Capítulo XIV (LEM)

Los sentimientos resultaban fútiles, solo una irrisoria concepción de la absorción magistral del sistema. ¡Qué sospechoso y trivial asunto el de sentir! ¡Qué vagos recuerdos y sensaciones dejaban esos infernales espadazos, tan profundos que lograban atravesarlo todo sin remedio, tan hirientes que desgarraban el escudo más resistente, tan extraños que escapaban del limitado entendimiento del ser! Y, sin duda alguna, tan cierto resulta que no se puede dedicar la vida a otra persona ni tomar la suya, pues ninguna nos pertenece. La injustica que impera no es sino la soberanía de los espíritus afligidos, el verdadero potencial no se ha revelado ni llegará la iluminación; no en este plano, no en este estado, no para este ser. Lo que vivimos resulta intrascendente, lo que aprendemos dudosamente intrínseco, pero lo que siempre hemos sido y seremos permanece imperturbable mientras se deforma nuestro entorno y nuestro cuerpo decae. El deseo inmaculado fue susurrado hacia los abismos de la miasma cromática. La muerte fue herida y se alejó, la vida fue aniquilada y se disipó. El martirio no será el fin, pero tampoco lo será el inconveniente exterior ahíto de obstáculos retorcidos…

–¡Abric! ¿En dónde estás? ¿Por qué me dices eso? ¿Es acaso una señal?

Leiter despertó, estaba en la clínica de nuevo, recostado en una camilla contigua a la que había ocupado hace poco. Había escuchado la voz de Abric en sus sueños, susurrándole aquel fragmento tan interesante. Pero ¿qué significaba todo esto? Incluso, en sueños había visto cómo Abric se arrojaba al vacío, había sido tan extraño. Estaban en la cima de aquella montaña, solos y deprimidos, como siempre, extraviados del mundo, ajenos a la realidad. La única diferencia era que Abric se aventaba sin pensarlo, se deslizaba en el aire y Leiter también se arrojaba, como entendiendo que ya no importaba vivir. Luego, mientras caían, llegaba un grito, parecido al que soltó Klopt antes de lanzarse contra la malla eléctrica. Entonces ya no era Abric el que se había aventado, era Klopt. En cuestión de nada, se habían intercambiado las caras. Quizá no había observado atentamente y, en realidad, siempre había sido Klopt, pero, en su obcecación, lo había confundido con Abric.

Lo curioso es que, antes de golpear el suelo, la figura de Klopt comenzaba a desvanecerse y solo quedaba Leiter, cayendo vertiginosamente y esperando el golpe final, el de la muerte. No obstante, cuando estaba a nada del impacto, algo lo detenía, solo que no conseguía observar qué o quién. Recordaba unos ojos rojos y una silueta verde, de tal contraste que nunca en su vida creyó que pudieran existir. Era un verde único y más centelleante que cualquiera, más hermoso que el de sus propios ojos, tan similar al tono de la esmeralda y la fluorita combinadas con otras tantas joyas preciosas de inefable aspecto. ¡Vaya sueños que había tenido desde aquel día! Creía haber estado inconsciente una eternidad, pero no. Por desgracia, aún no había muerto. Todavía tendría que tolerar el mundo humano y a sus horribles habitantes por unos momentos más. ¡Qué asco sentía al existir!

–Ya despertaste, me alegra. Es muy pronto para que estés aquí de nuevo –dijo la doctora Breist, mirándolo de soslayo.

–Doctora, ¡qué pena estar causando molestias otra vez! Lamento mucho mi condición, pero le prometo que…

–No te preocupes por eso ahora, seguro que tuviste alguna recaída. Te advertí que no estuvieras expuesto a situaciones estresantes.

–Lo sé, es solo que no pude evitarlo. Usted ¿se enteró de lo que pasó?

–¿Te refieres al loco que se aventó contra la malla eléctrica?

Leiter reflexionó y pensó que sería mejor no discutir con la doctora, al menos no por ahora. Algo extraño en los colores de su aura le indicaba desconfianza. Más que nunca necesitaba ser cuidadoso y recuperarse a la brevedad.

