Capítulo XIX (LCA)

A Lezhtik se le congeló la piel. Recordaba que ya antes Paladyx había mostrado un comportamiento similar, en una de sus visitas al bosque, cuando solían ser mejores amigos. En esa ocasión igualmente se había desmallado y había despertado diciendo cosas ilógicas, parecía ser otra, pero, tras un largo sueño que duró dos días, volvió a ser ella misma. Sin embargo, esta vez parecía ser algo más grave. La situación lucía más terrible de lo que en sí era, pues con dos de los integrantes del club de los soñadores muertos y con Filruex desaparecido, se hallaban vulnerables ante lo que sea que estuviese buscando su aniquilación. Esta vez ni siquiera los profesores se opondrían, en verdad todos querían que ellos desaparecieran y que la facultad se convirtiera por completo en una malsana abominación donde a las personas solo se les inculcase el gusto por el dinero y el rechazo hacia todo tipo de cuestionamiento o actividad creativa.

–No se preocupe, no haré nada para incomodar la situación –expresó Lezhtik, y se dirigió inmediatamente al lugar donde se hallaba Paladyx.

–Necesito que me cuentes exactamente lo que pasó –inquirió la especialista–, y sin nada de invenciones, debes ser sincera si quieres que te ayude.

–¡Ellos quieren controlarlo todo! ¡Están en todos lados! ¡Son los dueños del mundo! ¡La universidad les importa porque ahí está la última resistencia!

–Ellos ¿quiénes? No entiendo de qué hablas, lo que debes hacer antes que todo es calmarte. Si no lo haces, lo más probable es que termines en el manicomio.

–¡Ellos conocen nuestros pensamientos! ¡Son los amos del dinero! ¡Quieren adoctrinarnos por completo!

–Niña, requiero que te tranquilices ahora mismo. Tráiganme los sedantes, enfermera. De otro modo, no obtendremos nada –indicó el médico con cierta malicia.

Paladyx ni siquiera parecía prestar atención a las palabras de la especialista, una doctora en psiquiatría, que le sostenía la muñeca derecha. Empero, cuando aquella joven que parecía haber perdido la cordura alzó la mirada, se aterrorizó y entró en pánico, profiriendo espantosos gritos y balbuciendo ininteligibles palabras. ¡Aquella mujer tenía los mismos ojos que las criaturas de las cuáles hablaba incesantemente! ¡Era uno de ellos! Sus pupilas tan peculiares y la forma de algo horrible a su alrededor, como una especie de aura que solo Paladyx podía percibir, se lo confirmaron. Además, su energía era distorsionada, vibraba de un modo execrable; se quedó boquiabierta y sin saber qué hacer. Nada tenía sentido, de nada servía luchar si en verdad era imposible hallar pureza y sublimidad en el mundo.

–¡Tú eres como ellos! ¡Todos ustedes lo son! ¡Déjenme en paz! –gritó Paladyx, conmocionándose e intentando huir.

Lezhtik volaba más que correr hacia la habitación donde habían trasladado a Paladyx. Estaba muy alterado y todo lo que quería era asegurarse de que ella no corriese peligro alguno. Justo cuando había vislumbrado sus alborotados cabellos rojos, tres grandulones salieron de la nada y se interpusieron en su camino, eran tan altos y fuertes que uno de ellos hubiese bastado para detener al raquítico Lezhtik, quien no tuvo más remedio que detenerse.

–¡Son ellos, Lezhtik! –gritó Paladyx desgarrándose la garganta.

–¡No dejaré que te lleven, Paladyx! ¡Déjenme pasar, malditos!

–No lo hagas, Lezhtik –exclamó Paladyx desesperadamente–. Tienes que dejar que me lleven. Yo ya no tengo remedio, estoy perdida en mí. Pero tú aún puedes intentar salvar a la universidad de estos seres. Tienes que purificar el mundo entero. ¡Vete de aquí, ahora mismo!

