bosque. De algún modo, no sentía miedo, sino una incipiente curiosidad. Recordaba con nostalgia las primeras pláticas con Leiter, cuando él aún estaba dormido y creía en la ciencia. No obstante, la duda hizo que cada vez creyera más en lo que su amigo le contaba, hasta que un día terminó por quitarse ese velo y descubrir que el mundo en verdad era un lugar horrible, y que todo, absolutamente todo, estaba manipulado por las trece familias predilectas cuya ambición no tiene límites. Incluso él mismo se asombraba del cambio que había sufrido en tan poco tiempo, pero no se arrepentía para nada. Y, aunque no había platicado con Leiter abiertamente sobre sus nuevas concepciones, sabía que quizás así era mejor, pues sentía que los vigilaban en todo momento.
¡Qué extraño era aquel lugar, dominado por una sensación funesta de ser observado! Incluso las plantas y los árboles lucían decadentes, como si detestaran su existencia. Según Calhter, la supuesta reunión se llevaría en alguna parte de aquel tétrico bosque, cosa de por sí rara. Pero tal vez estaba exagerando y todo había sido un juego mental. Desahuciado y cansado, casi emprendía la vuelta a su habitación, hasta que decidió explorar un poco más y se encontró de frente con un cúmulo de neblina cromática. En primera instancia, pensó en atravesarla de golpe, pero dudó. Tomó una piedra y la arrojó con todas sus fuerzas. Grande fue su sorpresa al percatarse de que ésta abría un agujero en la neblina, y entonces pudo visualizar el ojo coronando el frente del centro de investigación. Cosa curiosa e inverosímil la que ocurría. Parecía ser que en realidad esa era la salida, al menos un puente de vuelta al origen, donde comenzaba el supuesto bosque. Tal vez así lo era y por eso estaba la protección eléctrica, así nadie se atrevería a comprobar si el bosque era tan solo un holograma, lo cual parecía más probable ahora que nunca. ¿Qué opciones le quedaban? ¿Habrían Poljka y Calhter asistido a aquella enigmática reunión en medio del bosque o tan solo habían regresado al centro para preparar algún artículo?
El bosque parecía ser demasiado grande y extenderse mucho más allá de lo que se imaginaba, incluso saliéndose de los límites del terreno destinado al centro de investigación. Si uno continuaba por aquellas veredas serpenteantes, podía ir a parar a quién sabe dónde. De pronto, en una cueva hasta ahora imperceptible, a un costado del comienzo del bosque, vislumbró una tenue luz, como una llama a punto de extinguirse en la oscuridad eterna. Se acercó un tanto dubitativo e indagó, había algunos objetos que indicaban la presencia de alguien. En especial, podían atisbarse crucifijos y toda clase de imágenes místicas. Decidió entrar al fin, y casi se infarta cuando vio ahí a Pertwy, sin playera, demacrado y en posición de meditación.
–¿Qué significa esto, Pertwy? ¿Qué rayos estás haciendo aquí?
En primera instancia, Pertwy no dijo nada, como si no hubiese si quiera sentido que Klopt estaba frente a él, o como si lo estuviese ignorando. Su cuerpo estaba sumamente lacerado y su expresión flemática hacía pensar que no probaba bocado en largo tiempo. Observó a Klopt con disgusto e hizo algunos gestos despectivos, luego abandonó su postura de meditación y habló con cierta solemnidad.
–Amigo, ¡qué sorpresiva visita! ¿Cómo es que me encontraste?
–Primero respóndeme ¿qué estás haciendo aquí? No lo comprendo.
–¿Yo aquí? –inquirió Pertwy como si le ofendiese la pregunta–. Este es mi hogar, aquí es donde vengo a orar por la salvación.
–Has perdido la razón, necesitas regresar de inmediato al centro y ser atendido. Mira nada más en qué condiciones estás, hace días que no comes seguramente.
–Amigo, todo está bien. Aquí he aprendido demasiadas cosas y ya solo espero el día del juicio. No necesito comer, tú bien sabes que todos los alimentos están contaminados.
–Bueno, tal vez. Pero, aun así, debes tener hambre.
–La resisto, ese es el poder que me ha sido concedido.
–De acuerdo, ese es tu asunto –exclamó Klopt, resignándose a la idea de que Pertwy había enloquecido por completo–. Solo dime ¿qué haces aquí?
–Vengo aquí desde hace unas semanas, me han llamado los dioses. Amigo, ¿no ves que este mundo ya se acabó? Ahora solo nos queda orar por la salvación para ser aceptados en el reino del señor. Yo ya me he resignado y solo espero el fin, eso es todo.