–Sí, ese mismo.

–Entonces sí, claro que me enteré –afirmó sorprendida la doctora–. ¡Todos se enteraron! ¿Acaso tú estabas ahí?

–Sí, yo estaba precisamente ahí. Todo ocurrió de manera extraña.

–Pero ¿por qué? ¿Acaso era tu amigo el sujeto que se suicidó?

–Sí, lo era. Causalmente, yo pasaba por ahí cuando comenzó el asunto.

–Ya veo, pues ¡qué casualidad! Y ¿tienes alguna idea de por qué tu amigo decidió hacer esa tontería?

–No lo consideraría una tontería, sino algo sensato dadas las condiciones actuales del mundo.

–¿De verdad? ¡Debes estar igual de loco que él entonces! –afirmó la doctora Breist desternillándose.

–Supongo que sí, es solo que no considero a la vida como algo valioso que quiera experimentar. Considero que la existencia se ha envilecido a tal punto que ni siquiera es valioso el hecho de intentarlo. La voluntad de dicha acción resultaría fútil, sin sentido en este pandemónium de humanos manipulados. Por ende, creo que el suicidio puede ser algo muy bueno, pero no debe tomarse como una salida fácil, sino como la consagración. Esto solo ocurre cuando se ha logrado una comprensión del carácter ridículo y enfermizo que tiene este mundo, en donde resulta prácticamente imposible un cambio. Considero, en resumen, que aquel que se suicida debe merecer lo suficiente su muerte como para que ésta pueda elevarlo al nivel de un dios. Si la vida misma es absurda, también lo es la muerte cualquiera, la cual es experimentada por la gran mayoría, pues, si sus vidas fueron miserables, no creo que realmente merezcan su muerte.

–Ya veo, ¡qué interesante! –replicó la doctora, mirando fijamente a Leiter.

–En repetidas ocasiones hablo de ello, aunque siempre obtengo los mismos resultados. La única persona con quien podía conversar sin prejuicios era un amigo llamado Abric, quien desapareció hace ya un tiempo.

–Es el que has estado llamando en tus sueños…

–¿De verdad? Supongo que sí, lo que sueño siempre es raro.

–¿Crees que el mundo es un mal lugar para vivir? –cuestionó de golpe la doctora Breist.

–Lo es si en él existimos los humanos. Sin nosotros, considero que el mundo sería igual de absurdo, pero, al menos, sería un hermoso absurdo.

–¿La existencia misma te parece miserable?

–Me parece que no hay razón alguna para continuar existiendo en un mundo como este. Sobre todo, me causa náuseas atisbar la forma tan magnífica en que la pseudorealidad implanta conceptos en nuestras mentes. Desde que nacemos, se nos implantan las raíces funestas cuyos frutos son la estupidez y la ignorancia. Por desgracia, es tan profundo el acondicionamiento que recibimos que el resto de nuestras vidas nos es imposible librarnos de él. Por eso las personas ya no son ellas mismas, sino el producto de lo que la sociedad quiere que sean, todo de acuerdo con patrones de comportamiento que les permitirán continuar en esta absurda existencia. Lo más grave es la imposición que se nos hace acerca de lo valiosa que es la vida y lo terrible que es la muerte. Las personas, conforme se desarrollan en este mundo donde los sentimientos y los sueños están rotos de antemano, consolidarán los ideales que les han sido infiltrados. Y, así, se concentrarán en vivir para hacer dinero, acumular materialismo, ostentar joyas y perseguir banalidades, para buscar poder a toda costa, enloquecer ante los delirios sexuales y, en general, para no ver más allá de esta entelequia que se ha impuesto como existencia.

–No sé qué podría colegir de todo esto, Leiter.

–Todos piensan que son locuras lo que digo. Incluso, mis padres ya no me reconocen más, dicen que no saben quién soy.

–Y tú ¿lo sabes realmente?