En la visión de Paladyx, esos fornidos hombres que parecían torres lucían como los hombres ataviados con trajes negros, los mismos que habían estado presentes cuando Mendelsen fue atacado. Sin embargo, solo ella podía mirarlos con su verdadera apariencia, todos los demás los observaban normalmente. Un fuerte e intenso dolor de cabeza la acometió terriblemente, debilitándola y haciendo más fácil la tarea para la especialista, quien le clavó la aguja en el cuello.

–¡No, Paladyx! ¿Por qué lo has decidido así? –exclamaba Lezhtik, quien apenas podía creer lo que veía. Le parecía que, en efecto, Paladyx había enloquecido.

–¡Vete, Lezhtik! ¡No dejes que ellos te arrebaten lo único que te queda!

Esas fueron las últimas palabras que Lezhtik escucharía de Paladyx, posiblemente en toda su vida. Por unos instantes pensó en actuar, en desafiar a esos infames gorilas. Luego, recapacitó y entendió que esperar era lo mejor. Se limitó a observar cómo se marchaba la camioneta con la joven a bordo. La última mirada que le dirigiese le pareció peculiar. Ella lucía radiante, particularmente bella a pesar del maquillaje corrido. Ahora ya nada importaba, se arrojó sobre el pasto para recordar aquel día donde rozasen sus labios. La verdad es que Paladyx siempre le había parecido particularmente bella, extrañamente atractiva. Tal vez lo era, pero las personas tendían a apreciar en demasía aquello que les era arrebatado súbitamente, incluso si antes lo tenían presente en cada día de sus vidas. Tras caer en un profundo sopor, se quedó profundamente dormido hasta que, de pronto, un dulce aroma comenzó a esparcirse por el bosque, al menos por la sección donde se encontraba.

Jamás le había pasado algo similar, la sensación era sumamente placentera, mucho más que el estar bajo los efectos de salvia divinorum. Tanto los colores como los olores estaban terriblemente mezclados; ciertamente, era extraño, como si fuese la mezcolanza de un panteón con un jardín de rosas, como si la muerte y la belleza se fundieran. Se percató de que el idílico almizcle se intensificaba cerca de la pareja de árboles tan llamativos donde se contaban las historias sobre el monje desaparecido. Decidió acercarse y atravesar los árboles frondosos, entonces notó algo que antes no estaba ahí, una característica que no había logrado percibir, o que era nueva. Los árboles brillaban, despedían una luminiscencia iridiscente, se podían contemplar matices sumamente hermosos, como los que observaba cuando se refugiaba en la planta sagrada antes mencionada. Permaneció así unos instantes, admirando la supremacía de los fulgurantes árboles, totalmente poseídos por la lluvia inefable de colores. Luego, saliendo de su ensimismamiento, giró y miró lo que había frente a los árboles, era una vereda muy profunda.

El clima parecía haberse ensombrecido desde que Paladyx se marchó con aquellos malnacidos. Él nada había podido hacer para evitarlo, además de que ella le pidió que no interviniese. Se detuvo antes de avanzar por el camino, que parecía cubierto de un verde fluorescente. Eso no le brindó mucha confianza, pero tampoco lo asustó lo suficiente. Así que, un poco dubitativo, se aventuró en el camino y corrió cada vez con más ahínco, hasta que finalmente observó una luz. Cuando miraba a los costados, lo único que observaba era una oscuridad sin precedentes, incluso escuchaba unas risitas molestas, como chillonas, pero nada de qué preocuparse. Al fin llegó a la luz, la cual atravesó con decisión. Lo que observó lo dejó boquiabierto. Parecía haber regresado en el tiempo, como si hubiese atravesado un portal.

Ahora presenciaba exactamente el momento en que Paladyx se hallaba frente a esos sujetos. ¡En verdad eran hombres reptil! Lezhtik apenas podía mantenerse en pie, todo su ser traqueteo, se hundió en un mar de incertidumbre. Toda concepción se derrumbaba en su mente. Era inverosímil, pero ahora lo presenciaba con sus propios ojos. Entonces, presenció toda la escena en primera fila, totalmente ahíto de una nauseabunda sensación al admirar aquellos seres maléficos. Una de esas vomitivas criaturas se aproximó y tomó a Paladyx, que parecía más pequeña de lo que era comparada con aquella bestialidad. Sus ojos eran amarillos y muy rasgados, solamente se observaba una raya negra como pupila. Tenía todas las facciones de un reptil, pero la fisionomía de un hombre. Su cuerpo parecía muy fuerte, escamado, envuelto en un verde diabólico y centelleante. Esta criatura se abalanzó sobre Paladyx y la sostuvo en el aire, la miró fijamente y sacó su lengua para restregársela.