–¿Quién te ha dicho tales cosas? Es cierto que este mundo es una basura, pero ¿cómo has llegado a creer que esto es lo correcto?
–Y ¿qué es lo correcto? ¿Crees que tú, Leiter o alguien más puede darles la contra? ¡Tonterías! ¡Nadie puede, nadie en absoluto!
–Entonces ¿tú sabes algo?
–¿Algo? ¡Lo sé todo! Dios me lo dijo. Los seres de luz me han revelado todas las maquinaciones, nada permanece oculto ante la más avezada consciencia.
–Creo que no podremos entendernos después de todo.
–Veo tu incredulidad, al igual que la de Leiter hace poco. Pues has de saber que yo estaba tan perdido como ustedes, que sufría en agonía al no hallar el camino y ser como todo el mundo; no obstante, ahora he descubierto lo oculto, lo vedado a los seres ordinarios. Para mí, el mundo terrenal ya no existe, solo el espiritual. Te podría parecer que todo esto son solo meros disparates, pero he tenido visiones magníficas donde se ha revelado tal información.
–Bien, supongamos que te creo. En todo caso, si tú afirmas que has hablado con seres de luz, entonces tengo algunas preguntas qué hacerte al respecto.
–Puedes hacerlas, yo responderé todas con sinceridad.
–En primer lugar, si dios se ha manifestado ante ti, ¿por qué no lo hace ante todos?
–Porque no todos creen en él ni tienen la fe suficiente.
–Lo sabía. Es absurdo, no puede ser que creas eso.
–Y ¿por qué no? Dios se ha mostrado ante mí y me ha hablado. Lo que me distingue es que ya no lucho por este mundo, ya no me interesa esta guerra perdida de antemano, ahora solo me preocupo por la salvación.
–Es ridículo pensar que dios guarda ciertas preferencias por algunas personas y que solo ante ellas se muestra. Ese es el viejo truco explotado hasta el cansancio para decirse profeta y engendrar miedo en las personas.
–Bueno, posiblemente los falsos dioses así sean, pero el mío no.
–Y entonces ¿por qué no acaba tu dios con toda la miseria y con los que han implantado este sistema?
–Siempre es el mismo cuestionamiento. Sabes, comienzo a cansarme de esto. Todos los escépticos hacen preguntas similares, esperaba que tú fueras más interesante, pero no. Has pensado si a dios realmente le importa este mundo.
–Entonces ¿qué clase de dios sería?
–Uno en el que quiero creer. Los humanos creen que dios es amor y que fueron hechos a su imagen y semejanza, aunque nadie se cuestiona si dios desprecia a los humanos y los deja en su miseria. Quizá sencillamente se lava las manos y solo se entristece al ver cómo actuamos. Dios no es solo amor, tampoco es todopoderoso, pero incluso eso no lo privaría de ser dios. Tal vez dios y el demonio sean la misma entidad, pues los seres que he visto a veces adoptan formas raras y hasta asquerosas, pese a estar siempre envueltos en un halo de luz.
–No sé qué clase de seres sean los que dices ver, pero no estoy dispuesto a aceptar tales creencias. Para mí, no existe ningún ser que pueda llamarse dios. Ahora tengo cosas mucho más relevantes por hacer que quedarme a escuchar tus desvaríos siniestros.
–Como quieras, no te estoy obligando a creer. Dime ¿a dónde irás y qué haces por aquí?
–Seguía a alguien, ¿tú sabes algo?
–Él me dijo que es preferible no saber lo que aquí se oculta, pues la frustración y la desesperación que sentiría serían incomparables. Desde entonces prefiero no averiguarlo, aunque a veces veo personas dirigirse hacia la neblina.
–¿Neblina? Entonces es posible que…
–Sí, supongo que ya lo sabes. Si quieres ingresar, debes aplicar una especie de truco.
–Bien, más vale que me cuentes ahora mismo.
–Sí, te lo diré. Esto me lo reveló dios cuando intentaba todavía luchar como ustedes, solo prometiéndole que abandonaría todo acto de rebeldía y me consagraría a la oración para prepararme ante el ingreso absoluto al mundo espiritual.
–Sí, dime ya. Me estoy hartando de discursos espirituales.