–No creo. Lo cierto es que no viviré mucho para descubrirlo. Constantemente tengo que usar tantas máscaras, fingir que me interesan las pláticas de las personas, que sus vidas me parecen trascendentes y que comprendo sus deseos materialistas. Pero ya estoy cansado, me he fastidiado de los humanos y su mundo. Estoy harto de existir, de no tener el valor para quitarme la vida.

–En eso tienes razón, pero ¿qué podemos hacer? ¿No es mejor olvidarnos de toda la miseria y enfocarnos en ser felices? Creo que te mortificas mucho por problemas que jamás podrás resolver. El mundo, como dices, está mal, pero nunca será de otro modo.

–Sería bueno, tan bueno poder lograr eso. El problema es que ya no puedo disfrutar de los más ínfimos detalles que la vida proporciona. Ya no puedo, sin importar qué, sentirme a gusto en un mundo como este.

–Eso me queda perfectamente claro –dijo la doctora, preparándose para marcharse–No mueras sin antes haber escrito algo de tus ideas. Por ahora me retiro, no sin antes preguntarte ¿qué es la pseudorealidad? Escuché que lo mencionabas en sueños, pero no me quedó claro.

–Es un término que mi amigo Abric y yo usábamos para referirnos a la forma de vivir de los humanos, a todo lo que nos rodea y consume diariamente, a la existencia absurda en la que nos hallamos inmersos sin excepción. A lo que aparenta ser real, pero no es sino un holograma, una ficción para enmohecer las mentes y extirpar las almas.

–¡Ahora lo comprendo, así que eso es la pseudorealidad!

Dicho esto, la doctora partió y Leiter se quedó todavía despierto un buen rato, en el cual experimentó un profundo hartazgo. Todo le fastidiaba, ya no había sentido en nada. ¿Acaso la vida era siempre así de aburrida y horrible? Lo que más detestaba era ser él mismo, era algo insoportable lidiar con su propio yo. Sin comprender mucho, se recostó con disgusto hasta que el sueño al fin lo abrazó. Un nuevo día le esperaba, ya lejos de aquella clínica. Pero sería lo mismo, ver a las mismas personas, vivir las mismas cosas, realizar las mismas acciones. Sí, aquel demoniaco y horripilante círculo vicioso que era la existencia, tan miserable y a la vez tan molesto. ¿Por qué simplemente no se mataba de una buena vez? ¿Qué le impedía tomar la navaja y rajarse las venas? Quizás era tan solo el instinto de supervivencia, o tal vez estaba ya demasiado contaminado de la vida absurda como para poder cometer tan divino y sublime acto como el suicidio.

Por otro lado, Poljka, hasta entonces desaparecida, caminaba de prisa hacia la clínica donde se hallaba Leiter, seguramente ahora dormido, en especial gracias al somnífero que la doctora había disuelto en el agua. Este sería el momento en que tendría que… La herida que debía ocasionarle debía ser especial, cuidadosamente ubicada entre el estómago y el pecho, justamente donde se hallaba uno de los centros de energía vitales para la constitución del ser. Si Leiter todavía poseía alma, entonces la incisión que la daga ocasionaría debía ser suficiente. De acuerdo con lo que le contase el doctor Lorax, la herida cerraría físicamente, pero lo que ocurriría en el alma sería irreparable. El golpe que recibiría comenzaría a destrozar la fuerza espiritual de Leiter. Y, si todo marchaba de acuerdo con los planes, podría aprovechar el cuerpo de aquel, una vez extinta su alma, para implantar ahí a la criatura que les traería el control total sobre la vida y la muerte. Las personas morirían, pero no conseguirían zafarse jamás del ciclo absurdo. Volverían a este mundo miserable una y otra vez hasta el infinito. Ellos manipularían al rebaño como hasta ahora lo habían hecho, aun después de la muerte. Tantos elementos podían utilizar todavía, y otros deberían mejorarlos, pero siempre se podía mantener bajo control a los tontos monos mientras se les proveyera de dinero, sexo y drogas.