–¡No, detente! ¡Maldito hombre reptil! –declaró con furia Lezhtik mientras se lanzaba contra aquella monstruosidad, pero nada consiguió sino atravesarlo como un fantasma e ir a parar al pasto.

Comprobó entonces que se trataba de un recuerdo, de una visión o aparición que el bosque había guardado. El hombre reptil continúo con su acto. A diferencia de lo que cualquier hombre hubiera hecho, no violó a la mujer, sino que colocó sus dedos índices en la frente de ésta. Totalmente presa de un ataque de ira, Lezhtik se olvidó de que aquello era un espejismo y, entre un babel de injurias, arremetió nuevamente contra la criatura, yendo a parar nuevamente en la tierra, esta vez impactándose con mayor furia.

–¿Qué intentas hacer? ¡No la toques! ¡Aléjate de ella! –continuaba expresando Lezhtik, a pesar de saberse inútil en aquel espacio-tiempo.

El hombre reptil besó a Paladyx, unió sus labios babosos y nauseabundos con los de ella, con esos labios rosados y suaves que alguna vez Lezhtik pudo sentir. Y, sin embargo, no era como tal un beso, sino solo el medio para sacar algo del interior. De tal suerte que la abominable monstruosidad hombre reptil comenzó a absorber algo, como una clase de energía, pues su brillo era indescriptible. Esa energía pasaba directamente de Paladyx a él, quien se regocijaba y parecía sentirse más y más vivo conforme absorbía esa emanación fulgurante, la cual tenía los mismos matices que los árboles que Lezhtik observase antes de regresar ante tal suceso. Cuando finalmente el flujo terminó, el hombre reptil soltó a Paladyx, quien tenía la mirada perdida, estaba pálida y tartamudeaba. Parecía que hubiesen absorbido su razón o su conciencia, o algo más allá. Lezhtik estaba inmóvil y las criaturas reían cínicamente. Y, al girar levemente, pudo percatarse de un hecho que le heló aún más la sangre, si era posible: tiradas en el suelo, yacían como trajes de buzo las pieles del nuevo director y del profesor Saucklet. Luego, como si fuesen prendas de vestir, los monstruos verdes se las colocaron encima, cubriendo perfectamente su atroz figura y aparentando ser humanos de forma perfecta.

–Entonces ¡era cierto! ¡Ellos son hombres reptil! ¡Paladyx siempre estuvo en lo correcto, siempre! –fue lo único que Lezhtik acertó a decir antes de quedar tartamudo.

Los dos seres que aparentaban ser hombres se desternillaron y comentaron algo que a Lezhtik le puso los pelos de punta. Sus voces, aunque trajesen puestos las pieles humanas, sonaban demasiado huecas y artificiales, como si les costase imitar los sonidos adecuados para comunicarse en el lenguaje humano. Además, sus rasgados ojos amarillos y repugnantes seguían delatándolos y refulgiendo endemoniadamente, en tanto un execrable almizcle a azufre y a una sustancia imposible de identificar en la limitada concepción humana impregnaba todo el ambiente.

–Bien, ya está. Todo lo que hace falta es un poco más de esa energía negativa y el portal se abrirá –expresó el reptil con el traje humano del nuevo director.

–Sí, solo unas cuántas almas más. La de ella tenía un sabor amargo, pero ha sido bastante vivificante –replicó el supuesto profesor Saucklet expulsando una cantidad de algo asqueroso por su nariz.

–Supongo que es por su reticencia. Su alma no tenía tantos elementos negativos, no estaba tan acondicionada como los demás.

–Pienso que deberíamos de terminar con esto de una buena vez. ¿Por qué no acabamos ya? Es un momento excelente y estamos en la intersección del ínterin.