–Si cruzas directamente hacia la neblina, terminarás regresando al lugar donde comienza el bosque, que es frente al centro donde el ojo destapará tus sentidos. Lo que debes hacer es rodear la neblina y caminar siguiendo siempre el borde. Llegarás hasta una especie de cumbre, desde la cual parecerá que te hayas en la cima del mundo, dada su aparente altitud. Supongo que, si saltas, podrás llegar al lugar que esperas, aunque, de ser así, muy posiblemente no te guste lo que veas, o tal vez ni siquiera regreses.
–Pues gracias. Sin importar lo que pase, iré y descubriré la verdad, es necesario.
–Si esa es tu intención, que así sea.
–Y tú ¿qué harás? ¿Continuarás viviendo de este modo?
–Sí, oraré y seguiré charlando con los seres de luz.
–De acuerdo, pues suerte.
Klopt se marchó con la viva convicción de que Pertwy era un caso perdido. ¡Quién sabe qué clase de cosas le habrían metido en la cabeza! ¿Cómo podía confiar en que sus palabras eran ciertas? No le quedaba otra opción, al fin y al cabo. Lo intentaría, y si nada pasaba, sencillamente regresaría a su habitación convencido de que todo eran meros disparates, se concentraría en sus estudios y olvidaría todas las teorías raras de Leiter. No sabía por qué, pero así se lo dictaba su corazón. Le resultaba una carga tener que vivir debatiéndose si era o no verdad que existían intereses oscuros y profundos que manipulaban todas las formas en que el humano vivía.
Avanzó hasta donde pudo y, al llegar a la neblina, hizo justamente lo que Pertwy le indicó. Avanzó siguiendo el contorno, sin lograr ver nada, solo guiándose por su intuición. Por alguna razón, sentía como si estuviese descendiendo cada vez más. Al fin, se disipó de golpe toda la neblina y el lugar quedó tal y como se lo había indicado Pertwy: al borde de una cumbre. Por suerte, no guardaba pavor a las alturas y pudo contenerse, aunque sintiendo cómo el corazón le palpitaba estremecedoramente. Debatió en su mente si valía la pena intentar aquella locura y, entre más lo pensaba, menos convencido se sentía ya de llevar a cabo sus propósitos. De pronto, se armó de valor al saber que su vida jamás podría volver a ser lo que planeaba, pues siempre tendría ya aquella maldita duda. Así fue como dio el gran paso y se aventó hacia el vacío, o eso creía. La sensación que experimentó fue tan vívida, real y alucinante que casi prorrumpía en un aullido demente, aunque de nuevo se contuvo. Tal sensación solo duró segundos, pues inmediatamente tocó el suelo, o lo que reconocía por este.
Había llegado a un lugar cuya presión lo asfixiaba, estaba ciertamente decepcionado de lo que veía. Tan solo se trataba de una construcción semejante a un templo donde en el centro se alzaba una especie de plataforma muy extraña, pues tenía siete asientos y en medio estaba dibujado un símbolo demasiado sugestivo e indescriptible, un tanto similar a una rueda con múltiples brazos emanando de su contorno. Nada indicaba tecnología avanzada para manipular el mundo, todo lo que existía era un conglomerado de ruinas y un nauseabundo olor a carne podrida. El problema sería, indudablemente, cómo salir, pues al virar descubrió solo una enorme pared, tan alta que parecía infranqueable. Comenzó entonces a explorar aquel supuesto amasijo de ruinas, notando los extraños arabescos que estaban tallados en sus ajadas construcciones. En ellos, aparecían ángeles combinados con demonios, como si ambos fuesen una misma raza, tal como los describiese Pertwy.
Además, había algo que le dejó perplejo: el suicidio de dios. Sí, al menos eso se apreciaba. En realidad, aquellos símbolos reflejaban una línea del tiempo, con una cronología misteriosa. El hecho es que dios, tras contemplar a los humanos de la cuarta generación, decidía cesar su existencia para así purificar su gran error. No estaba claro a qué se refería con esto último, pero así estaba escrito en latín, lengua que afortunadamente Klopt había estudiado, aunque solo lo básico. Se decía que, hasta la fecha, habían existido cuatro generaciones de seres que habían poblado el planeta, una de las cuáles se extinguió con el supuesto gran diluvio. Klopt, escéptico y perspicaz, no se dejó impresionar por aquellos garabatos y se mantuvo reflexivo.