Solo existían pequeñas excepciones, como bien sabia Poljka. Ella había sido instruida hace poco en todos los principios de la orden, pero era inteligente y de inmediato capto todo lo que se le enseñó. Además, tenía la ventaja de poseer numerosas influencias y de contar con doctorado y una inmensa cantidad de artículos publicados. Se había inscrito en el sistema de investigadores y tenía prácticamente la vida resuelta, haciendo casi nada podía obtener ganancias exquisitas y fingir que le interesaba hacer investigación y ayudar a las personas. Ciertamente, todos los investigadores seguían el mismo patrón, al menos los más ciegos, ambiciosos por el mundo material, tal como ella antes. No obstante, ahora sabía que existían propósitos más elevados, todo gracias a que se había unido a la orden La Refulgente Supernova. Antes solía añorar solo dinero y materialismo, pero ahora, tras ser una muñeca sexual y cumplir con todos los requisitos, sería muy pronto ascendida en grado y, quién sabe, tal vez algún día sería la máxima reina del mundo, la suprema sacerdotisa. Nadie sospecharía que personas de ciencia estaban metidas hasta las narices en temas esotéricos y conspiraciones. Y, si lo hacían, serían exterminados o ridiculizados para que no obstruyeran el camino. Su triunfo era inminente, nada ni nadie podría sospechar sus planes, especialmente viviendo del modo tan estúpido cómo lo hacían los humanos.

Solo había una cosa, una única cosa, un factor que hasta ahora no le había molestado, pero que había empezado a incomodarla repentinamente. Desde su llegada al centro, sospecho que una mafia se escondía en sus entrañas, lo cual confirmo cuando los jefes decidieron reclutarla y mostrarle todo el poder al que tendría acceso. Lo único que le habían pedido era convertirse en su muñeca sexual y la máxima princesa de la orden. Lo pensó por unas noches y supo que no tendría otra opción. Su familia jamás lo sabría y ella podría tener la vida que siempre había soñado, además de un poder mucho más allá de lo que se imaginaba. Por supuesto que estaba decidida a llegar tan lejos como fuera posible, pues esos viejos no le habían contado todo. Y lo que le molestaba eran los sentimientos que creía guardar hacia Leiter. Si tan solo lo hubiera conocido antes, antes de ese día en la reunión donde los presentaron, antes de que jurara fidelidad ante todo a la orden. Y es que ese día se sintió distinta, tan bien, como si Leiter hubiera alterado todas sus concepciones.

Lástima que ya era demasiado tarde, tarde para conseguir ser feliz con alguien, pues su destino había sido labrado. Y, aunque estuviese enamorada de Leiter, aunque lo adorara y lo quisiera, incluso nada de eso podría nublar sus objetivos. Por lo tanto, esta sería su máxima prueba, por eso la habían conminado esta tarde, para que demostrara su fidelidad hacia la orden. Había fingido todo este tiempo y, al parecer, Leiter había finalmente confiado en ella, pues le contaba todo sin temor ni remordimiento. Lo único que Poljka no conseguía sacarse de su cabeza era lo que sentía cuando lo tenía cerca, como si por unos instantes esas sensaciones pudieran más que el juramento hacia la orden. Pero no, debía mantenerse firme en su misión, debía herir el alma de Leiter, con lo cual podrían usar su cuerpo posteriormente. Sus órdenes habían sido claras y sabía que la orden la estaba probando, no fallaría.