El director se quedó pensativo ante la insistencia del profesor, pero no desesperó y arremetió contra él. Cada vez que sus emociones cambiaban, todos sus cuerpos se estremecían en una demencial mezcolanza de colores, que finalmente conformaban un espiral de un violeta lúgubre a su alrededor, como si se tratase de su aura.

–No, aún no es la hora, tenemos que ser pacientes. Hemos jugado bien nuestras cartas, hemos eliminado ya varios obstáculos, incluyendo a los integrantes de este molesto club. Solo nos quedan dos y nadie más se nos opondrá. Se está drenando bien la energía y también el acondicionamiento ha resultado una maravilla, no podemos fallar esta vez.

–Tienes razón, aún no es tiempo. Confío en que podremos usar las almas de estos humanos para abrir el portal y, así, lograr nuestro mayor propósito.

–Así es, compañero. Y ¡por fin los dioses antiguos volverán a esta dimensión! Después de años conminados al olvido, ahora es momento de que vuelvan y lo dominen todo.

–Y ¿crees que será suficiente con la energía de estos sujetos? Me refiero a los estudiantes de la facultad –inquirió preocupado el reptil con el traje del profesor.

–Ese no es problema alguno, no te agobies innecesariamente. En todo caso, tenemos a los profesores. Además, es de esperarse que lo logremos. Hemos trabajado bien a estos sujetos, los hemos acondicionado estupendamente. Les hemos arrebatado ya esos sueños absurdos que tenían y los hemos atiborrado de zarandajas; esto es, los hemos llenado de vicios para que no despierten jamás. Y hemos tenido éxito, ellos adoran su servidumbre y no importa el nivel de opresión que les impongamos siempre y cuando tengan fútbol, cerveza y sexo.

–¡Tienes razón! Había olvidado por un instante que todo eso ha logrado acumular una gran cantidad de energía negativa de la cual nos alimentamos. Ellos están vacíos, no son seres que ahora importen; empero, ese vacío nos gusta, podemos consumirlos más fácilmente y usarlos.

–Por eso mismo estoy tranquilo. Hasta ahora nadie sospecha que usurpamos el puesto del antiguo director y de esos dos profesores, Saucklet e Irkiewl.

–Así es, fue una excelente idea. Pudimos salir de las bajas dimensiones del Hipermedik justo cuando Silliphiaal despertó, todavía me cuesta creer que algo así esté pasando. Si no nos damos prisa, podemos perder para siempre el favor que el destino nos ha concedido –arguyó someramente preocupado el reptil que simulaba ser el director.

–Cuando vinimos a este mundo, nunca pensé que sería tan fácil acondicionar a los humanos, pero ha sido demasiado simple. Tienen tantos vicios y están tan desapegados de la espiritualidad, son solo criaturas repugnantes. Es una suerte que no conozcan todo el potencial que podrían llegar a tener.

–Sí, pues, de otro modo, estaríamos en graves problemas –afirmó el director complacido y acomodándose un poco la cabeza para ajustarla a sus ojos, que parecían ser lo único que no podían imitar en el humano.

–Bien, por ahora, debemos estar tranquilos. La gran distorsión cada vez se ensancha, así será más fácil hacer que nuestros primordiales dioses crucen el portal.

–Ya estoy emocionado, todo es perfecto. ¡Conquistaremos este y los mundos que nos plazcan! Solo necesitamos alinearnos con los destinos que quiera la entidad demoniaca.

Fue así como Lezhtik sintió volver en sí mientras una densa nube iridiscente lo regresaba al Bosque de Jeriltroj, al tiempo actual. Todo había sido sumamente real para ser una mentira, era eso o Paladyx y él habían enloquecido completamente. Entendió que aquella visión había sido quizá preparada por Paladyx, como una reminiscencia que el bosque mismo guardó y que esperaba por él. Por otra parte, le pareció una tontería tal teoría, aunque sabía de las habilidades psíquicas de su amiga. Sin saber qué hacer o esperar, decidió regresar a su hogar. Una última cosa lo detuvo, un sonido; era un río. Podía verlo solo en su mente y escucharlo en la realidad. Era algo más que su imaginación, era agua iridiscente, como el color de aquellos árboles gigantescos que ahora lucían normales.