Toda esa información era muy interesante, en especial conocer más sobre el suicidio de dios, y si era el mismo del que se hablaba en las absurdas religiones humanas. Acaso resultaría intrigante que fuese cierto, pues confirmaría solamente la nefanda realidad del mono. Klopt continúo registrando el lugar hasta percatarse de que algo no andaba bien, se sentía mareado y hasta adolorido. Era algo en el ambiente, la acumulación de vibraciones anómalas. Nunca había sido partícipe de aceptar que existiese energía negativa o positiva, pero ahora realmente se sentía afectado. Se alejó del templo y se escondió tras una gran piedra, desde donde escuchó cómo se abría la tierra. La piedra en forma de pilar donde se refugió tenía, curiosamente, un diminuto agujero por el cual Klopt apenas y podía mirar; hasta parecía hecho a la medida del ojo, incluso tenía esa forma. La impresión que el despistado muchacho se llevó alcanzó su máximo desconcierto cuando, en el lugar donde estaba la rueda, ahora había un gran agujero pestilente desde el cual incontables vapores iridiscentes emanaban y lo envolvían todo.
Luego, comenzó a tornarse más oscuro el cielo o lo que Klopt identificaba por ello. Estaba seguro de que se hallaba a muchos kilómetros de distancia bajo la tierra, pero ¿en dónde diablos exactamente? A continuación, apareció en el firmamento una enorme figura muy similar a una boca; de hecho, eran dos, muy raras y con los labios mordidos. Destellos y luces intensas se podían contemplar en el interior cuando hablaban y mostraban su nefanda dentadura contorsionándose. Klopt dudó por un instante de que realmente estuviese enterrado, hundido bajo la superficie donde normalmente transitaba, pero así debía ser. ¿Cómo explicarlo todo recurriendo a la lógica? Decidió que se quedaría a contemplar aquel suceso, ya luego ya vería cómo huir. Estaba muy alterado, necesitaba calmarse cuanto antes. No podía ser que algo horrible fuese a suceder en aquel lugar, algo así como un sacrificio. ¿Por qué pensaba en eso justo ahora? ¡Que el diablo se lo llevara!
Pasaron unos momentos, todo era silencio. El templo parecía vibrar y siete encapuchados aparecieron de la nada, acomodándose en círculo y distribuyéndose uniformemente en las construcciones con forma de asientos que parecían estar acomodadas en torno al círculo que ahora se iluminaba. Las dos execrables bocas comenzaron a entablar un diálogo pérfido utilizando voces cuyas variaciones eran muy estrepitosas. A veces, incluso parecía que querían desgarrarse la garganta; en otras, adoptaban tonos muy suaves, como voces de ángeles. ¿Qué significaba aquello?
–¿Qué tanto dices, maldita perra asquerosa? –dijo una de las bocas con voz ronca y horripilante.
–¿A quién llamaste así? ¿Acaso a mí? ¡Responde, maldito aborto! ¡Vil blasfemia e inmunda asquerosidad! –replicó la otra, sin mediar su tono de voz, hasta escupiendo sangre y gargajos con pus.
–¡Te odio, maldita hija de las mil perras! ¡Te odio, maldita puta bastarda! –casi gimió entre gritos y chorros de saliva verdosa la boca que había comenzado la horrible conversación.
–Ah, ¿sí? ¡Pues yo te aborrezco y te violaré, deforme zorra! ¡Ya verás cómo te meteré una pierna por el agujero! ¡Maldita seas por siempre, asquerosa ramera! –vociferó en un tono de voz nada agradable la segunda boca.
–¡Cállate ya, estúpida criatura!
–¿Yo callarme? ¿Yo? ¡Tú hazlo, insensata de mierda!
–¡Silencio, golfa amante de la porquería!
–¡Púdrete! ¡Te odio, malnacida bastarda preñada!
–¡Pues yo te odio más, putrefacta basura sin sentido!
Así continuaron su discusión las bocas, tomando turnos para insultarse cada vez con más exaltación, hasta que se callaban y a Klopt le parecía escuchar un tenue murmullo que decía te amo proveniente del interior de éstas, pero no estaba seguro. Se asomó un poco más por el agujero, tomando confianza y comprobando que no sería visto. ¡En verdad eran dos bocas! ¡Qué extrañas criaturas! Eran enormes, casi del tamaño de las nubes, y parecían coronar el firmamento. Una de ellas era morada y sangraba, la otra era azul y expulsaba una espumosa sustancia fosforescente. La primera tenía dientes puntiagudos de oro y su lengua era la de una serpiente, pero partida en tres. La segunda tenía dientes muy chatos, con agujeros en ellos, su lengua estaba repleta de heridas y salpicaba ácido. Ninguna parecía tener intenciones de callarse, pues proseguían hablando infamias, hasta que su tamaño se redujo debido a la aparición de un ojo siniestro.
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Libro: La Esencia Magnificente