Entro a la clínica temblorosa y atravesó los pasillos sin encender la luz. La habitación donde Leiter reposaba se hallaba casi al final. ¡En verdad lo iba a hacer, iba a herir a la persona que creía querer! No debía flaquear ahora, pues, de otro modo, la orden no le perdonaría jamás su falta. Se acercó y contemplo la cama, ahí estaba Leiter, envuelto en sus sábanas, descansando sin sospechar que muy pronto le sería extirpada el alma. Pero ¿por qué Leiter conservaría todavía su alma? ¿Qué clase de criatura era? ¿Acaso era más que un simple humano? ¡Imposible, tonterías! Poljka se colocó frente a la cama y algunas lágrimas escurrieron de sus preciosos ojos azules. No podía hacerlo, no quería. ¡Maldición! ¿Por qué tenía aún sentimientos? ¿No era ridículo querer a alguien en un mundo corrompido? La orden lo purificaría todo, y, si ella estaba de su lado, no sufriría jamás. ¿Es que tal vez lo que creía sentir por aquel joven pálido superaba el poder de su propio acondicionamiento? ¿No era el amor también una falacia? ¿Es que amaba a Leiter sin saberlo hasta ahora? Se armó de valor y desechó tales zarandajas, cumpliría con su misión, aunque tuviese que dañar al único humano que la había hecho sentir tan bien. ¡Al diablo con eso! El mundo era una basura y ella, Poljka Svetlanski, no podía dudar ni traicionar a quien le había concedido el poder para superar su humanidad.

–Es una pena, en verdad no hubiera querido hacerte esto –exclamó Poljka, sollozando y sin decidirse a llevar a cabo su execrable acto–. Tú has sido diferente, la única persona con quien me he entendido. Si tan solo hubieras llegado un momento antes a mi vida, pero no pudo ser así… Ahora te convertirás en el instrumento para que nosotros controlemos la muerte. Tú, que todavía tienes alma, debes ser sacrificado para que la orden eternice su poder.

Y diciendo esto rompió en llanto, mostrando sus auténticos sentimientos hacia Leiter. Todos esos encuentros clandestinos, ese anhelo de entregarse a él, todo era cierto. No podía herirlo, pero debía hacerlo. ¿Qué hacer? ¿Cómo remediar todo? Pensó que lo mejor sería primero acuchillarlo en otra parte y luego, cuando ya estuviera débil, ejecutar el verdadero acto, lastimarlo en el punto donde le había sido indicado. Era posible que lo matara, tal vez eso sería una mejor opción todavía. Se dejó llevar por su nerviosismo y tuvo un ataque de ansiedad, al tiempo que la cabeza parecía estallarle. Presa de su desesperación, se inclinó por salvar a Leiter. Primero lo mataría y luego ella se suicidaría. Sí, esa debía ser la forma de escapar de aquel delirio. Existía la posibilidad de que pudieran librarse de todo, aunque ella ya estaba condenada. Al menos en la muerte podrían tener más esperanzas de vivir que en lo que era la supuesta vida. De este modo, se lanzó contra Leiter y lo apuñalo tantas veces como pudo. Cuando se detuvo, se percató de que había atacado a las almohadas cubiertas con las sábanas. ¡Leiter había escapado! Pero ¿cómo? Inmediatamente busco por toda la habitación, pasó a inspeccionar el baño y atisbó que la ventana estaba abierta de par en par.

–¡No puede ser! Pero ¿cómo es que se escapó? Se supone que estaba bajo el efecto del somnífero y también bastante débil. ¡Maldición!

–Parece que, después de todo, no fuiste capaz de cumplir tu misión –exclamó una siniestra voz detrás.

–¿Quién está ahí? ¿Acaso me estabas vigilando?

–Por supuesto. La orden tiene reglas claras, tan es así que desconfiamos de ti por completo –dijo una sombra que se quitaba la capucha, revelando su identidad.

–¡Doctora Breist! ¿Por qué? ¿No se supone que debía realizar esta tarea yo sola?

–Se suponía, querida. Aunque ya ves que no fue así.

–Ahora mismo saldré a buscarlo, lo traeré aquí y lo heriré donde se me ha indicado.

–No, Poljka. ¡No lo harás! Ya no tiene caso, ellos se encargarán.

–¿Qué significa eso, doctora? ¿Acaso él…? ¡Imposible!

–Sí, es lo que te imaginas.