Al llegar a su hogar, Lezhtik experimentó exactamente lo mismo que siempre había rechazado. Su padre se hallaba recostado mirando la televisión como un zombi, su madre charlando con su tía por el celular, hablando de bagatelas que nada le interesaba. Pero así eran los humanos, solo sabían ser violentos, meterse en las vidas ajenas y fornicar. Le parecía que todos eran mediocres y sin sueños, entregados a la vida absurda que tanto detestaba. Tantas personas existían inútilmente, todas llevando una vida ordinaria, siguiendo los patrones impuestos por la asquerosa sociedad, persiguiendo materialismo y dinero, divirtiéndose con estupideces y emborrachándose. Nadie quería ser diferente ni mostrar un cambio en la perspectiva evolutiva y romper el ciclo. Se sentía jodidamente incomprendido entre aquellos seres que, por casualidad tal vez, llevaban su misma sangre, así que subió a su cuarto y continuó sus meditaciones ahora arremetiendo en su pensamiento contra su familia externa.

¿Cómo lidiar con una situación tal? Poco a poco fue dispersando su asistencia a las reuniones familiares, cenas, convivios, cumpleaños, etc. Nada de eso tenía sentido para él; de algún modo, creía que eso era superfluo. Y notaba a esas personas, tan carentes de sueños e ideales, tan abandonados a sus vicios y a una cotidianidad enfermiza. No lograba solventar sus pensamientos, explicar por qué las personas le parecían tan intrascendentes. Sobre todo, le inquietaba cada vez que uno de ellos hablaba, pues parecía que solo soltaba basura con cada comentario. Todos estaban interesados en joyas, ropas, viajes, automóviles, casas, puestos de trabajo, escuelas caras para sus hijos, casamientos, relaciones, sexo, televisión, espectáculos, cine, fútbol, trabajo, entre otras cosas absurdas. Todas esas pláticas lo incomodaban y le infundían un desprecio sin igual hacia esos supuestos humanos, pues pensaba que, en realidad, no merecían la vida seres tan vacíos. Se descalzó y dejó orear sus pies, al tiempo que algo le llegaba como una daga a la cabeza.

Indudablemente, ese tipo de existencia era la que los hombres reptil querían para los humanos. Pero ¿con qué fin? ¿En verdad pretendían esclavizar a la humanidad con tales cosas? ¿Abrir un portal como comentaron? ¡Qué inverosímil sonaba todo eso en su cabeza, se sentía como un auténtico demente! Casi pensó en ir y unirse a Paladyx en el manicomio, pero se contuvo. No era tan raro pensarlo como cierto. Si todas las piezas se unían, podía ser posible. Era concordante la teoría de un dominio sobre los humanos, todo a través de un nuevo orden. Por eso a las personas se les inculcaban tantas cosas desde pequeños, para que al crecer no pudieran pensar por ellos mismos. Todos eran por igual producto de costumbres transmitidas por los padres, incluso él. Tanto las creencias religiosas, políticas, sociales, económicas y de cualquier tipo; todas eran colocadas ahí por los padres y, posteriormente, por los profesores.

La sociedad se encargaba de cimentar la idea de que nuestros pensamientos eran propios, pero, en realidad, nadie los tenía. Los humanos eran producto de lo que otros ya habían impuesto, de lo que otros dictaban y decían. Se vivía como otros querían, no había una tal libertad. Y dentro de todo eso estaban el dinero y los vicios, el trabajo y la familia. A través de tantas cosas envolvían la mente humana, sometían los sueños sublimes en lo más profundo de la conciencia y llenaban el subconsciente de violencia, desnudos, entretenimiento como el fútbol y chismes de famosos, asesinatos y violaciones, guerras y muertes. Por eso los periódicos mostraban siempre esas imágenes en las portadas, todo relacionado con esos temas. La moda era no tener pensamiento propio, sino ceder; ser estúpido, vulgar, inculto y presumir materialismo era el estereotipo humano.

En general, las personas intentaban suplir el absurdo de su existencia moldeando su físico y adquiriendo bienes materiales o presumiendo de buenos puestos y viajes caros, pero sus mentes estaban putrefactas y sus almas extintas ante la nauseabunda naturaleza que en ellos imperaba. Entre más fácilmente el ser aceptara el mundo y se sintiera cómodo en él, menos se percataría de lo que realmente ocurría, de su acondicionamiento, del holograma que se tomaba como realidad, de todo lo que podría crear el humano si no tuviera la mente tan enganchada a un mundo tan execrable. Todo parecía tan bien diseñado, tan bien planeado, tanto que imaginar que todo ello era producto del azar o de un conglomerado de casualidades le parecía ridículo.

Repentinamente, otra idea golpeó con violencia su cabeza: eso era exactamente lo que se buscaba en la facultad. Sí, ahora Lezhtik lo entendía todo. Había descubierto la conexión, el eslabón perdido para que todo cuadrara. Por eso la opresión y las propuestas del director, por eso se buscaba eliminar la poesía, la música, la literatura, la lectura, la espiritualidad y el misticismo. Todo aquello que representase la esperanza, la última resistencia del humano ante el arrebato, el saqueo, la violación a su sublime naturaleza. Pero era imposible hacer ver a los demás lo que él veía. ¿Cómo lograr que esas personas despertaran y pudieran notar el agujero en que se hallaban? Tendría que reprogramarlo todo, modificar la matrix, pero era imposible. Tan solo en su familia lo notaba, tan solo cuando todos supieron que iba a estudiar filosofía en vez de ingeniería o alguna de esas cosas solo por sus salidas laborales, se había sentido tan asqueado al escucharlos…

–¿Filosofía? ¿Es en serio? Pero ¿por qué? –expresó su tía la que se había embarazado a los quince años.

–Y ¿de qué vas a trabajar? ¿En qué campo laboral vas a desarrollarte? –preguntó su tío que toda su vida había sido obrero y que no tenía ni la primaria.

–¿No es eso muy complicado? En mi escuela dicen que la filosofía no sirve de nada –dijo su primo que estudiaba contabilidad, que por cierto se llevaba bien con su papá por estudiar la misma carrera.

–Pienso que deberías de cambiar tu decisión. Con eso no podrás tener todo lo que quieras, piensa en el dinero que ganarías siendo ingeniero, o hasta futbolista –espetó su tío, el que no trabajaba y vivía de la pensión de su padre.

–Así es, tu tío tiene razón. La filosofía no te dará para vivir. Además, piensa que así no podrás ayudar a tus padre –replicó su tía la que era enfermera y que trabajaba tiempo extra para mantener a sus dos hijos, los cuáles no estudiaban ni trabajaban…

Y así, Lezhtik recordaba cómo los demás integrantes de la familia soltaron su ominosa verborrea sin que nadie se los pidiera, todos mostrándose en contra de una carrera que a Lezhtik le parecía bastante enriquecedora. En realidad, no pensaba en estudiar como la mayoría lo hacía. Veía que las personas estudiaban, si es que lo hacían, solo para ganar dinero, para tener buenos puestos y poder satisfacer sus vicios y anhelos materialistas. Cualquier cosa que no fuera productiva o que no representase una ganancia monetaria no significaba nada para esos ganapanes de la existencia. Un progreso espiritual estaba absolutamente vetado de sus cabezas, ni siquiera uno intelectual podían concebir. Lo más que hacían era leer algún libro basura o ir a moldear sus cuerpos para llenar su vacío interno. Y las personas de su familia eran exactamente como la gente que detestaba por su estúpido materialismo y su mente tan acondicionada. Lo más triste, sin embargo, era que él mismo entendía y sabía que tal condición de moldeamiento se extendía a todo el mundo. Contadas eran las personas que todavía tenían alma y cuya única tragedia era existir en este mundo obsceno rodeado de tantos insulsos y aberrantes monos parlantes llamados humanos. Este mundo y sus habitantes debían ser destruidos cuanto antes, no había otra manera de purificar la existencia.

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Libro: La Cúspide del Adoctrinamiento


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