El rostro de Poljka se tornó pálido y quedó boquiabierta, parecía como si las ganas de vivir la hubiesen abandonado. Ella, en efecto, entendía las palabras de la doctora Breist. Leiter, indudablemente, se dirigía hacia el bosque. Más que eso, tenía la intención de ir hacia la neblina, de alcanzar el escondite de la orden. Sin embargo, si conseguía su propósito, era seguro que no regresaría siendo el mismo.

–¿Qué le van a hacer? ¿Terminará igual que Klopt? O ¿tal vez como…?

–No te atrevas a mencionar su nombre, maldita zorra. No tienes ningún derecho.

–Lo lamento, es solo que yo…, debo cumplir con mi misión –dijo Poljka mientras intentaba salir del cuarto, cosa que su compañera impidió.

–Sabia de tus sentimientos hacia él. Siempre lo supe, desde el primer momento. Notaba como lo observabas y lo adorabas. Aunque todo eso debía ser fingido, en verdad terminaste enamorándote de él. Y esta prueba era solo una mentira, pero para ti, no para él.

–¿Para mí? Entonces ¿no soy parte de ustedes? Me han engañado…

–La orden se sostiene por sí misma, ¿tú crees que requiere de una persona? ¡Nadie es parte de la orden! Mucho menos tú, una niña tan estúpida y frágil –expreso la doctora dándole una cachetada a Poljka, desgarrándole el labio–. Se supone que tu misión era conocerlo y ganarte su confianza para arrebatarle el alma, no tenías que enamorarte como una maldita empedernida.

–Perdóname, yo no quería. Pero no pude elegir…

–Te confieso, golfa, que lo mismo me pasó con Bolyai.

–¿Qué dices? ¿Te refieres a Bolyai Erhns, el investigador desaparecido?

–Sí, también fue mi misión vigilar y atrapar a Bolyai, pero me enamore de él y ese ha sido desde entonces mi mayor pesar. Por suerte, rectifiqué el camino a tiempo y logré serle fiel a la orden. Lo entregué y así lave mi error –afirmó riendo como una maniática la doctora Breist–. ¿Acaso no ves que el amor humano es una total idiotez? Pero ya veo, al parecer tus ojos siguen viendo como los de los demás. No importa, pronto se abrirán por completo. Yo he sido la máxima sirviente, la muñeca sexual predilecta de la orden desde hace eones, y no dejaré que alguien como tú me arrebate ese puesto.

–¿Eones? ¿Qué diablos eres tú? ¿Acaso eres humana?

–Jamás lo comprenderías, pero te diré que yo ocupo este cuerpo a placer. Se supone que igualmente tú deberías de poseer una personalidad alterna que te implantamos, aunque los sentimientos que tienes hacia ese hombre la han debilitado. No importa, nos serás de utilidad, aunque no puedo perdonarte esta falta.

–Yo no quise esto, tan solo quiero otra oportunidad, es lo único que pido. Le temo al fracaso y a la muerte, necesito estar en la orden.

–Entonces abandona tus sentimientos hacia ese hombre, tú ya sabes quién es tu dueño. Ahora ven aquí y, si todavía nos eres fiel, lame mi vagina mientras estoy en mi periodo, eso purificará el tiempo perdido.

Así, Poljka no tuvo más opción que convertirse, de nueva cuenta, en una esclava sexual. Se desnudó al igual que la doctora, luego se arrojaron a la cama mientras sus cuerpos se rozaban y sus piernas volaban en el aire. Los ojos azules de la hermosa jovencita perecieron ante la pestilencia del sexo de aquella cabra. Sus tiernos labios, ya besados y manoseadas por aquellos viejos, absorbían la sangre y los fluidos de la vieja, que se deshacía en gemidos de placer. Sus cabellos negros estaban todos salpicados, su cuerpo batido en sangre y su personalidad se había inclinado hacia la falsedad. Sentía asco de su persona y un deseo insaciable de ser partícipe en el ritual supremo. Y, aunque muy en el fondo de su ser permanecía imborrable lo que por Leiter sentía, lo había hundido tanto que le era imposible sentirse mal por lo que hacía. Sabía que el bien y el mal, de cualquier manera, eran relativos, como la vida y la muerte, polos opuestos que dependían del observador.

Cuando la doctora llego al clímax y tuvo su máximo orgasmo en la boca de Poljka, incluso orinándola, esta cayo rendida ante sus pies, comiéndole los labios a besos y delirando ante su excitación. Ambas mujeres se besaban y restregaban sus vaginas con tal furor que sus ojos estaban en blanco. El placer que experimentaba Poljka era cósmico. Podría incluso afirmar que el lesbianismo era uno de sus deseos mejor ocultados durante tanto tiempo, pues en verdad amaba sentir la saliva de otra hembra fluyendo por su boca y, las caricias que solo una mujer puede proporcionar, también la enloquecían. Gemía como una vil perra en celo, pidiendo cada vez más y corriéndose bestialmente. Entonces la doctora Breist se alocó y tomó un pepino inmenso, el cual introdujo en la vagina de Poljka y luego en la suya, chorreando de sangre todas las sábanas y embarrándosela por todo el cuerpo. En aquellos momentos Poljka sentía un placer inconmensurable, al punto de olvidarse de Leiter. Lo que añoraba era besar a otra mujer e imaginar que ésta la penetraba, aquella fantasía que escuchaba a su madre viuda pregonar cada noche mientras se masturbaba. Pero ella la había superado, pues ahora lo llevaba a la práctica, no se conformaba con solo imaginarlo.

A continuación, presa de delirante placer y extrema lascivia, Poljka se introdujo el pepino entero por el culo, explotando en un paroxismo descomunal que desgarró su garganta. ¡Se lo había metido absolutamente todo! Su ano palpitaba, y, en la parte baja de su abdomen, podía sentir lo duro de aquel instrumento sexual. La doctora Breist entonces introdujo otro pepino, pero ahora en la vagina de la joven. Cuando ambos fueron absorbidos en su totalidad, Poljka se venció a sí misma y juró absoluta fidelidad a la orden y un amor eterno a la fornicación con la doctora Breist y los siete jefes de área. Finalmente, prorrumpió que odiaba a Leiter y que lo mataría a como diera lugar. Acto seguido, expulsó los pepinos de su ano y vagina y los lamió, no sin antes haberlos restregado con la sangre de la doctora, quien deliraba y gemía peor que la más excitada puta. Para culminar con su acto, colocaron sus anos opuestamente e introdujeron la mitad de ambos pepinos en cada uno, para luego comenzar a moverse hacia atrás y hacia adelante, lo cual les otorgaba un regocijo cerval.

Cuando ambas terminaron y se corrieron en la boca de la otra, saboreando y tragándose todo el fluido, se recostaron y se besaron hasta quedar completamente agotadas. Poljka era delgada, con preciosos ojos lapislázuli y senos gigantes, así como un trasero perfecto, pero lo que más gustaba y enamoraba era esa hermosa cara de niña buena que poseía. Sin embargo, la doctora Breist no se quedaba atrás, pues a su desconocida edad lucía como una reina, con senos descomunalmente grandes y siempre lactando, además de un trasero de infarto y una cintura idílica, con sus bien perfumados cabellos rubios, sus labios intensamente rojos, sus párpados maquillados y oscuros, sus minifaldas extremas y sus tacones de mujerzuela. Algunos decían que era como si aquella doctora fuese construida artificialmente, pues su cuerpo sumamente sensual no cuadraba con su edad, la cual jamás era mencionada. Ambas mujeres, a decir verdad, eran Afrodita en persona, la más viva representación de la concupiscencia y el atractivo femenino más sexual. Era incluso legendario que dos grandes zorras como ellas tuviesen la oportunidad para fornicar con tal suntuosidad y fruición. Ambas, casi al borde del delirio y el cansancio más extremo, amaban, en el fondo de su ser, cogerse a otra mujer. Les fascinaba el sabor de la vagina y bien podrían proclamarse lesbianas en su totalidad, al menos en el aspecto sexual.

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Libro: La Esencia Magnificente


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